viernes, 23 de diciembre de 2022

Pedro Castillo: ante la Ley ¿?

 Orlando Ortiz Medina*

El Congreso que lo iba a declarar en vacancia por incapacidad moral, amparado en el artículo 113 de la Constitución, al final lo destituyó por haberlo querido disolver, amparado en el artículo 117 de la misma. Estaba claro, con cara y sello perdía y fue él quien se encargó de lanzar la moneda al aire.  


Foto tomada de Diario Córdoba
El peor de los mundos 

Lo que vive hoy Perú, que, aunque con diferencias puede extenderse muchos países de América Latina, no es más que el resultado del pobre desarrollo de su cultura política. Ello explica la existencia una democracia meramente formal e instrumental, en sí misma disfuncional, y nada viable para garantizar la gobernabilidad, la unidad institucional y su integración como país en una apuesta colectiva de nación. 

Hay que empezar por decir que lo ocurrido con Pedro Castillo no es un algo inédito y que lo que se presenta como su fracaso no se debe propiamente al hecho de que sea un presidente que provenga de la izquierda, como maniqueamente han querido interpretarlo los representantes de la extrema derecha en Colombia. Castillo es en cuatro años el quinto presidente del Perú y quienes lo antecedieron, en similar situación, estaban orillados a la derecha. Es claro, sí, que él contribuyó a configurar su propia causa, por su salida en falso y el acto de torpeza política que terminó, además, llevándolo a prisión.  

No es desatinado decir que su salida era algo cantado desde el momento mismo en que ganó la Presidencia de la República frente a su oponente en segunda vuelta, Keiko Fujimori, representante de la derecha peruana y figura sobresaliente entre quienes son los responsables de la caótica situación a la que se ha llevado al Perú en las últimas décadas. 

Era fácil prever que no iba a encontrar condiciones de gobernabilidad con un Congreso mayoritariamente en contra, facultado en derecho para declararlo en vacancia, y que en el ejercicio de la política no se ha caracterizado propiamente por conducirse sobre las premisas y valores de la democracia. 

No se descarta también cierta dosis de clasismo y discriminación dado el origen y la condición social del presidente. 

Castillo estaba en el peor de los mundos, enfrentado a un Congreso que política y constitucionalmente contaba con todas las armas para disponer de su cargo, e imbuido además por el espíritu de bronca y revanchismo que predomina en sus actuaciones, controlado como está por el juego de intereses privados y personalistas. No se descarta también cierta dosis de clasismo y discriminación dado el origen y la condición social del presidente, que para nada lo exime de su ya referido paso en falso y que podría verse también como una salida desesperada frente a lo que, se presume, ya él consideraba inevitable: su destitución o declaratoria en vacancia.

Con su propia ayuda, terminó estrangulado por un sistema de democracia formal y un poder real que se mantiene concentrado en los grandes medios y grupos económicos, que siempre saben moverse para caer parados cuando los fundamentos de la democracia se resienten. El Congreso que lo iba a declarar en vacancia por incapacidad moral, amparado en el artículo 113 de la Constitución, al final lo destituyó por haberlo querido disolver, amparado en el artículo 117 de la misma. Estaba claro, con cara y sello perdía y fue él quien se encargó de lanzar la moneda al aire.  

Perú refleja el mal endémico que sufren las democracias cuando las formas se interponen aunque vivan vacías de contenido. Si con el sistema de división de poderes se busca armonizar la organización del Estado y sus vínculos con la sociedad, a lo que hemos asistido es a un estado permanente de pugnacidad, especialmente entre el ejecutivo y el legislativo, que han hecho inviable la democracia como parte de un proyecto cultural y civilizatorio.

Es lo que ocurre cuando democracia no es cultura, pensamiento; cuando no se asume como una forma de vida que vincula social y culturalmente a los individuos, a las instituciones y a los individuos con las instituciones; cuando no es parte de un proyecto ético y común de sociedad y las instituciones quedan convertidas no más que en un cascaron vacío, una forma sin fondo fácilmente doblegable y manipulable. En fin, porque la democracia no existe sin demócratas. Es este el molde en que se inscribe el rol del Congreso peruano en los últimos años. 

El legislativo, como es su razón de ser, no opera como el órgano a través del cual se garantiza el funcionamiento del sistema de pesos y contrapesos. 

El legislativo, como es su razón de ser, no opera como el órgano a través del cual se garantiza el funcionamiento del sistema de pesos y contrapesos, no importa la sociedad como conjunto ni prima en sus funciones la búsqueda de respuestas a los intereses y los grandes problemas nacionales; su función, en extremo degradada, se ha reducido a ser un palo en la rueda y a jugar solo en torno a intereses privados y particulares, aureolados además por múltiples hechos de corrupción. 

Crisis de representación 

Pero la crisis de la democracia, que tal vez podamos considerar como resultado de los proyectos fallidos de sociedad, es también parte de lo que viven, en general en América Latina, las dirigencias políticas y sus expresiones partidistas. En el caso del Perú, ni la izquierda ni la derecha fungen como fuerzas capaces de representar al electorado y convencer de que gozan de la confianza y reúnen la capacidades para orientar la respuesta a las demandas que aquejan a sus sociedades. 

Los partidos como fuerzas políticas, ideológicas o programáticas se han desdibujado; sus líderes no encarnan ni el talento ni la estatura ética que tal condición demanda; hay una diáspora de figurines, de propietarios de ya vetustas representaciones o de simples enlaces de la tecnocracia o del sector empresarial, que lejos están de ser los llamados a tomar las riendas de sus países. La privatización o personalización del ejercicio de la política, escindida, valga insistirlo, de cualquier principio ético, roe y castiga el presente y futuro de nuestras sociedades. 

En Perú la crisis de representatividad es tal que en la primera vuelta, que Castillo ganó con solo el 20% de los votos, se presentaron 18 candidatos a la presidencia. De ese poco atractivo mosaico Castillo fue para muchos la elección del mal menor y en segunda vuelta se enfrentó a Keiko Fujimori, que arrastra la huella del gobierno y los genes de su padre, Alberto Fujimori, otro de los estandartes de la debacle peruana, actualmente condenado por corrupción y crímenes de lesa humanidad. Aun así, qué horror y qué mal habla eso del electorado peruano, estuvo a punto de ser elegida, pues la diferencia fue mínima.  

El presidente que no pudo ser

Castillo fue un presidente que desde un comienzo estuvo de tumbo en tumbo, la conformación de su gabinete fue siempre inestable, tanto que por el mismo pasaron alrededor de 80 ministros y en cinco ocasiones tuvo que cambiar al jefe de gabinete. Le faltó también el carisma, la sapiencia y las habilidades que se requerían en un escenario tan complejo como en el que le tocó asumir el cargo. No pudo encarnar el liderazgo y mantener el respaldo mayoritario de los sectores que lo apoyaron en su elección, ni mostrar que su gobierno tenia un norte claro para conducir a la sociedad peruana.   

Si bien como candidato figuraba como el líder en contra del establecimiento, no recogía tampoco las banderas de un movimiento progresista, lo que en parte se reflejó en sus posiciones de rechazo a la población migrante, su oposición a la despenalización de aborto y al matrimonio igualitario, que lo deja ver como parte de una izquierda conservadora, enmarcada en su ascendencia rural y en su enseña de sindicalista de la vieja guardia.  

En suma, fue un personaje inferior a la circunstancias y que toco piso cuando pretendió responder con la misma moneda al intentar disolver el Congreso, que, con todo y lo que se ha dicho, en los juegos del poder, los intríngulis de la política y el manoseo al que ha sido sometido, sigue siendo un órgano vital, o al que hay que revitalizar, para bien del presente y el futuro de la democracia.  

No es un cambio de piezas como en el tablero de ajedrez lo que necesita Perú, cualquiera que sea el rey o la reina que se vuelva a colocar en la casilla del trono podrá en muy poco tiempo llega a estar en jaque y correr la misma suerte de sus antecesores.  

En cualquier caso, se equivocan quienes creen que el problema de Perú obedece a la llegada de Castillo a la presidencia y su origen de izquierda; falso, él no es otra cosa que un incidente más en el intrincado camino por el que se ha venido conduciendo el país durante los últimos años. Por la misma razón, no es un cambio de piezas como en el tablero de ajedrez lo que necesita Perú, cualquiera que sea el rey o la reina que se vuelva a colocar en la casilla del trono podrá en muy poco tiempo llegar a estar en jaque y correr la misma suerte de sus antecesores.  

Los cambios no van a llegar si la democracia sigue anclada a la mecánica electoral de cada cinco años y a unas formas institucionales en manos de una burocracia mediocre, corrupta y totalmente escindida de los diferentes sectores sociales y las demandas que les urge resolver. 

No sobra anotar, porque es parte del paisaje, que, en América Latina, para las élites y sus representaciones políticas es inconcebible que un representante de la izquierda, más aún si tiene origen en los sectores populares o en las llamadas minorías políticas, llegue a ocupar la presidencia. Esto se convirtió para ellas en una cuestión de principios y harán siempre lo que esté a su alcance para bloquear la alternancia en el poder.

Castillo pasará a la historia no como el presidente que hubiera querido ser, el soñado representante de los sectores populares y del Perú profundo, excluido y marginado, sino como un golpista empujado por las circunstancias, que no supo valorar, cuando ninguno de los vientos soplaba a su favor. 

Ahora, como en el famoso cuento de Franz Kafka, ha quedado “Ante la Ley”, la que ahora dispone du su vida y de su libertad,  la misma que lo mantuvo atado para hacerle imposible gobernar.

