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domingo, 19 de enero de 2025

Catatumbo S.O.S

Orlando Ortiz Medina*


Aquí no es un gobierno el que está fallando, sino la tozudez de unos grupos a los que los dejó la historia, se degradaron en su guerra o se desviaron en sus propósitos. 


Foto tomada de Caracol radio
Lamentable la situación que vive hoy el Catatumbo. El ELN muestra de nuevo su torpeza y ceguera política y se suma al sueño de la extrema derecha de que el propósito de paz del presidente Petro fracase, porque eso le da réditos para deslegitimar a su gobierno y despejar el camino que le permita recuperar la presidencia en las elecciones de 2026. 

Flaco favor le hace el ELN a la paz, al primer gobierno de izquierda que después de mucho esfuerzo y muchos muertos logramos en Colombia, y gran favor le hace a quienes siempre nos han gobernado y se han atravesado como un palo en la rueda para no permitir que los anhelos de cambio sigan adelante.

El presidente Petro ha mostrado toda su voluntad, desde el primer minuto de su gobierno ha sido coherente con su propuesta de campaña, ha dispuesto todo, incluso con cierta dosis de laxitud, para que los procesos de diálogo se lleven a cabo y avancemos hacia una salida política al conflicto armado. Pero ello no es posible si no se encuentra reciprocidad, si desde la otra orilla no se dispone del mismo propósito y no se actúa con coherencia y con honestidad, que es lo que no ha dejado ver el ELN. 

El presidente Petro ha mostrado toda su voluntad, desde el primer minuto de su gobierno ha sido coherente con su propuesta de campaña, ha dispuesto todo, incluso con cierta dosis de laxitud, para que los procesos de diálogo se lleven a cabo y avancemos hacia una salida política al conflicto armado

Se equivoca el ELN si piensa que el país le va a comprar una propuesta de paz en la que no muestra interés alguno en cesar la confrontación e ir dando pasos serios hacia el desescalamiento del conflicto. 

No se ha dado cuenta del daño terrible que está causando en los territorios, no se ha dado cuenta de que hay una sociedad civil cansada de la guerra porque es ella la principal víctima y la más damnificada. No entiende que es precisamente a esa sociedad a la que hay que proteger y fortalecer y con la que hay que contar para acabar con el dominio hegemónico de las élites políticas y económicas tradicionales, lo que no será posible en el marco de una guerra que, si alguna vez lo tuvo, perdió razón de ser y sentido histórico.

Los que celebran este recrudecimiento de la guerra, que siempre han celebrado, los baluartes de la derecha y la extrema derecha, pasan saliva y beben en el cáliz de su sangre, mientras reclaman lo que nunca ellos lograron. Quién si no ellos son los responsables del estado de postración, desigualdad, miseria y violencia que han dejado después de más de doscientos años de gobiernos corruptos e incapaces. Ese fue el país que Gustavo Petro heredó y no se puede pedir ahora que en tres años se resuelvan las infamias acumuladas en más de dos siglos.

Hay que mantener el apoyo al gobierno nacional, respaldar la decisión de romper los diálogos con el ELN, declarar el estado de conmoción en la región y hacer presencia con la fuerza pública

¿Que este gobierno perdió el control en el Catatumbo? ¿Cuándo acaso los gobiernos anteriores lo tuvieron? Todos los gobiernos anteriores le cedieron la soberanía del Estado a los grupos armados de uno u otro cuño. ¿Que de lo que se trata es de llevar inversión social y garantizar sus derechos a los pobladores? Claro que sí, pero ¿por qué hasta ahora se acuerdan de ello los vocingleros de la oposición y nunca durante sus gobiernos se ocuparon de ello? 

Hay que mantener el apoyo al gobierno nacional, respaldar la decisión de romper los diálogos con el ELN, declarar el estado de conmoción en la región y hacer presencia con la fuerza pública. Por supuesto que la ruptura del proceso de diálogo no es una noticia que nos alegre, pero la insistencia en la guerra de la organización armada no deja otra alternativa. 

