sábado, 18 de noviembre de 2023

Luis Díaz y Antonela Petro, el país que somos


Orlando Ortiz Medina*

Este es el amor amor, el amor
que me divierte, cuando estoy en la parranda
no me acuerdo de la muerte.

Canción vallenata de Alejo Durán


Foto: Art Miami Magazine
En la noche del 16 de noviembre, en el Estadio Metropolitano de Barranquilla, salió a relucir la enseña más pura de la Colombia que somos, la que ha interiorizado esa especie de patrón híbrido en el que tragedia y ventura, celebración y violencia, vida y muerte, Eros y Tanatos, risa y llanto, lo apolíneo y lo dionisiaco, define y conduce nuestras emociones. 

De sobra conocidas son frases como "carnaval sin muertos no es carnaval", "no hay feria sin muertos", o expresiones ya comunes después de algún evento o celebración como "nos fue bien porque no hubo muertos", "total calma después del partido"; más común todavía  "las elecciones se llevaron a cabo en paz". Que no haya muertes u otro tipo de violencias será siempre el gran acontecimiento, lo que en sana lógica no es algo que debería llenar de plácemes a una sociedad aparentemente civilizada y que corre ya por la tercera década del siglo XXI. En Colombia lo común no es celebrar que corran ríos de leche y miel, sino que no corran ríos de sangre. 

Se sabe también, de acuerdo con estadísticas, que el día más violento del año en Colombia es el día de la madre y que le sigue en su orden el del amor y la amistad. Pasadas las festividades decembrinas, lo que devanea los sesos de los analistas es hacer las comparaciones estadísticas de hechos de violencia ocurridos entre el año que termina y los años anteriores. Incluso es motivo de competencia entre los alcaldes mostrar quién logró menos muertos en relación con sus antecesores o con los mandatarios en curso de otras ciudades. No estoy seguro, pero creo que sobre tales balances hay premios o al menos reconocimientos. 

En el encuentro de las selecciones de Colombia y Brasil, aparte del partido clasificatorio al próximo mundial de fútbol, se celebraba otro acontecimiento: la reciente liberación del señor Luis Manuel Díaz, padre de uno de los actuales titulares del seleccionado nacional -el delantero Luis Fernando Díaz- que había sido secuestrado por el Ejército de Liberación Nacional.  

No era para menos, el condenable secuestro del señor Díaz por parte de la organización insurgente movió los hilos de la conciencia nacional e incluso internacional, dado que su hijo es actualmente destacada figura en un equipo europeo: el Liverpool.  Había pues razones para que, propio del fútbol, se movieran todas las pasiones y el estadio estallara en gritos para hacerle sentir a Lucho y a su padre, presente en la tribuna, que hay una fanaticada que los ama y condenaba el hecho del cual por fortuna logró salir ileso y retornar al encuentro con su familia. 

Pero, infortunadamente, los gritos tomaron otro viso; al doble acontecimiento de jolgorio no podía faltarle, para no perder la costumbre, el adobo necesario de violencia que en Colombia les da mayor sentido y espectacularidad a las celebraciones. 

La hija menor del presidente Gustavo Petro, Antonela, una niña de 15 años, fue obligada a salir del estadio por parte de una hinchada enardecida que, con arengas y vituperios, se le vino lanza en ristre sin tener en cuenta que allí no era más que una menor de edad, independiente de que fuera la hija del Presidente de la República. A lo sumo, aquellos que cometieron el atropello son los mismos a los que en otros escenarios se les llena la boca hablando del "cuidado de nuestros niños" y vitorean que la bandera y la camiseta de la selección son los símbolos de la unidad, el orgullo y la identidad nacional. 

Tristemente el acto de violencia ha sido aplaudido en redes, medios de prensa y por algunos líderes políticos; los odiadores de oficio intentan justificarse diciendo que la “protesta” en el estadio no era contra la niña sino contra su padre, como una forma de cuestionar su gestión de gobierno; vaya hipocresía cuando era la niña la que estaba en la tribuna y escuchaba los insultos, mientras el Presidente oficiaba en su oficina en Bogotá. 

Si miramos los titulares de prensa y los “debates” en redes, el buen partido y el bonito triunfo de los jugadores fue opacado por la acción violenta contra la menor de edad, que no solo es una hincha convencida sino además una excelente jugadora de fútbol. La celebración del resultado en Barranquilla, que acerca a Colombia a la clasificación al Mundial de 2024, era ya, hacia el mediodía siguiente, noticia de “un periódico de ayer”. 