*Economista-magister en estudios políticos 


jueves, 27 de octubre de 2022

Las razones del dólar

Orlando Ortiz Medina*

La subida del dólar es producto de un conjunto de factores enmarcados en la crisis económica mundial que, desde ya hace varios años, ha venido arrastrando el mundo, y más recientemente por los efectos de la pandemia del covid-19 y la guerra en Ucrania.

Foto tomada de Colombia.com
Produce cierta conmiseración la lectura de la “oposición inteligente” cuando supone que interpreta con la debida sapiencia la escalada del precio del dólar, que afecta a prácticamente todas las economías del mundo. Su brillantez los lleva a la conclusión de que el euro, el yen, la libra esterlina y el yuan chino, para tomar solo las principales, estarían viéndose afectadas porque un representante de izquierda ocupa hoy la presidencia de Colombia. Aterra el argumento, no menos por lo falaz que por lo baladí.

Las verdaderas razones

Lejos de ser resultado del triunfo del Pacto Histórico, la subida del dólar es producto de un conjunto de factores enmarcados en la crisis económica mundial que, desde ya hace varios años, ha venido arrastrando el mundo, y más recientemente por los efectos de la pandemia del covid-19 y la guerra en Ucrania.

Hambre, crisis agroalimentaria y un panorama incierto sobre la explotación, el mercado y el uso de los recursos energéticos amenazan el conjunto del aparato productivo mundial.

Millones de personas en situación de pobreza, concentración inusitada de la riqueza y efectos devastadores sobre los ecosistemas y las posibilidades de realización de la vida en todos los órdenes, y para todas las especies, llaman la atención sobre el modelo de desarrollo y el orden planetario vigente. Hambre, crisis agroalimentaria y un panorama incierto sobre la explotación, el mercado y el uso de los recursos energéticos amenazan el conjunto del aparato productivo mundial y mantienen en vilo el proyecto de sociedad imaginado por el llamado pensamiento ilustrado. 

Casi al unísono con la pandemia, la invasión a Ucrania reconfirmó la fragilidad en la que nos encontramos, como parte que somos de un mundo globalizado. La parálisis o disminución de los ritmos de producción y las disrupciones en los sistemas de transporte, suministro y abastecimiento de bienes, al lado de la instrumentalización y el uso desproporcionado de las fuentes energéticas -el fondo verdadero de la guerra- es lo que está en la base de la alteración del mercado de divisas, de la que por su puesto Colombia no podría ser ajena. De esto no se enteran los cerebros panditos de los voceros de la “oposición inteligente”.    

Hoy su expresión más concreta es la respuesta que los EE. UU. están dando a su crisis económica interna y el impacto que tiene sobre el resto del mundo. Dos trimestres continuos de caída de su PIB, 0,4% en el primero y 0,2% en el segundo de 2022, que técnicamente se conoce como una recesión, y una tasa de inflación que llega al 8,2% anual a finales de septiembre de 2022, lo han llevado a reaccionar con una serie de medidas con las que hábilmente logra que los platos rotos de la crisis no sean los de su vajilla. 

La subida de las tasas de interés como medida para contener la inflación por parte del Banco de la Reserva Federal -FED- de los EE. UU., hacen que su divisa se convierta en un bien más atractivo respecto a las demás monedas del mundo.

La subida de las tasas de interés como medida para contener la inflación por parte del Banco de la Reserva Federal -FED- de los EE. UU., hacen que su divisa se convierta en un bien más atractivo respecto a las demás monedas del mundo, lo que pone por encima su precio. Es ello lo que explica que, además del peso colombiano, monedas como el euro se haya devaluado el 15% frente al dólar, la libra esterlina el 20 %, el yen igualmente un 20% y 11,38% el yuan chino, entre enero y septiembre de 2022

Mandemos nuestro dinero para los EE. UU. deciden los inversionistas, convirtamos todo a dólares o compremos bonos del tesoro, que con tasas de interés tan elevadas resultan ser el mejor negocio. Esa es la realidad del mercado, así lo explica el abecé de la oferta y la demanda: cuando un bien se hace escaso su precio se eleva. Es elemental, para principiantes. Es lo que está ocurriendo con la divisa verde que, al migrar hacia su propia casa, se escasea en los demás países y su precio se eleva: se revalúa, mientras, consecuencia obvia, las demás divisas bajan de precio: se devalúan.  

De cara a la cada vez mayor incertidumbre mundial, el tamaño y mayor estabilidad que, de todas maneras, revisten la economía de los EE. UU. contribuyen a que se vea como un país más rentable y sobre todo más seguro para los inversionistas.

De cara a la cada vez mayor incertidumbre mundial, el tamaño y mayor estabilidad que, de todas maneras, revisten la economía de los EE. UU. contribuyen a que se vea como un país más rentable y sobre todo más seguro para los inversionistas. No es un dato menor, pues la guerra en Ucrania ha afectado menos su economía que la de Europa y Asia, especialmente en lo que a la crisis energética se refiere, debido a la alta dependencia por parte de estos últimos, del petróleo, el gas y el carbón de Rusia, que en esta coyuntura tiene la sartén por el mango. 

Difícil darle la razón a quienes se autoestimulan para convencerse de que el responsable de esta situación es un presidente que no alcanza a cumplir todavía tres meses de gobierno.

Los Impactos 

La elevación de las tasas de interés ha sido la formula asumida por los bancos centrales como alternativa para contener la inflación y/o para paliar la salida de divisas que se produce desde sus países, por efecto de medidas como las que se vienen tomando por parte de los EE. UU.   

Lo que ocurre es que el efecto termina siendo letal. Subir tasas de interés equivale a encarecer el dinero; hace que empresarios y consumidores se abstengan de acudir al crédito, contrae la demanda, desestimula la inversión y lleva finalmente a la caída del producto y del empleo. Un círculo vicioso en el que el remedio resulta peor que la enfermedad, pues lo que se aprecia es que las medidas de contención de la inflación han sido poco efectivas y, en cambio, sí están afectando la actividad productiva. 

En Colombia, la inflación ha venido en ascenso continuo desde marzo de 2021, cuando cerró en 1,51%, y llegó a 11,44% en septiembre de 2022, a pesar de que la tasa de interés haya subido en el último año (septiembre de 2021 a septiembre de 2022) 8,25 puntos porcentuales, al pasar de 1,75 a 10. La devaluación, por su parte, subió el 31,1% durante el cuatrienio de Iván Duque, al pasar de $3027,39 en agosto de 2018 a $4.400,16 en agosto de 2022, tendencia que se ha mantenido y alcanza un crecimiento de 19,82%, entre septiembre de 2021 y  septiembre de 2022, de acuerdo con el Banco de la República. 

Tasas de interés, inflación y devaluación elevadas son un coctel tóxico para cualquier economía. 

Tasas de interés, inflación y devaluación elevadas son un coctel tóxico para cualquier economía. Más para países como Colombia que tienen una alta dependencia del consumo de bienes e insumos importados, resultado de un modelo de desarrollo en donde el capital financiero y las industrias extractivas se sobrepusieron a los sectores agrícola, industrial y agroindustrial, que casi acabaron con el aparato productivo nacional y son responsables de que el país tenga hoy una muy débil y poco diversificada canasta exportadora. En el contexto de la actual crisis mundial, esto último sí que nos está pasando factura. 

Aparte del impacto inflacionario, la revaluación del dólar y la elevación de las tasas de interés aumenta el valor del servicio de la deuda externa, tanto por los mayores costos de amortización como de los intereses, lo que afecta además la capacidad fiscal de los países. En Colombia, Duque llevó la deuda del 39,6% del PIB, al cierre de 2018, al 50,7% en el segundo trimestre de 2022. Paralelamente dejó un déficit fiscal de cerca del 7% del PIB, uno de los más altos en los últimos años; un déficit en cuenta corriente que llega a 5,9% del PIB al cierre del primer semestre de 2022, una tasa de pobreza monetaria del 39,3% y un desempleo cercano al 11%.

Con unas finanzas públicas debilitadas y unos indicadores tan poco alentadores, se hace más difícil que el Estado cumpla sus obligaciones en materia de inversión y gasto social. Un mayor deterioro de la imagen del país está a la orden del día en el escenario internacional, por la lectura que hagan tanto las calificadoras, como los inversionistas y las entidades prestamistas; lo que se conoce como el riesgo país. 

¿Cuáles son las Perspectivas? 

Las perspectivas para el año 2023 no son las mejores. Las probabilidades de una recesión mundial son cada vez más cercanas. La continuidad de la guerra en Ucrania, su impacto sobre los precios de los combustibles y la desaceleración de las economías de Europa y China y sus efectos sobre el resto del mundo seguirán siendo un hecho, más cuando todavía se sigue cabalgando sobre los efectos de la pandemia.    

Lo más seguro es que EE. UU. mantenga su política de tasas de interés al alza, con los impactos ya anotados sobre los demás países. La confirmación de una recesión de su economía sería especialmente gravosa para América Latina, por la elevada dependencia de sus países, bien como proveedores o bien como compradores de sus bienes y servicios. 

 La alta dependencia de los ingresos por la venta de hidrocarburos debe ser revisada, el país requiere diversificar su oferta de bienes y servicios y contar, no solo con mayor capacidad de autoabastecimiento, sino con nuevas fuentes de divisas

Teniendo en cuenta que las medidas de control monetario no están siendo efectivas, los rectores de la política económica deberían repasar sus manuales. La alta dependencia de los ingresos por la venta de hidrocarburos debe ser revisada, el país requiere diversificar su oferta de bienes y servicios y contar, no solo con mayor capacidad de autoabastecimiento, sino con nuevas fuentes de divisas. Es imperativo el avance hacia nuevas alternativas de provisión de energía, menos lesivas con el medio ambiente, y ojalá al margen de las posiciones dominantes de las grandes potencias, que se sirven de ellas para auspiciar o sostener las guerras. 