De todas maneras, la voluntad de paz y la disposición al diálogo debe mantenerse en firme. Aquí no es un gobierno el que está fallando, sino la tozudez de unos grupos a los que los dejó la historia, se degradaron en su guerra o se desviaron en sus propósitos. 

Señores del ELN, el uribismo y toda la extrema derecha les deben estar prendiendo velitas. Pero no propiamente para velar a sus muertos.


*Economista-Magister en estudios políticos 


viernes, 16 de diciembre de 2016

Senador Uribe: "Afloje un poquito"

Orlando Ortíz Medina*


Ingenuos los que propiciaron el encuentro de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos con el Papa Francisco, creyendo que se iba a lograr algún acuerdo o al menos limar "las asperezas"; como si éstas últimas fueran simplemente eso, asperezas y no serias contradicciones, no precisamente entre los otrora coequiperos del gobierno de la seguridad democrática, sino del ahora senador con los contenidos que demanda una propuesta de paz frente a los que ni antes ni ahora, ni nunca estará dispuesto a ceder.

Imposible que, en treinta minutos, el Papa fuera a convencer a Uribe de la necesidad de aceptar que en el país se pongan en curso transformaciones a las que durante siglos se han negado él y la estirpe que representa.

Saludemos la buena voluntad del Papa, más ahora que estamos en épocas navideñas, pero bien valdría recordarle que en esta parte del mundo, en donde aún le quedan millones de seguidores, más que camorras entre dos ilustres representantes del establecimiento, que por ahora están distanciados, lo que está en juego es el futuro de una sociedad que anhela con urgencia pasar la página de la guerra, que lejos estaría de resolverse con un beso de Judas o un apretón de manos, así sea en el despacho del representante de Dios en la tierra.

No hay hábito blanco ni inspiración divina que valga si se trata de la búsqueda de la paz con personajes como Álvaro Uribe. Por un lado, porque su vocación es la guerra que lo divierte y le sirve para inflar su ego altanero y belicoso, tristemente celebrado por gran parte de una sociedad que sin fórmula de juicio hace eco de sus trinos. Por otro, porque tiene claro los intereses que defiende y jamás aceptaría que ellos fueran puestos en tela de juicio ni siquiera en los cónclaves papales.

Tampoco se trata, como dijo el cínico contertulio de su santidad a la salida de la reunión, con su voz falsamente meliflua y su tono de “malparidito”, de que Santos “afloje un poquito”; más para dónde, habría que decirle, si el 99 % de las propuestas que hicieron luego del triunfo del NO el dos de octubre fueron incluidas en el nuevo acuerdo y no tuvieron al menos la sensatez para reconocerlo; por el contrario, una vez lograron alzarse con el triunfo de la modificación sustancial del texto, se envalentonaron nuevamente para volver a decir NO, el mismo que advertíamos quienes no nos engañamos con la imagen nada apostólica del personaje.

Él y su partido, que por demás se alzaron como únicos dueños del triunfo del NO, tenían claro de antemano que tocaba seguir tirando la cuerda porque estamos en las primeras de cambio de una nueva campaña electoral, en la que el absurdo dilema del SI o NO a la paz o la continuidad de la guerra vuelve a ofrecer los réditos y se convierte en factor decisorio para la elección del nuevo presidente, como prácticamente ha ocurrido durante las dos últimas décadas.     

Esperemos, para sacarle algún provecho, que el estéril encuentro con el Papa Francisco haya servido al menos para que quienes aún no lo han logrado se convenzan de que en Colombia la paz no es con sino contra Uribe. Llevado ya el intento al santuario mayor del que él mismo es devoto, no se entendería que se siga esperando un cambio de actitud de quien sólo piensa y actúa desde el ámbito de su personalidad cargada de odio, su mezquindad y su soberbia.

A los que todavía tenemos esperanzas sólo nos resta insistir y seguir creyendo en que es posible que esta absurda guerra por fin termine, o que al menos “afloje un poquito”, así haya otros que sigan apretando.  


*Economista-Magister en Estudios Políticos


martes, 13 de diciembre de 2016

¿Paz o Barbarie?