Díaz marcó dos tantos de oro en un momento crucial en su vida familiar luego del secuestro y el afortunado regreso sano y salvo de su padre, marcó también un hito histórico porque es la primera vez que Colombia le gana a Brasil en una eliminatoria al mundial, lo que no es cualquier cosa.

Al lado de su enorme potencia como futbolista, como se dice popularmente, a Luis Díaz se le alinearon los astros y puso a llorar a su padre, aunque esta vez de alegría, por los dos fastuosos cabezazos de su hijo que mandaron el balón al fondo de la red y no por la angustia y el dolor de haber estado en riesgo por un miserable secuestro. Antonela, en cambio, lloraba afuera del estadio, inocente del odio que los mismos celebrantes de la libertad y de las furias hilarantes de la fiesta del fútbol prodigaban contra su padre. Lo dicho, el maleficio indomable, patrimonio nacional, nuestro encuentro simultáneo con la adversidad y la ventura. El origen de la tragedia.

Muchas historias se podrían contar de ese híbrido carnavalesco acompañado de violencia que nos ha deparado el fútbol. En la noche de celebración del inolvidable partido en que Colombia venció cinco a cero a la selección argentina, el 5 de septiembre de 1993, hubo 76 muertos y 912 heridos, según narra el periodista Mauricio Silva en su libro “El 5-0”. Vale la pena leerlo.  Se cuenta, en este mismo libro, que esa misma noche, en Buenos Aires, en el segundo piso del hotel Caesar Park, donde se hospedaban los jugadores colombianos, la fiesta de celebración fue pagada por el narcotraficante Justo Pastor Perafán, quien años después, en 1997, fue capturado en Venezuela, extraditado a los EE. UU. y condenado a treinta años de prisión. En la rumba, qué sorpresa, habían reconocidos políticos colombianos. De nuevo, con los homenajeados por el triunfo, estaban Dios y el diablo juntos. Apolo y Dionisios.

Imposible no recordar el doloroso caso de Andrés Escobar, del mismo plantel protagonista del cinco-cero contra Argentina, quien fue asesinado el 2 de julio de 1994. De manera accidental, Escobar marcó un autogol en el partido disputado contra el equipo de EE. UU. en el Mundial de 1994. Su asesinato se produjo en la ciudad de Medellín, cuando salía de un restaurante. Las investigaciones comprobaron luego que su asesinato fue ordenado por un grupo de apostadores, integrantes de la mafia y asociados con el paramilitarismo, que habían perdido mucho dinero por culpa del autogol que dejó al equipo nacional por fuera de la competencia. Es tal vez el caso más luctuoso del fútbol colombiano, en donde juego, celebración, odio, venganza, pasión y muerte se encuentran en esa nefanda suma de lo que como país seguimos siendo. 

Lucho Díaz y Antonela Petro quizás no se conozcan, qué bien que en algún momento se encontraran y se fundieran públicamente en un abrazo para que les den una lección a los promotores del odio, pues ni una ni otro son culpables del despreciable suceso. Cada quien llego al estadio a prodigarse de un momento de alegría; ella a disfrutar del juego de quien seguramente es uno sus ídolos; él a disfrutar del que es sin duda su mejor momento de gloria.   

Sin poder disfrutar del partido, Antonela salió del estadio con el dolor a cuestas; Lucho salió en hombros y embargado de felicidad. Los dos fueron imágenes destacadas en la prensa del 17 de noviembre, un día después del partido. Una lloraba, el otro reía. El país que somos.  


*Economista-Magister en estudios políticos

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Argentina: Milei, el paso hacia el abismo

 Orlando Ortiz Medina*

 Propuestas como la de Javier Milei son parte de una fuerte regresión política y cultural que pone cada vez más en riesgo las instituciones de la democracia, ya de por sí bastante frágiles.

Foto:GGettyImages
El 2 de abril de 1976, apenas una semana después de haberse instalado una de las peores dictaduras que se haya conocido en América Latina, José Alfredo Martinez de Hoz, recién posicionado ministro de economía en Argentina, presentaba el programa económico del Gobierno encabezado por Jorge Rafael Videla, líder del golpe militar propiciado contra la presidenta constitucional María Isabel Martínez de Perón.