Al gobierno de Gustavo Petro le corresponde tener todas las precauciones en un escenario tan desfavorable. Reversar las consecuencias de un modelo de desarrollo que acumula falencias erigidas durante décadas, sobre todo en materia de justicia social, ambiental y económica, pilares de su propuesta de gobierno, al lado de la consolidación de la paz, no va a ser fácil. La oposición “inteligente” sueña con que esas aspiraciones sean su fracaso, el país sensato y que ha padecido los desaciertos de tal inteligencia deberá insistir en la necesidad del cambio. 

*Economista-Magister en estudios políticos 


miércoles, 28 de septiembre de 2022

Diálogos Regionales Vinculantes

Los Diálogos Regionales Vinculantes dan el sentido que corresponde a la democracia participativa, son la oportunidad para que cada ciudadano y ciudadana se asuman como parte constitutiva de la sociedad y del Estado.

Orlando Ortiz Medina*


Foto: USIL TV
En su primera alocución a los colombianos en ejercicio de sus funciones, el presidente de la República, Gustavo Petro Urrego, convocó a los Diálogos Regionales Vinculantes -DRV-, con los que se inicia la formulación del Plan Nacional de Desarrollo que orientará su gobierno durante los próximos cuatro años.  

Los DRV serán un recorrido por 50 territorios del país para conocer los intereses y necesidades de los ciudadanos, que serán llevados al articulado del Plan cuya elaboración está a cargo del Departamento Nacional de Planeación -DNP-.  

Con esta convocatoria el Pacto Histórico deja de ser tan solo el eslogan que orientó la campaña y llevó a Petro a erigirse como el primer presidente de izquierda en Colombia, para empezar a tomar cuerpo en una propuesta de construcción colectiva, en efecto un pacto histórico, que termine de encaminar el país hacia una etapa en la que la democracia deje ser el asunto esencialmente procedimental a que ha estado reducido durante los más de doscientos años de vida republicana. 

Los DRV dan el sentido que corresponde a la democracia participativa, son la oportunidad para que cada ciudadano y ciudadana se asuman como parte constitutiva de la sociedad y del Estado y, como tal, del modelo de sociedad que quieren y con el que aspiran a comprometerse para dejar de vivir en un orden impuesto y pasar a convertirse en sujetos y protagonistas de un orden autofundado (Toro, 2001).  

Son la manera de seguir abonando el camino que política y culturalmente nos aleje de formas de representación que desvirtuaron la esencia y el valor de la democracia.

Son la manera de seguir abonando el camino que política y culturalmente nos aleje de formas de representación que desvirtuaron la esencia y el valor de la democracia, pervirtieron el sentido de lo público, se apropiaron de la institucionalidad, y en no pocos casos derivaron en poderosas mafias y redes de corrupción que royeron el erario y condenaron, especialmente a las regiones más apartadas, al atraso, la precariedad productiva y de servicios y la insolvencia administrativa y financiera.

Ya casi agotadas las tradicionales representaciones partidistas, y sobre la base de las nuevas formas de participación y representación que han emergido en los últimos años, uno de los legados del Pacto Histórico deberá ser la consolidación de un nuevo sistema de mediación entre el Estado y la sociedad civil, que inspirado en verdaderos valores democráticos nos conduzca como sociedad y como país hacia un nuevo umbral de la cultura y la civilización política.   

Lo que espera el nuevo gobierno es que el Plan Nacional de Desarrollo sea el resultado de un gran acuerdo que integre la diversidad y consulte las agendas de cada una de las regiones.

Lo que espera el nuevo gobierno es que el Plan Nacional de Desarrollo sea el resultado de un gran acuerdo que integre la diversidad y consulte las agendas de cada una de las regiones, su vocación productiva y sus especificidades económicas, biofísicas y culturales.  Asimismo, las problemáticas que les asisten y las propuestas que surjan de quienes desde sus expectativas e identidades las habitan: indígenas, afrocolombianos, jóvenes, mujeres, comunidades diversas, campesinos, etc. 

Se trata de empezar a dar respuesta a las demandas más urgentes, pero en una perspectiva que a mediano y largo plazo coloque al país en una senda de desarrollo que nos conduzca hacia un orden más justo, equitativo y democrático, como única alternativa para avanzar hacia la consolidación de una paz definitiva.  

Las propuestas que surjan desde las regiones estarán inscritas en las grandes apuestas nacionales que orientan las iniciativas de cambio del Pacto Histórico: la paz, la justicia social y la justicia ambiental.

Las propuestas que surjan desde las regiones estarán inscritas en las grandes apuestas nacionales que orientan las iniciativas de cambio del Pacto Histórico: la paz, la justicia social y la justicia ambiental. Se enmarcan, además, en cinco rutas de transición: el cambio climático, en el que se aspira a que el país asuma el liderazgo internacional; el paso de una economía extractivista a una economía productiva, la reducción de la desigualdad, la evolución hacia una sociedad garante de derechos y el paso de la guerra a la paz. 

En torno a la consolidación de la paz el gobierno enfatiza en el diálogo con los actores armados como el camino de solución del conflicto, en consonancia con un nuevo concepto de seguridad, la seguridad humana, que lo desmarca de versiones anteriores, especialmente la Seguridad Democrática, inspirado en un enfoque estrictamente militar. El tema de la justicia social, por su parte, está asociado con la garantía del acceso a derechos, el desarrollo de un sistema que revitalice las zonas rurales, estimule la producción agroalimentaria y promueva el uso de energías renovables en los territorios. 

Con el viraje que ha dado, Colombia vive un momento decisivo y hace inminente construir una nueva narrativa en torno a lo que significa la participación ciudadana en la definición del destino de sus regiones, lo que no será viable si no se fijan también los parámetros de una nueva cultura política y una nueva narrativa de lo que significa el desarrollo. 

Se requiere insistir en que otra forma de vida es posible, que se puede movilizar el imaginario de un orden social distinto, ética, política e institucionalmente vinculante.

Se requiere insistir en que otra forma de vida es posible, que se puede movilizar el imaginario de un orden social distinto, ética, política e institucionalmente vinculante (Cordero, 2021), menos lesivo con los recursos naturales, basado en la defensa de la vida y capaz de asegurar mayor equidad para regiones, grupos étnicos, hombres, mujeres y comunidades diversas.

La tarea no va a ser fácil, hay ingentes demandas de atención y de justicia por parte de las regiones, que se traducen en un llamado a mayor inversión social por parte del Estado, exigencia de garantías de seguridad para sus habitantes, respuesta a sus necesidades de infraestructura pública y de servicios que los hagan menos vulnerables a desastres antrópicos y menos dependientes en el abastecimiento de mercados. La deuda social heredada es enorme y rebasa la capacidad de un gobierno que en solo cuatro años apenas dejará sentadas las bases para cambios estructurales que desde hace décadas el país ha debido acometer. 

Este es al mismo tiempo su más grande compromiso, en un escenario de muchas dificultades por los efectos que aún se sienten de la pandemia y por las secuelas de un gobierno que en todas las materias dejó su libreta de notas con un saldo en rojo.

Gustavo Petro fue elegido con el voto de los sectores más vulnerables, con ellos construyó una fuerte identidad durante su campaña y son hoy la fuente principal de su legitimidad; este es al mismo tiempo su más grande compromiso, en un escenario de muchas dificultades por los efectos que aún se sienten de la pandemia y por las secuelas de un gobierno que en todas las materias dejó su libreta de notas con un saldo en rojo.

Esperemos que este ejercicio de construcción colectiva al que se convoca con los DRV ayude a despejar el camino hacia ese país tan negado y tanto tiempo anhelado, especialmente por quienes sin ninguna razón que pueda justificarse han llevado sobre sus hombros el mayor peso de los sufrimientos.

*Economista-Magister en estudios políticos


 Referencias bibliográficas

Castoriadis, C. (1995), La democracia como procedimiento y como régimen, En línea, disponible en:  https://red.pucp.edu.pe/ridei/files/2011/08/881.pdfrecuperado 27 de septiembre de 2022

Cordero, R. (2021), La fuerza de los conceptos, ensayos en teoría crítica e imaginación política, Santiago de Chile, ediciones metales pesados. 

Toro, B. (2001), El ciudadano y su papel en la construcción de lo social, Bogotá, documento en Word. 


miércoles, 21 de septiembre de 2022

Petro en la ONU


Aunque en singular y en primera persona, pero con énfasis en un plural solemne, el presidente le habló al mundo a nombre del millón de latinoamericanos que mueren asesinados, de los dos millones de afros que son encarcelados en América del Norte, de los miles de campesinos que son despojados y desarraigados de su tierras en Colombia, 

Orlando Ortiz Medina*

Foto tomada de RTVC Noticias
Magistral el discurso del presidente Gustavo Petro ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. En español y sin haber llevado las acostumbradas rodilleras que guardaban en palacio los mandatarios que lo han antecedido, fue al grano, preciso y sin titubeos, a cantarle las verdades a los que se niegan a reconocer el fracaso de sus guerras y los efectos letales que han causado sobre prácticamente todo el planeta. 