Orlando Ortíz Medina*



Un nuevo líder social asesinado anoche en el Putumayo. No se necesita más para decir que en Colombia las cosas no han cambiado, que el anhelo de paz sigue siendo una aspiración todavía lejana y enfrentada por quienes advierten riesgos en que fuerzas políticas diferentes a las que han mantenido el control del poder puedan tener un lugar en el escenario de la deliberación y la participación política.

Los que matan a los líderes sociales son de la misma naturaleza de los que en otro momento se han llamado la Mano Negra, los enemigos agazapados de la paz, los ahora para nada agazapados, los ejércitos privados, los presuntos..., y algunos sin nombre ni calificativo que igual accionan sus fusiles, o a veces sus plumas, para sacar del camino a los legítimos contradictores políticos de un establecimiento que se resiste al cambio porque sencillamente quiere que se mantenga el sistema de privilegios e iniquidades, a los que también consideran obra de Dios y la naturaleza.

La pasividad del Estado es pasmosa y peor aún su interpretación de los hechos, que "no hay sistematicidad", dijo el Fiscal General Nestor Humberto Martínez. Son cerca de ochenta "casos aislados" de los que "no se puede argumentar que haya un factor único que los motive".

¿Ingenuidad, incapacidad o cinismo? Pues sí hay un denominador común en quienes han sido asesinados: su condición de líderes de origen popular o de filiación política de izquierda, su actuación como reclamantes de tierras que les fueron expropiadas en territorios de donde fueron desplazados, el haber liderado acciones en favor de la culminación exitosa del actual proceso de paz con las FARC, en fin, representar de alguna forma la contraparte de un sistema y sus poderosos dueños que no aceptan que otras voces se expresen con el derecho que les asiste para reclamar los cambios de fondo que se requieren para que la paz no siga siendo más que una "ilusión perdida" en el texto de los acuerdos, que tampoco a los señores de la guerra satisfizo.

De manera que si por un lado avanzamos, tan cerca como nos sentimos de la terminación del conflicto con las FARC, por otro regresamos a los tiempos que nos recuerdan que somos un país bárbaro, intolerante e incapaz de reconocer y respetar al que piensa o actúa diferente, sobre el que se prefiere disponer de su vida antes de cederle el lugar a su palabra.

No queda más que hacer un llamado a la sociedad entera, a los medios, a los partidos y a los diferentes sectores políticos y sociales, independiente de cuál sea su ideología o su filiación política; lo peor que puede suceder en este caso es, como ya ocurrió en otros momentos, guardar silencio y sentirse ajeno a una situación cada vez más lamentable y que se ha agravado en los últimos meses.

Hay que decir, hay que sentir, hay que pensar que la sociedad toda está en peligro, ésta y la de las próximas generaciones; que esta guerra que se resiste a fenecer nos toca y nos seguirá tocando a todos, aún a los que la promueven, con la pluma, con las armas o con los micrófonos.

No sobra entonces recordar el poema de Bertolt Brecht

Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó.

Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó.

Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.

Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó.

Ahora vienen por mí, pero ya es tarde.


*Economista-Magister en Estudios Políticos

viernes, 21 de octubre de 2016

Plebiscito, paz y reforma tributaria


Orlando Ortiz Medina*

Empecemos por decir que no hay una relación, al menos una relación directa, entre el plebiscito, los resultados del 2 de octubre, lo que aún está por resolverse y la propuesta de reforma tributaria recientemente presentada por el Gobierno.

Con o sin plebiscito, con o sin conflicto armado, independiente de que hubiera ganado el SÍ o el NO, éste o cualquier gobierno está en la obligación y responsabilidad de acudir a las medidas que sean necesarias para hacerse a los recursos que requiere para suplir sus gastos de inversión y funcionamiento. Cosa distinta es que el momento en que los dos hechos se presentan coincidan en un ambiente de fuerte tensión y agitación política que, quiérase o no, se van a traslapar y a ser utilizados por los detractores del Gobierno, y especialmente del acuerdo de paz, tal como ya se hizo por parte del uribismo en la campaña para las elecciones del 2 de octubre.