Sin llevarle saludos de nadie, les recordó a los asistentes que hablaba en nombre de una tierra bella y ensangrentada, de magia y mariposas amarillas, a la que habita una selva condenada por el peso de sus ambiciones, que están cobrando la vida de millones de personas.

 Nada dijo que no sea más que la sensata demanda del presidente de una nación que justamente lo eligió con la esperanza de generar un cambio

Con la altura y autoridad que le otorga ser el mandatario del país que más ha padecido la insensatez de sus políticas, les habló de la hipocresía que los cubre, cuando con el pretexto de proteger la naturaleza lo que están haciendo es destruirla, porque lo que realmente los mueve es la explotación de los recursos con que buscan mantener el crecimiento desmedido de su riqueza, sin que para nada les importe la vida de las especies que la habitan.  

Más peligroso que la adicción a la cocaína es la adicción al poder, les dijo también con sobrada razón, con actitud irreverente y una buena dosis de insolencia que, vale decir, es bien vista y necesaria frente a un público en gran parte acostumbrado al desfile de mandatarios habituados a inclinarse ante la tropilla de reyes sin corona que esperan que se les brinde pleitesía en este tipo de eventos.

Petro rompió los moldes y no fue a pedir conmiseración sino a hacerse oír con dignidad a nombre de una América Latina ya cansada de seguir poniendo los muertos 

Petro rompió los moldes y no fue a pedir conmiseración sino a hacerse oír con dignidad a nombre de una América Latina ya cansada de seguir poniendo los muertos y ofrendando sus recursos a quienes prefieren mantener su ímpetu depredador, antes que reconocer que lo que para ellos es un éxito para otros es el más rotundo fracaso al que la más reciente etapa de la civilización nos haya conducido. 

Que no nos sigan intoxicando con el veneno fabricado en sus laboratorios, que no sigan culpando a quienes solo son víctimas, que no quemen la selva a nombre su codicia, que jamás habrá paz mientras exista desigualdad social, que cambien su deuda por naturaleza, que ni la guerra contra las drogas ni ninguna otra guerra le sirve a la humanidad. Nada dijo que no sea más que la sensata demanda del presidente de una nación que justamente lo eligió con la esperanza de generar un cambio que convoque a la humanidad entera para que sea la vida la que se sobreponga a la pulsión de muerte que mueve a quienes, ante la evidencia del desastre, prefieren mantenerse con una venda en los ojos.  

Aunque en singular y en primera persona, pero con énfasis en un plural solemne, el presidente le habló al mundo a nombre del millón de latinoamericanos que mueren asesinados, de los dos millones de afros que son encarcelados en América del Norte, de los miles de campesinos que son despojados y desarraigados de su tierras en Colombia, de los que al inmediato futuro aumentarán estas cifras si la ceguera y tozudez de los que se reclaman dueños de la razón no escuchan y no ceden al clamor de quienes padecen sus consecuencias.  

Refiriéndose a lo que pasa en el propio patio de los rectores de las políticas, los invitó a preguntarse y a repensar cómo enfrentan las penas y vacíos de sus propias sociedades

Refiriéndose a lo que pasa en el propio patio de los rectores de las políticas, los invitó a preguntarse y a repensar cómo enfrentan las penas y vacíos de sus propias sociedades para que su falta adecuada de respuestas no siga desplegando el eco oneroso que tienen sobre quienes pagamos la culpa sin ser para nada los responsables del pecado. 

Alguien, y ese alguien fue Gustavo Petro, tenía que decir lo que se dijo y ante la audiencia y en el lugar que se dijo, el escenario en el que se congregan la mayoría de las naciones del mundo para organizar la agenda que pone los temas y problemáticas de los que la humanidad entera tiene que ocuparse, so pena de fenecer si no se corrige el rumbo de una civilización en crisis, sobre todo de las razones que han inspirado los cometidos del desarrollo arrodillando la racionalidad a la codicia y alejados cada vez más de una ética de la vida. 

Terminó su intervención invocando a América Latina a que se una al llamado a detener la guerra, a evitar que siga siendo la excusa para evadir las medidas que nos libren del riesgo de ver morir el sueño de la democracia, a abogar también porque antes que los torrentes de sangre sean los verdes y las aguas abundantes las que fluyan por las arterias de la tierra.

Los puntos quedaron sobre las íes. Amanecerá y veremos… Si es que el tiempo nos alcanza para un nuevo amanecer.


*Economista-Magister en estudios políticos 

martes, 2 de agosto de 2022

Si Salud fuera policía


Quiere doña mala Salud capitalizar para sus odiosas diatribas el criminal y repudiable “Plan Pistola” que ha segado la vida de cerca de veinte policías solo en el mes de julio.

 Orlando Ortiz Medina*

Foto tomada de El Heraldo
Salud Hernández Mora es una advenediza lenguaraz, destacada por su tono pendenciero y marcado ante todo por el tinte fascista de su ideario, heredado de la falange franquista, de la cual es una máxima exponente.  

Española de origen y sañuda de corazón, olvida que conquista y colonia son ya épocas remotas y que su estancia en Colombia le exige un mínimo de respeto y discreción con una ciudadanía que, en general, pese a su insolencia la ha acogido con humildad y respeto.

Sabido es de sobra su arrojo y devoción por la extrema derecha y, por eso mismo, su odio visceral hacia la izquierda, o lo que ella considera izquierda, de quien no pierde ocasión para infamar y estigmatizar, incluso con su desagradable y agresiva gestualización, más diciente siempre que sus propios escritos o elucubraciones orales. Solo verla da miedo.

Como es extranjera y no ha tenido que vivir en su pellejo las afugias de la guerra que hemos padecido la mayoría de los colombianos, ha sido una de las más férreas opositoras del proceso de paz. 

Como es extranjera y no ha tenido que vivir en su pellejo las afugias de la guerra que hemos padecido la mayoría de los colombianos, ha sido una de las más férreas opositoras del proceso de paz; botafuego por boca y nariz cual dragón enardecido, se recrea incitando a la violencia, sobre todo la oficial, de la cual ha sido una gran devota.   

Si yo fuera policía en el gobierno Petro, pondría en marcha la política de brazos cruzados, de mirar para otro lado”, dijo en una publicación reciente de la revista Semana. 

Ya en otra ocasión había llamado a los policías a "no acercarse nunca” a la designada ministra de Cultura, Patricia Ariza, y a que dejaran que “la cuiden los de la Primera Línea o los antiguos guerrillos de las FARC”. Qué desmande y que descache el de esta nostálgica de los chapetones, cuyo dolor por la pérdida del poder de sus compinches del fascismo hasta ahora encumbrados en el poder parece tenerla sin estribos y padeciendo insomnios y desvaríos. 

Se olvida que la Policía es un órgano vital del Estado de derecho y que debe obediencia al presidente de la República, así este no sea de su parecer.

Se olvida que la Policía es un órgano vital del Estado de derecho y que debe obediencia al presidente de la República, así este no sea de su parecer. Ese llamado a la insubordinación de un cuerpo armado debería considerarse como delito; por mucho menos durante el Gobierno de Iván Duque, cuya finalización la debe tener lagrimeando, fueron expulsadas varias personas de Colombia. 

Cuestiona también la insalubre columnista al designado ministro de Defensa, doctor Iván Velásquez, a quien de paso bautiza como enemigo de la Policía y acusa de no conocer a “esa otra Colombia”, ¿Cuál?, a lo sumo la de Salud, que es siniestra y misteriosa.

Ya quisiera esta exótica peregrina tener en la cabeza el país que una persona como Iván Velásquez lleva en sus entrañas y por cuyo Estado de derecho ha jugado su carrera como jurista. Si por algo fue designado como ministro de Defensa es justamente por su entereza. También porque el país reclama un nuevo comportamiento y una nueva ética de su Policía y sus fuerzas armadas, tan deslucidas especialmente durante los, por fortuna, ya agónicos gobiernos uribistas. 

Que no vengan ahora, ella y sus defensores, a escudarse en la libertad de expresión. Es más que eso, pues se trata del acatamiento que le corresponde rendir a un orden constitucional, a una ciudadanía que de su parte merece todo el respeto y a la misma Policía que seguro hará caso omiso de su descocado llamado a la desobediencia. Pero, además, porque miente cuando dice que ya Santos había impulsado “la política de brazos cruzados” y especula cuando afirma que será profundizada ahora por el nuevo ministro de Defensa. De mentir y especular no se trata la libertad de expresión. 

En lo único que atina es cuando dice que nunca ha sido fácil ser policía en Colombia, por sus salarios bajos, los ascensos demorados, el trato como parias, las estaciones de Policía precarias, el horario laboral esclavista, las relaciones familiares complejas, entre otras. Eso es cierto porque la Policía, a la que llegan principalmente personas de los sectores más vulnerables de la sociedad, ha sido tratada con desmedro por las propias élites gobernantes, que son las que más se han servido de sus sacrificios.

Por fortuna, el presidente Gustavo Petro se ha comprometido a mejorar sus condiciones, que bien merecido lo tienen; a ello se suma el compromiso de una paz total, que será sin duda la mejor manera de cuidar, no solo a los policías sino a la sociedad entera, incluidos los (as) que llegan a estorbar sin haber sido invitados (as). 

Quiere doña mala Salud capitalizar para sus odiosas diatribas el criminal y repudiable “Plan Pistola” que ha segado la vida de cerca de veinte policías solo en el mes de julio.

Quiere doña mala Salud capitalizar para sus odiosas diatribas el criminal y repudiable “Plan Pistola” que ha segado la vida de cerca de veinte policías solo en el mes de julio, sin reconocer que es parte de la incapacidad e ineptitud del nefasto gobierno de Iván Duque y del cumplimiento a la orden su partido de “hacer trizas la paz”, que ella misma ha vitoreado.

Se le olvida, como escribió de su propia pluma en el prólogo del libro Mi Confesión , que narra la historia del jefe paramilitar Carlos Castaño Gil, que lo que ocurre es… 

“Un reflejo de la descomposición de la sociedad colombiana, de la suciedad de un conflicto armado que hace años dejó de ser ideológico, del cinismo e ineptitud de los políticos, de la incapacidad del Estado de cumplir sus funciones constitucionales, de la falta de ética de los dirigentes y de algunos dueños de medios de comunicación, de la crueldad de los grupos al margen de la ley, de la doble moral de todos ellos; en fin, una radiografía a veces siniestra y en ocasiones patética, de una nación que naufraga ante la pasividad de su clase dirigente y el sentimiento de impotencia de sus ciudadanos”.

Por fortuna, con fe y con esperanza estamos en la hora de los cambios, aunque no para que Salud sea policía. 


*Economista-Magister en Estudios políticos 


domingo, 5 de junio de 2022

Colombia elige: Civilización o barbarie

 

Si bien Gustavo Petro y Rodolfo Hernández parecieran sintonizar al mostrarse como la contracara del establecimiento derrotado, en su forma y contenidos sus propuestas son, por el contrario, absolutamente divergentes.

Orlando Ortiz Medina*


Tomada de La República
Dos candidatos que, desde distintas orillas y trayectorias políticas y personales se manifiestan, cada uno a su manera, desde el otro lado del establecimiento; quedaron en punta para disputarse la Presidencia de la República de Colombia, cuya segunda vuelta se celebra el próximo 19 de junio.

El mensaje fue muy claro, la ciudadanía ratificó el llamado al cambio que se viene haciendo desde 2019 con un movimiento social que, liderado especialmente por los jóvenes, se ha tomado las calles de las principales ciudades, y cuya mayor expresión se dio entre los meses de abril y junio del 2021, especialmente en la ciudad de Cali. 

La derrota de Federico Gutiérrez simboliza el cansancio de los electores con la vieja política, el hundimiento de los históricos partidos Liberal y Conservador y sus derivaciones más recientes representadas en Cambio Radical, el Partido de la U y el Centro Democrático, para aludir solo a los principales. 

Es también la bofetada con que la ciudadanía quiere despedir al nefasto Gobierno de Iván Duque, que deja un país deshecho en la violencia, el crecimiento de la pobreza y en una quiebra casi que total de las de por sí precarias instituciones de la democracia

Es también la bofetada con que la ciudadanía quiere despedir al Gobierno de Iván Duque, que deja un país deshecho en la violencia, el crecimiento de la pobreza y en una quiebra casi que total de las de por sí precarias instituciones de la democracia. Cooptó a todos los organismos de control, abusó de su cargo para hacer campaña a favor de su candidato, el derrotado Federico; toleró la violación de los derechos humanos por parte de la fuerza pública, a quien se subordinó, permitiéndoles también su intervención en política y sonándose las narices con la constitución, que tantas veces se ha pasado por la faja.  

Si Duque, el Centro Democrático y el resto de la coalición que lo secundó en el Congreso de la República querían con Gutiérrez mantenerse en el control del Estado y haciéndole la venia a la horda de corruptos que estaban convencidos de que nunca les iba a llegar la hora, la ciudadanía que mayoritariamente votó el pasado 29 de mayo les dijo basta ya, como el pasado y el presente, nuestro futuro no es de ustedes, estamos dispuestos para el cambio.   

Hasta ahí bien, pero también es cierto que, luego de la primera vuelta, queda en ciernes la dirección del cambio, que puede no ser o ser hacia atrás o hacia adelante. 

Si bien Gustavo Petro y Rodolfo Hernández parecieran sintonizar al mostrarse como la contracara del establecimiento derrotado, en su forma y contenidos sus propuestas son, por el contrario, absolutamente divergentes. Uno y otro muestran la polarización que verdaderamente está en el fondo de lo que nos ha mantenido como el país que somos; no la de la paz o de la guerra que se ha utilizado para ganar gracias políticas; tampoco la de la izquierda, la derecha o el centro que, al fin y al cabo, son parte de la diversidad que le da sentido y razón de ser al ejercicio de la política. 

La tensión que quedó marcada el pasado domingo es la que se presenta entre el país que quiere entrar en la escena de las verdaderas trasformaciones: sociales, económicas, políticas, culturales, y aquel que, a pesar de que grita el cambio, añora mantenerse en los moldes del país premoderno y anclado en los valores de una sociedad medieval. 

Rodolfo Hernández es un candidato sin talla de estadista, no sabe de la estructura y el funcionamiento del Estado, no conoce la geografía del país, no sostiene un debate, literalmente no sabe nada de lo que habla. Sin embargo, sus actuaciones, discurso y actitudes lo conectan fácilmente con una franja de electores que, si bien rechaza seguir siendo representada por los políticos tradicionales, se mantiene culturalmente atrasada y es políticamente conservadora. 

Es machista, misógino, xenófobo, homofóbico, soez al hablar y agrede sin reparos física o verbalmente cuando se le increpa; aun así, más bien por eso, logra cooptar esa masa de votantes a la que le permite reafirmarse en su universo simbólico y de representaciones ancladas a la figura del patriarca, el padre regañón y autoritario, sin importarle reparar en la razonabilidad de sus juicios y realizaciones.

Gustavo Petro, por su parte, tiene un programa renovador y progresista, conoce el manejo del Estado, domina con maestría cada uno de los temas que, no solo Colombia, sino la agenda pública internacional tiene sobre la mesa: la lucha contra los efectos del cambio climático, el uso de energías y tecnologías limpias, la lucha contra el hambre, la pobreza y la reducción de la desigualdad, la cobertura universal en el acceso a la salud, la educación y el derecho a la jubilación, además de una agenda de género como premisa imperativa para el cambio y una lucha frontal contra la corrupción.  

No obstante, a pesar de su conocimiento y la visión de futuro y humanista de su programa, Petro, qué paradoja, no logra llegar a aquellos para quienes éste tendría más sentido y deberían ser los primeros en acogerlo. La razón ya en parte está dicha, estamos frente a un electorado, al menos una gran parte de él, para el que los asuntos programáticos y de contenido son menos importantes que su fe, sus creencias y sus funciones emocionales más primarias; portador, además, de un saber y un bagaje cultural que lo mantiene enajenado, acrítico y formado para normalizar la subordinación y el acostumbramiento a mínimos de sobrevivencia.

Es importante que no se lea esto como un juicio peyorativo a las personas, se parte de entender que todas las decisiones humanas son producto de cómo hemos sido educados, cómo hemos sido construidos social y culturalmente y que no somos ajenos ni a la historia ni a la sociedad de la que formamos parte.

Es ese el electorado al que fácilmente se le llena el saco de su conciencia cuando se le dice lo que quiere oír, se le lleva a lugares comunes y se le convoca sin mayor esfuerzo con mensajes ya de antaño trillados y siempre burlados, como el único con el que Rodolfo Hernández enarbola su campaña: acabar con la corrupción, sin decir cómo y teniendo, él mismo, decenas de investigaciones en curso en la Fiscalía General de la Nación. Es importante que no se lea esto como un juicio peyorativo a las personas, se parte de entender que todas las decisiones humanas son producto de cómo hemos sido educados, cómo hemos sido construidos social y culturalmente y que no somos ajenos ni a la historia ni a la sociedad de la que formamos parte.

 Ese es pues el escenario al que nos enfrentamos.

Por un lado, Hernández y la seguridad de un retorno al pasado y una puesta en peligro de lo poco que queda de institucionalidad. Es al fin y al cabo un candidato solo transitoriamente desmarcado del establecimiento, que inevitablemente terminará absorbiéndolo por su incapacidad demostrada en los asuntos del Estado, el talante apenas retórico de su discurso, y porque necesariamente, como en efecto ya lo hizo, tiene que arrastrar el apoyo de la vieja clase política para ganar la presidencia; en caso de que así fuera, para garantizar la gobernabilidad, lo que le acarreará un elevado costo en reparto de dádivas y burocracia que pesará sin reparos sobre los recursos del Estado.

Por otro lado, con Gustavo Petro, que aún mantiene el reto de convocar a una ciudadanía que esté dispuesta a reflexionar y asumir el reto de que el país se dirija hacia un verdadero cambio, antes que a reencauchar y abrirle un espacio de resiliencia a quienes el pasado 29 de mayo recibieron el rechazo mayoritario de los electores.

Colombia merece darse una oportunidad después de más de doscientos años en que han gobernado los mismos, es necesario que sean relevadas las viejas dirigencias que han destruido al país; la pobreza, la violencia, la desigualdad, el hambre en que se mantiene una gran parte de la población no pueden seguir siendo la fotografía que ilustra la realidad nacional. 