De manera que no hay que dejarse llamar a engaños y seguir siendo utilizado, como ya se advierte en la marcha convocada por el Centro Democrático para el próximo 29 de octubre, en la que para defender el resultado de las elecciones plebiscitarias se usa como telón de fondo el rechazo al contenido de la propuesta de reforma.  

Por supuesto que esta no es un asunto menor; frente a ella no podremos ser ajenos y tendrá que tener sus propios momentos de discernimiento y debate, incluidas posibles acciones de movilización y rechazo, conocido ya el texto y las implicaciones que, de llegar a aprobarse, va a tener sobre el bolsillo de los colombianos.

Una reforma tributaria no es mala en sí misma, pues como cualquier persona o familia, el Estado tendrá siempre que pensar en cómo y de qué fuentes se provee de los ingresos para su sostenimiento y cómo dirige y organiza sus gastos. Pero de lo que se trata hoy es de estar alerta para que el tema fundamental de la búsqueda de una paz estable y definitiva para Colombia no se vaya a subordinar otro tipo de intereses, que con intenciones maniqueas o aún con la legitimidad que les pueda asistir terminen llevándolo a un segundo plano. El riesgo es alto e incluso explicable cuando se trata de los asuntos del bolsillo y más aún cuando la guerra y sus desastres no parecen interesar a una inmensa mayoría de los colombianos, tal cual quedó demostrado en las elecciones del plebiscito.

Es cierto que el momento de presentarla no es el más oportuno para el presidente Santos y está por verse si finalmente o en qué condiciones logra finalmente su aprobación en el Congreso de la República. Ya sabemos lo que allí se mueve, todo menos la sensatez, honradez y coherencia de muchos que desde uno u otro partido buscarán actuar en su propio beneficio, máxime cuando estamos ya entrando en una etapa electoral que moverá sin duda sus decisiones. Hay pues una amalgama difícil entre el SÍ inevitable de una reforma tributaria y el NO necesario a la guerra, en donde en lo único que nos queda por creer es en la sapiencia de esa ciudadanía que hoy se moviliza y que ojalá se sepa conducir e imponer para que el desenlace no sea en ningún sentido adverso a la mayoría de los colombianos.   

De la reforma tendremos que preguntarnos sobre lo que en ella se propone, qué tan efectiva es para enfrentar las problemáticas que busca resolver, cómo y a quiénes en mayor o menor medida va a afectar y, pregunta crucial, qué tanto contribuye a corregir las enormes desigualdades que están en la base de un modelo de tributación que históricamente ha puesto el peso de la sostenibilidad del Estado sobre los hombros de los sectores más vulnerables y de más bajos ingresos. Pregunta esta última clave y definitiva por lo que tiene que ver también con la construcción de las bases de una paz sostenible y duradera para Colombia.

Asimismo, qué se dice frente a situaciones tan graves como la corrupción, la evasión o la elusión, que de no existir seguramente nos exonerarían de la necesidad de éste nuevo paquete de medidas, tan drásticas como la que se vienen. Igualmente, de la capacidad de ahorro de que se debe dotar el Estado, por ejemplo mediante la disminución de tanto gasto ineficiente y de los costos abultados de su burocracia, en la que el recorte a los indecorosos salarios de los congresistas sería una de las primeras medidas a emprender.

Plebiscito, reforma tributaria y paz son hoy los componentes de una ecuación difícil de resolver, cuya salida definirá si como sociedad somos capaces de encontrar alternativas para evitar que sigamos ahogándonos en nuestros propios ríos de sangre, corrupción y despilfarro.

Habrá que evaluar la responsabilidad que le asiste a un gobierno o, mejor, a los gobiernos de por lo menos los últimos veinte años que dejaron llevar al país a la situación en que hoy se encuentra; un creciente saldo en rojo entre sus ingresos y sus gastos que de no corregirse o no tomarse a tiempo las medidas necesarias nos llevarían a una sin salida con costos y consecuencias todavía superiores.