La manipulación y el miedo infundado no serán los que esta vez guíen la decisión del elector, si algún miedo existe es justamente el del triunfo de un personaje como Rodolfo Hernández, con el que el país va a tocar fondo y se va a seguir profundizando la crisis institucional y la segura caída en un régimen autoritario. Ya anunció que su primer acto de Gobierno será declarar la conmoción interior, qué peligro para alguien que, así luego haya tratado de corregirse, se declara admirador de Adolfo Hitler

El ideario de un país moderno, incluyente, que no entrampe los rieles por donde se conducen las transformaciones culturales y de un ejercicio civilizado de la política no cabe en la mente estrecha y retrógrada de un personaje como Rodolfo Hernández

El ideario de un país moderno, incluyente, que no entrampe los rieles por donde se conducen las transformaciones culturales y de un ejercicio civilizado de la política no cabe en la mente estrecha y retrógrada de un personaje como Rodolfo Hernández. La corrupción no se resuelve a gritos ni a bofetadas, menos si quedamos en cabeza de alguien para el que la economía es un asunto escindido de la ética y liderada por personajes sin escrúpulos. Además, eso de que el rol de las mujeres es quedarse en la casa es un desatino que busca tirar por la borda más de un siglo de lucha por sus derechos, pero sobre todo un exabrupto histórico impresentable ya avanzadas más de dos décadas del siglo XXI.   

Aunque es difícil luchar contra el calado cultural sobre el que esperan seguir cabalgando las huestes de la vieja política, hay que insistir para que el Gobierno no quede de nuevo en manos de quien ignora los asuntos más elementales del manejo del Estado. La posibilidad del cambio es total y se avizora con esperanza el giro civilizatorio por el que una gran parte del país puja para avanzar.

Ojalá que este punto crítico en que se encuentra Colombia no termine, con Hernández, en un retroceso que trunque las aspiraciones de quienes en estos últimos años le han venido abriendo espacio a nuevas voces y a una nueva generación de dirigentes que saben, además, que los cambios políticos son ante todo cambios culturales.

Estamos ante dos opciones: civilización o barbarie. 


*Economista-Magister en estudios políticos 


sábado, 26 de marzo de 2022

Colombia cambiará de rumbo


Debemos decir que estamos en uno de los momentos más críticos de nuestra historia reciente, en medio de una campaña electoral en donde se advierte una más aguda confrontación por la posible sustitución del pacto hegemónico que se ha mantenido durante prácticamente toda nuestra vida republicana.

Orlando Ortiz Medina*


Foto tomada de Revista Semana

Cumplida la primera jornada electoral de 2022, en la que ya se definió la composición del Congreso y los candidatos de las diferentes coaliciones partidistas, los resultados vaticinan que lo más probable es que Colombia se dirige de manera inevitable hacia un cambio de rumbo.   

Como se esperaba, Gustavo Petro, líder del Pacto Histórico, confirmó a Francia Márquez como su compañera de fórmula a la presidencia de la República. 

No pudo ser mejor la decisión, Francia es sin duda la revelación en la actual coyuntura política del país; no precisamente porque sea nueva en el escenario, pues, pese a su juventud, tiene ya una trayectoria reconocida a nivel nacional e internacional como lideresa ambiental y representante destacada de la población afrocolombiana, sino sobre todo porque ella simboliza el cambio social, político y cultural que hemos venido presenciando en los últimos años.

En la voz de Francia se escucha a quienes se manifestaron en el estruendoso e inédito cacerolazo del 21 de noviembre de 2019 y a todos los que se movilizaron contra la violencia, el hambre, la pobreza y el desempleo entre los meses de abril y junio de 2021.

Mujer, madre cabeza de hogar, afro, ambientalista, víctima de la violencia, hija de uno de los tantos territorios abandonados por el Estado, es, como ella misma lo dice, la representante de "los nadies", pero de los nadies que hoy salen del anonimato y se levantan como parte de esas nuevas identidades que toman cuerpo en una fuerza política alternativa, dispuesta a que se reconfigure el mapa del poder en Colombia. 

Las viejas dirigencias partidistas se encuentran sumidas en su más profunda crisis de liderazgo y legitimidad, su proyecto excluyente ha hecho aguas y su desconexión con las grandes mayorías es cada vez más latente.

Con todo y ello, debemos decir que estamos en uno de los momentos más críticos de nuestra historia reciente, en medio de una campaña electoral en donde se advierte una más aguda confrontación por la posible sustitución del pacto hegemónico que se ha mantenido durante prácticamente toda nuestra vida republicana.

Las viejas dirigencias partidistas se encuentran sumidas en su más profunda crisis de liderazgo y legitimidad, su proyecto excluyente ha hecho aguas y su desconexión con las grandes mayorías es cada vez más latente. Si algo les queda de aliento es apenas para mover algunos clanes familiares o cacicazgos regionales con los que logran mantener sus cuotas de representación y su poder de extorsión en el Congreso de la República, así como ocurrió en las elecciones del pasado 13 de marzo.

A lo anterior, se suma, vale decirlo, que el acuerdo de paz firmado con las FARC le dio espacio en la agenda a los verdaderos problemas nacionales y le abrió paso a otras fuerzas sociales y formas de representación política hasta ahora invisibilizadas por el conflicto armado.  

Que una persona como Gustavo Petro o, más aún, Francia Márquez, lleguen a ocupar la presidencia y vicepresidencia de la República es poco más que una blasfemia que no están dispuestos a permitir. 

Frente a ello, se declaran en resistencia quienes se niegan a aceptar que sea posible un relevo de las dirigencias, porque asumen que por derecho propio son los eternos titulares del poder y que sus linajes están por encima del orden constitucional. En tal sentido, que una persona como Gustavo Petro o, más aún, Francia Márquez, lleguen a ocupar la presidencia y vicepresidencia de la República es poco más que una blasfemia que no están dispuestos a permitir. 

Aunque hayan pregonado siempre ser la encarnación de valores y principios democráticos, ahora encuentran que la democracia tiene límites y en este caso consisten en que una fórmula que consideran ajena a sus intereses tenga la posibilidad de ser Gobierno. El país debe mantenerse en favor de sus caprichos y requerimientos, tal cual quiso el exsenador Uribe al solicitar el reconteo de los votos en las recientes elecciones de Congreso, que, en principio, el Registrador acató juiciosamente, porque para ellos sus deseos son órdenes.

De esta manera, durante lo que queda de la campaña, todo el establecimiento se volcará a mirar cómo cierra el paso a los sectores sociales que se expresan fundamentalmente a través del Pacto Histórico, considerando incluso la posibilidad de un fraude o, como en otras ocasiones ha ocurrido, de un acto de violencia que liquide por lo bajo las posibilidades del cambio. Esperemos que esto no ocurra, pero, por su historia, en Colombia estamos.

El camino hacia la primera y segunda vuelta, si es que hay necesidad de esta última, va a estar bastante intrincado. El reagrupamiento de fuerzas ya ha tomado sus primeros visos con la alineación de la derecha y extrema derecha en torno a Federico Gutiérrez, que por el momento suma los votos de los integrantes de Compromiso Colombia y del renunciado candidato del uribismo Oscar Iván Zuluaga, aunque éste afirme que su vinculación no se haya hecho a nombre de su partido.

Gutiérrez es sin duda la figura del continuismo, la nueva versión de Iván Duque, aunque quiera mostrarse independiente, sobre todo por la pésima imagen con que va a terminar el actual gobernante y el desprestigio en que ha caído el jefe de su partido, Alvaro Uribe Vélez, que hoy, antes que nada, es una mala compañía. 

El Centro, con una campaña bastante fallida, se mantiene de todas maneras en el juego y a la espera de  poder remontar los magros resultados que tuvo en la consulta y en las últimas elecciones parlamentarias. Más que una coalición conformada alrededor de un programa de Gobierno que tuviera poder de convocatoria, fue una confluencia no articulada de individualidades con ambiciones presidenciales, cuyos egos y personalismos terminó dando más relieve a su confrontación que al sello de identidad con el que han querido diferenciarse: el alejamiento de lo que a sí mismos llaman los extremos. 

De todas maneras, de pasar a segunda vuelta, lo cual en verdad es poco probable, Sergio Fajardo tendría opciones de conquistar la presidencia porque contaría seguro con los votos de la derecha y la extrema derecha, que se le van a unir con tal de cerrarle el paso a un posible triunfo de Gustavo Petro. 

En buena hora el Pacto Histórico no endosó su fórmula vicepresidencial ni su posible triunfo en las elecciones presidenciales en acuerdos burocráticos con los partidos, que no deja de tener cierto tufillo de extorsión en gracia al caudal de votantes alcanzado. Resultaba mejor mostrar coherencia y mantener la sintonía con lo que las mayorías ciudadanas hoy están reclamando: el alejamiento de las viejas dirigencias y su necesidad de consolidarse como el punto de convergencia de las demandas de los sectores alternativos.   

A Federico Gutiérrez no le ayuda ser, aunque lo niegue, la nueva ficha con que el uribismo espera mantenerse en el poder

No hay nada todavía que pueda ser cantado, aunque sean evidentes las ventajas del Pacto Histórico, por su elevada votación en la Consulta y sus buenos resultados en las elecciones del Congreso; a Federico Gutiérrez no le ayuda ser, aunque lo niegue, la nueva ficha con que el uribismo espera mantenerse en el poder. Fajardo no logra convencer todavía como candidato, entre otras porque nunca ha sido claro cuál es en realidad su propuesta de Gobierno. 

Rodolfo Hernández parece morderle todavía algunos votos a la derecha, pero lo más seguro es que termine desinflándose, en la medida en que se han ido definiendo los que serán verdaderos finalistas en contienda. Ingrid Betancur pasará sin pena ni gloria y tal vez volvamos a verla dentro de otros cuatro años, ojalá haciéndole menos daño a quienes en un principio se propuso arropar en el manto contaminado de su fórmula salvadora. 

Lo mejor para Petro sería ganar en primera vuelta, lo cual, aunque difícil, no es descartable. El entusiasmo que ha generado su campaña y el momento político que estamos viviendo, con prácticamente todas las fuerzas sociales reunidas en torno a su propuesta, sumado al liderazgo nacional y el toque diferenciador que le ha imprimido Francia Márquez, le están dando un impulso que bien podría manifestarse a su favor en los resultados del próximo 29 de mayo.   

En cualquier caso, lo importante sería que cada ciudadano y ciudadana se sientan partícipes de esa necesidad de cambio que el país requiere y salgan a ejercer su derecho al voto. Nunca habíamos estado tan cerca de concedernos el derecho a que una nueva generación de dirigentes asuma el liderazgo en la búsqueda de soluciones a los ingentes problemas que acusan al país. Los de siempre ya han tenido todas las oportunidades y solo las han usufructuado a su favor, sin importar que hoy nos tengan sumidos en la más cruda violencia, la desigualdad, la pobreza y un estado de enajenación que hasta ahora nos ha hecho cómplices de nuestras más caras falencias. Es la hora de cambiar el rumbo.

*Economista-Magister en estudios políticos


martes, 15 de febrero de 2022

Zuluaga, usted no es el Estado

¿Qué lleva a Zuluaga a pensar que los alcaldes, elegidos popularmente, son súbditos y sujetos de obediencia debida al jefe del ejecutivo? 


Orlando Ortiz Medina*


Caricatura tomada de Razón Pública
El candidato a la presidencia por el Centro        Democrático Oscar Iván Zuluaga, en una visita  reciente a Cali, dijo en una entrevista que, de  llegar a la Presidencia de la República, su primera tarea sería citar un consejo de seguridad para demostrarle al Alcalde de esa ciudad, Jorge Iván Ospina, que, en sus palabras: “quien manda aquí soy yo”; y a la pregunta hecha  por su entrevistador Daniel García Arizabaleta, candidato al Senado por el mismo partido, de “¿y si no asistiera?”  Zuluaga,  en un tono propio del que estamos acostumbrados a escucharle a los seguidores y miembros del uribismo, respondió: “listo, lo mandamos a la mierda”.  

Olvida que en Colombia existe un orden constitucional al que tendría que acogerse, en caso, por fortuna bastante incierto, de que llegará a ser el nuevo presidente de la República.

Es una crasa muestra de soberbia y envanecimiento, pero sobre todo de ignorancia, la del candidato de la extrema derecha, cuando olvida que en Colombia existe un orden constitucional al que tendría que acogerse, en caso, por fortuna bastante incierto, de que llegará a ser el nuevo presidente de la República. Si resulta elegido, tendrá que tragarse sus palabras y dejar de lado sus ímpetus dictatoriales para someterse a la legalidad y las reglas de juego de la democracia.

Sus declaraciones son el reflejo de que él y a quienes representa se mantienen atados a un pensamiento conservador y más que nada regresivo, que nos devuelve a las que fueron las premisas del antiguo régimen, más de 200 años atrás, en donde la voluntad del monarca, de lo que Zuluaga tiene más bien poco, estaba por encima de las instituciones y de las leyes.  

Ignora Zuluaga que el Estado y la democracia moderna surgen justamente frente a la necesidad de poner límites al personalismo de los gobernantes. 

Ignora Zuluaga que el Estado y la democracia moderna surgen justamente frente a la necesidad de poner límites al personalismo de los gobernantes, para lo que se refundaron e invirtieron las fuentes de emanación y legitimación del poder trasladando su titularidad a los ciudadanos, hoy el constituyente primario, que en este caso está representado en quienes soberanamente eligieron al mandatario local. 

¿Qué lleva a Zuluaga a pensar que los alcaldes, elegidos popularmente, son súbditos y sujetos de obediencia debida al jefe del ejecutivo? La respuesta no puede ser otra que el hecho de ser un fiel representante de la vena autoritaria de su jefe y su estela de seguidores, quienes siempre se han sentido facultados para ponerse por encima del Estado de derecho.  

Con sus declaraciones, Zuluaga muestra que viene con la idea de reeditar la tristemente célebre Política de Seguridad Democrática, tan onerosa para el país por su estela de violencia, desinstitucionalización, resquebrajamiento del orden democrático y ralentización de la búsqueda de la paz, que sigue estando en el orden de prioridades para la sociedad colombiana. 

La afirmación de que su primera actuación como presidente sería convocar a un consejo de seguridad para decir quién manda y luego llamar “al general tal y al general tal”, nos devuelve a la sesgada visión de que los problemas que nos aquejan como sociedad: desigualdad, hambre, desempleo, falta de acceso a salud y educación, etc., exacerbados durante el actual Gobierno y fuente de la movilización social vivida en la mayoría de las ciudades colombianas, encuentra solución en una propuesta de seguridad entendida en la militarización de las ciudades, que tuvo en Cali su máxima expresión.  

 Ratifica, además, su ceguera para reconocer que el país cambió, que el discurso guerrerista ya no cala en una ciudadanía que hoy espera soluciones distintas a la guerra, como testigo del fracaso de una política que a lo único que ha llevado es a aumentar de nuevo los índices de violencia, expresados en el asesinato de líderes sociales, defensores de derechos humanos, firmantes del acuerdo de paz y el afianzamiento de los grupos armados y delincuenciales en una vasta porción del territorio nacional. 

Se agotaron los tiempos de nutrirse política y electoralmente del dolor de una sociedad ciertamente agobiada por la violencia, de la que su partido ha sido uno de sus principales protagonistas.

No advierte que se agotaron los tiempos de nutrirse política y electoralmente del dolor de una sociedad ciertamente agobiada por la violencia, de la que su partido ha sido uno de sus principales protagonistas, tal como lo ha demostrado  al oponerse férreamente al acuerdo de paz. Por fortuna, el escenario y las circunstancias son otras y los ciudadanos ya no se sienten interpelados por quien, antes que como estadista, se manifiesta como un gañán de calle para anunciar que está dispuesto a sobreponerse a su voluntad.  

Zuluaga, bastante deslucido en las puestas en escena de su campaña, les da muy pocas esperanzas a sus jefes y seguidores de que puedan mantenerse en el poder. Con toda seguridad este será su último gobierno, al que por lo único que lo recordarán con agradecimiento los colombianos es porque pasará a la historia como el glorioso sepulturero de su partido.

Queda mucho todavía por verse, vienen las elecciones a Congreso, las consultas interpartidistas, las dos vueltas presidenciales, pero no nos equivocamos al decir que, no solo por la crisis del uribismo, nos vemos en un país en donde se advierte la emergencia de un nuevo bloque histórico producto, por un lado, de un movimiento social que se consolida en torno a un conjunto variado de nuevas expresiones organizativas y, por otro, de la inopia en la que va quedando la tradicional representación partidista -etérea, difusa, corroída y cada vez más desconectada de los problemas nacionales- a la que la historia hoy le está pasando factura. 

Si los vientos de cambio se siguen abriendo paso, pueblos indígenas y afrocolombianos, campesinos, mujeres, jóvenes, animalistas, comunidad LGTBIQ+, líderes comunales, movimientos políticos alternativos... marcarán lo que, por primera vez, sería un punto de inflexión para que Colombia avance hacia un nuevo umbral de la civilización, la cultura política y la consolidación de la paz y la democracia. Que así sea.


*Economista-Magister en estudios políticos


viernes, 28 de enero de 2022

Salario 10,07%, alimentos 17,23%


 Orlando Ortiz Medina*


“No me gusta presumir cuando compro cosas caras, 
Pero ayer fui al mercado y me compré dos libras de queso”
De un mensaje de Facebook. 


La papa tuvo un crecimiento del 111%; el precio de la carne de res se elevó en 33%, los aceites comestibles en 47,48 %, la carne de aves 26,35 %, el plátano 21,06%, las frutas frescas 24,29%, los huevos 18,3% y la leche 12,79%.


Imagen tomada de Mi bolsillo Colombia
Mucha alharaca ha hecho el gobierno con el incremento del salario mínimo de 10,07% para el 2022. A primera vista la cifra parece significativa puesto que son 4,45 puntos por encima del índice de inflación, 5,62%, según el Índice de Precios al Consumidor de diciembre de 2021 del DANE, que crean la ilusión de un incremento real para quienes devengan el mínimo legal vigente. Lo cierto es que, si nos asumimos con el espíritu de un perfeccionista y vamos con mayor rigor a los detalles, nos encontramos con realidades que están lejos de ser tan halagüeñas. 

Recordemos que la tasa de inflación es el valor promedio de la variación de los precios del conjunto de bienes y servicios que conforman la canasta familiar, en un periodo determinado. Algunos rubros o productos quedan por encima o por debajo de ese promedio general y afectan de manera diferenciada  a los consumidores, según sean sus necesidades de consumo y el valor de sus ingresos. 

Al cierre del 2021 el grupo de alimentos y bebidas no alcohólicas, por ejemplo, subió el 17,23%, es decir, 11,61 puntos por encima de la tasa promedio de inflación (5,62) y 7,16 puntos por encima del aumento del salario (10,07). La papa tuvo un crecimiento del 111%, el precio de la carne de res se elevó en 33%, los aceites comestibles en 47,48 %, la carne de aves 26,35%, el plátano 21,06%, las frutas frescas 24,29%, los huevos 18,3% y la leche 12,79%. Una situación que se agrava por el aumento, también por encima del promedio, de los precios del transporte, 5,69%; electricidad 9,92%, y combustible para vehículos 11,32%, para tomar solo algunos de los que más pesan en el costo de la canasta general.      