Un errado manejo de política económica que nos puso a beber de una sola fuente, a “mamar de una sola teta” como se dice popularmente: los ingresos provenientes del sector minero, en especial de los precios del petróleo, de los que ingenuamente se pensó que iban a continuar eternamente su escalada alcista, mientras se descuidaron sectores como los de la producción agrícola o industrial, que siempre y en cualquier caso garantizan mayor autonomía y posibilidades más reales de dinamizar el desarrollo y el mercado interno.

Habrá que evaluar también qué dice la reforma sobre las inadecuadas exenciones de que gozan ciertos sectores empresariales y a los que se suma su capacidad de maniobra y la de sus contadores para ayudarles a evadir y a eludir sus impuestos, qué pasa con las llamadas zonas francas y los paraísos fiscales, en los que no son propiamente los más pobres los que colocan sus ingresos. Desde ya se tendrá que decir que no puede ser el impuesto al valor agregado IVA, el sustento fundamental de la nueva reforma porque él es justamente el que más duro cae sobre los consumidores de más bajos ingresos.

Todo eso y mucho más se tendrá que decir o preguntar, pues el debate sobre la tributaria apenas comienza, pero en lo que más nos corresponde hoy insistir, con o sin reforma, es en la inevitable necesidad de ponerle fin a la guerra, que por barata que fuera no nos aguantaría ningún impuesto más, o ¿Quién se atreve a hacer el cálculo de lo que pueda costarnos una sola y nueva vida que se pierda?

*Economista-Magister en Estudios Políticos


sábado, 1 de octubre de 2016

¿Por qué no?


Orlando Ortiz Medina*


Las elecciones de este domingo conllevan una enorme responsabilidad para quienes tenemos la oportunidad, quizás única, de decir o no al acuerdo para la terminación del conflicto armado que durante más de cincuenta años ha segado la vida de miles y miles de colombianos.

Vamos a definir si las próximas generaciones continúan dentro de los mismos marcos de la guerra y la violencia que a nosotros nos ha tocado vivir o pueden por el contrario trascender hacia formas de convivencia en donde la fraternidad, la solidaridad, el respecto y la solución pacífica de los conflictos sean sus referentes.

Estamos frente a una decisión fundamentalmente ética; pues más allá de partidos, de quienes gobiernan o quienes se les oponen; más allá de ideologías o credos religiosos, de odios e intereses particulares, estamos decidiendo sobre todo de la posibilidad de la vida y, casi nada, de la vida de los otros; posiblemente de quienes todavía no han nacido, lo que con más severidad nos compromete. ¿De qué se trata la ética sino fundamentalmente de la pregunta por la vida?

Aunque para muchos pueda sonar desatinado, los reclamos frente a una supuesta impunidad, el déficit en la aplicación de justicia o la posible elegibilidad política de los Integrantes de la FARC, entre otros, pueden al final resultar siendo menores y no ser más que la permanencia en un pasado que todavía nos persigue e impide salir de la estela de odio y de venganza en que nos hemos mantenido.

No podemos olvidar que si de algo se ha nutrido la historia de Colombia y nuestra vida personal y colectiva es de altísimas cuotas de impunidad y de injusticia. ¿Podrá haber algo más injusto que atravesársele a una sociedad que busca alternativas para evitar que la guerra y la violencia continúen? ¿Qué puede ser más insensato que negarse a la oportunidad de ser protagonista en el cumplimiento de una tarea, hasta ahora aplazada, de sacar las armas de la política y darle el sentido que le corresponde en una sociedad verdaderamente civilizada?

Nos quedan unas horas para pensar una decisión que no permite equivocarnos. Va a ser muy costoso si, más allá de nuestras diferencias, no coincidimos en que la prolongación de esta guerra a ninguno nos conviene y que avalar este acuerdo no nos compromete más que con la necesidad de dejar atrás esta historia bañada en sangre.

¿Por qué insistir en el país acostumbrado a la infelicidad de la guerra, inmune ante el dolor? ¿Por qué no decirnos y decirle al mundo que , que somos una sociedad capaz de reinventarse y en la que en adelante van a pesar más la sensatez que los odios y los deseos de venganza? ¿Que sabemos lo que vale y significa la defensa y la protección de la vida? ¿Por qué no?



*Economista-Magister en Estudios Políticos