De acuerdo con los niveles de ingreso, el informe citado del DANE indica que la variación anual del IPC para los sectores más pobres fue 6,85%, vulnerables 6,85%, clase media 5,78% y sectores de ingresos altos 4,39%. Sobra explicar lo que ello significa en el aumento de la desigualdad.

Como se aprecia, tanto por la afectación según los niveles de ingreso, como por el de los productos que más aportaron al incremento de los precios (papa, carne, plátano, huevos, aceite…) base de la dieta alimentaria de la mayoría de los colombianos de más bajos recursos, son estos los que resultan más afectados, puesto que inevitablemente dedican la mayor parte de sus ingresos al consumo de alimentos. 

La situación es preocupante cuando, de acuerdo con un estudio de la Asociación de Bancos de Alimentos y la ANDI, en Colombia, antes de la pandemia el 54,2% de los hogares vivía ya en inseguridad alimentaria, 560.000 niños menores de 5 años sufría desnutrición crónica y más de 21 millones de personas tenían dificultades para comprar la comida. Por su parte, la Encuesta Pulso Social del DANE señala que antes de la pandemia el 90% de los hogares comía 3 veces al día, indicador que bajó a 68,9% en noviembre de 2021; los que comen solo dos veces al día subió del 9,6% al 29% y los que consumen solo una vez pasó del 0,6% al 1,9%. 

Las Causas 

Hay que decir que la ola inflacionaria y el peso mayor del grupo de los alimentos se presentan en prácticamente todo el mundo. En su más reciente informe, la FAO reportó que el crecimiento global del precio de los alimentos en 2021 fue del 28,1%, el más alto en los diez últimos años. Igual situación se vive, aunque con diferencias, en la mayoría de países de América Latina, que fue la región más afectada del planeta.

Las razones son multicausales, aunque se explican en mayor medida por los efectos de la pandemia. La reactivación del consumo presentada durante 2021, luego de la contracción que se produjo en el 2020, tuvo un impacto sobre los precios, en un escenario en el que la oferta global de productos se redujo por las dificultades para mantener los ritmos de producción y por las disrupciones generadas en la cadena de suministros. Se destaca la insuficiente disposición de contenedores y el aumento de los costos de fletes y transporte, afectados a su vez por el alza de los precios de los combustibles y en general, de los servicios de energía.  

Productos como el maíz, el trigo, el sorgo, la soya, así como cárnicos, lácteos y sus derivados, entre otros, que en su momento fueron claves en la producción agroalimentaria en Colombia, hoy son comprados con precios elevados a productores extranjeros.

Pero, en Colombia, como en general en América Latina, el peso del rubro de alimentos en la tasa de inflación se explica también por otro tipo de factores. Es el caso del alto consumo de productos e insumos importados, resultado de un modelo de desarrollo que antes que apoyar la producción y el mercado interno, prefirió abrir las puertas a los bienes producidos en otras plazas, con el consiguiente deterioro de la producción nacional, especialmente en los sectores agrícola y pecuario, aunque también en el de la industria manufacturera.

En el caso del sector agropecuario, productos como el maíz, el trigo, el sorgo, la soya, así como cárnicos, lácteos y sus derivados, entre otros, que en su momento fueron claves en la producción agroalimentaria en Colombia, hoy son comprados con precios elevados a productores extranjeros, cuando bien podrían ser producidos internamente. 

Se partió de que, por vía de una mayor competencia, la apertura llevaría a un sector agrícola más competitivo, pero no se tuvo en cuenta que ello requería del alistamiento de condiciones que mejoraran la capacidad productiva, además de contar con un portafolio más diverso de productos que permitiera atender la demanda interna e incursionar al mismo tiempo con opciones de éxito en los mercados internacionales. 

Los sectores agrícola y manufacturero pasaron a jugar un papel secundario, mientras cobraron realce los sectores minero y de explotación petrolera, además del sector financiero, muy pobres en la generación de empleo y excesivamente dependientes de la volatilidad internacional.

Por el contrario, a lo que se llegó fue a un escenario de cada vez mayores desventajas con el mundo desarrollado y a poner a nuestros países en una situación de máxima vulnerabilidad. No se dedicaron los recursos suficientes para la investigación en ciencia y tecnología; antes que diversificar, se promovió el monocultivo y se renunció a la autonomía y soberanía alimentaria; se produjo una recomposición en las estructuras de producción nacional en la que los sectores agrícola y manufacturero pasaron a jugar un papel secundario, mientras cobraron realce los sectores minero y de explotación petrolera, además del sector financiero, muy pobres en la generación de empleo y excesivamente dependientes de la volatilidad internacional. Respecto de esto último, basta considerar la inestabilidad de los tipos de cambio, que tanto impacto ha tenido sobre los precios de los insumos y productos importados.  

Otro factor que contribuyó al incremento de los precios es la mayor liquidez que se inyectó a la economía, producto de los recursos que fue necesario transferir para atender los efectos de la pandemia. Unas trasferencias no precisamente bien dirigidas, puesto que no llegaron a quienes con más urgencia las requerían. En Colombia los grandes empresarios fueron los que más resultaron beneficiados. 

Salidas posibles, perspectivas inciertas

En Colombia, contener la inflación causada por los precios de los alimentos es posible si se reconoce su enorme potencial en materia de consumo y producción agroalimentaria, que pasa por revisar el modelo de desarrollo que ha dominado en las últimas décadas y valorar la posibilidad de establecer ciertos niveles de protección frente al ingreso de productos importados. Lo dicho no implica, por supuesto, dejar de lado la oportunidad de alcanzar también un mejor posicionamiento de compra y venta en los mercados internacionales. 

Para ello se requiere orientar inversión hacia sectores estratégicos, con perspectivas de mediano y largo plazo, que hagan más competitivos los productos nacionales en el mercado. Son acciones que se deben complementar con programas que estimulen el acceso a tierra para los campesinos, los provean de asesoría y asistencia técnica, faciliten la obtención de crédito y ofrezcan condiciones para el almacenamiento, transporte y comercialización de sus productos. Lo anterior en el marco de proyectos de mejora de infraestructura como carreteras, vías de acceso, disposición de agua para riego, sistemas de transporte e iniciativas de electrificación rural.  

La pandemia continúa y no se descartan nuevas variantes que prolongarían los impactos negativos sobre la producción y el comercio internacional.

Deben, además, estar en coherencia con otras políticas macroeconómicas que promuevan en conjunto la actividad productiva. El manejo de la tasa de interés no puede ser el único instrumento de control de la inflación, pues es insuficiente y puede terminar más bien en efectos contractivos. Igual ocurre con medidas que solo busquen la consolidación y el equilibrio fiscal. Mientras el aumento de las tasas de interés encarece el dinero, es decir el crédito, lo que lleva al alza los costos de inversión para los empresarios o a restar posibilidades a los consumidores, una política fiscal restrictiva puede ser un freno a la generación de empleo y al crecimiento de la demanda agregada. 

Tampoco el solo incremento del salario alcanza para corregir el conjunto de anomalías que enfrenta la economía, en Colombia no pasó de ser un distractor para la época navideña y una salida demagógica y oportunista frente a la contienda electoral en curso.

Es mucho más lo que hay que hacer en un escenario que hacia 2022 no deja mucho espacio para el optimismo, puesto que el contexto no es el más favorable. La pandemia continúa y no se descartan nuevas variantes que prolongarían los impactos negativos sobre la producción y el comercio internacional. Se pronostica una caída del crecimiento y una inflación al alza, con un peso todavía mayor del grupo de alimentos. Se mantendrá igualmente la inestabilidad de los tipos de cambio, el aumento de los precios de la energía y, con ello, de los fletes y el transporte que tanto están pesando en el comportamiento económico mundial. 

La Cepal estima una desaceleración mundial para 2022, que pasará al 4,9% de  crecimiento del PIB, después del 5,5% alcanzado en 2021. Para América Latina, proyecta un crecimiento del 2,1% en 2022, luego de crecer 6,2% promedio el año pasado. En Colombia, de acuerdo con el mismo organismo, el crecimiento pasará del 9,5% en 2021 a solo el 3,7% en 2022. No se debe dejar de lado  que la elevada cifra de 2021 no obedece más que a la pobre base de comparación con el 2020, en donde hubo un decrecimiento de -6,8%. El Caribe crecerá 6,1% (excluyendo Guyana), América Central 4,5% y América del Sur lo hará solo en 1,4%

Tenemos año electoral en medio de una ola creciente de inseguridad y de violencia, y un presidente que cuenta los días para salir y continuar oficialmente el largo periodo de vacaciones en que convirtió su mandato.

Es seguro que la contracción de la producción tendrá impactos negativos sobre las finanzas de los Estados, lo que es complicado cuando lo que se requiere es disponer de recursos para seguir atendiendo los efectos de la pandemia y la implementación de programas que promuevan el crecimiento. Más preocupante cuando el aumento del empleo no ha ido paralelo con el ritmo de la economía y se mantiene todavía en cifras superiores a las que se tenían antes de la pandemia. 

Colombia vive una latente tensión social iniciada en 2019 y tuvo su máxima expresión entre los meses de abril y junio de 2021. Tenemos año electoral en medio de una ola creciente de inseguridad y de violencia, y un presidente que cuenta los días para salir y continuar oficialmente el largo periodo de vacaciones en que convirtió su mandato. De manera que, aparte de la celebración que en el mes de agosto hará la mayoría de colombianos en homenaje a su salida, las cosas no pintan bien. Ojalá este año a las y los electores nos ilumine la sabiduría y le demos al país la oportunidad de cambio que durante tantos años ha estado esperando.

*Economista-Magister en estudios políticos