Así como corrían los tiempos de las dictaduras en casi todo todos los países de América Latina: Argentina (1976-1983), Paraguay (1954-1989), Chile (1973-1990), Bolivia (1971-1978), Nicaragua (1934-1979), Brasil (1964-1985) y más, corrían también los tiempos en que un nuevo modelo económico y con una fuerte carga ideológica empezaba a imponerse en todo el continente, que años más tarde se conocería como Consenso de Washington.

Era el llamado modelo neoliberal, construido bajo los supuestos de la libertad, en particular la libertad económica; el laissez faire-laissez passer (dejad hacer, dejad pasar), en el que la vida se considera estrictamente circunscrita a los designios y el ritmo del mercado. Las formas de relacionarse, de acceder a la sobrevivencia, el ordenamiento de las instituciones, lo que hasta ahora se había conocido como derechos: la educación, la salud, la seguridad alimentaria, etc., solo eran pensables si tenían cabida en el sagrado universo de las mercancías, por lo que obviamente había que disponer con qué comprarlas. Un modelo que, además, exalta el individualismo y desprecia y condena los roles del Estado, que considera deben ser dejados exclusivamente en manos de la iniciativa privada, a menos que no sea el de su función de policía, el único en el que le encuentra algún sentido. 

Las dictaduras fueron, especialmente para Argentina y Chile, que en su momento sirvieron de laboratorio, terreno abonado y necesario para que el paquete de reformas neoliberales pudiera implementarse.

Aunque enmarcadas en el contexto de la llamada Guerra Fría, que enfrentaba a las dos potencias triunfantes de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos y la ya extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -URSS-, y en el de la Política de Seguridad Nacional, agenciada desde los Estados Unidos; las dictaduras fueron, especialmente para Argentina y Chile, que en su momento sirvieron de laboratorio, terreno abonado y necesario para que el paquete de reformas neoliberales pudiera implementarse.

Pues bien, ese marco filosófico que inspiró la propuesta del ministro de la dictadura, Martinez de Hoz, se revive hoy, y con que ímpetu, en el llamado discurso libertario de Javier Milei, que el próximo domingo 19 de noviembre, ya en segunda vuelta, disputa la presidencia de Argentina contra el candidato peronista Sergio Massa.

Apertura total del comercio internacional; disminución del tamaño del Estado y reducción del gasto público, mediante supresión de ministerios, eliminación de subsidios económicos y programas sociales; privatización de los sistemas de salud y educación; liberación del precio de los alquileres e incluso privatización de calles. Propone también avalar la venta de órganos humanos y la portación de armas. En materia de infraestructura, propone dejar la construcción o adecuación de toda obra pública a la iniciativa privada. Asimismo, ha anunciado que privatizará la televisión pública, el Instituto Nacional de Cines y Artes Audiovisuales y acabará con el Instituto Nacional contra la Discriminación. Estas son, a su juicio, acciones o entidades en las que no tiene por qué intervenir el Estado.

Las medidas de desregularización laboral se acompañan con la propuesta de acabar definitivamente con el sistema público de jubilaciones

Además, dolarización de la moneda nacional y reducción de impuestos a los grandes capitales, con el ya conocido eufemismo de que ello estimula la generación de empleo. A propósito de esto último, profundización de la desregulación del mercado laboral, lo que significa seguir adelante con su precarización, bajo contratos de corta duración, por ejemplo, y sin ningún tipo de prestaciones ni garantía de derechos para los trabajadores. Las medidas de desregularización laboral se acompañan con la propuesta de acabar definitivamente con el sistema público de jubilaciones.

De acuerdo con lo anterior, el refrito que este señor con fuertes visos de psicopatía quiere vender hoy como nuevo, y los efectos que de él se derivarán si es que logra alzarse con la presidencia, ya los vivió y pagó con creces la sociedad argentina durante la dictadura. Aparte del costo en vidas, desinstitucionalización de la nación, violación de los derechos humanos y alrededor de treinta mil personas desaparecidas, dejó un país absolutamente desastrado y cuyos efectos aún se están pagando.

La economía quedó anclada y con una fuerte dependencia del mercado financiero, especialmente internacional, con la consecuente pérdida de participación de los sectores agrícola e industrial, que quedaron en desventaja para competir con los bienes importados desde países con mayor desarrollo tecnológico y con productores altamente subsidiados. La participación de la industria en la producción total del país se redujo del 21,8 por ciento en 1976 al 13,2 por ciento en 1983, inicio y final de la dictadura. En ese mismo lapso, las exportaciones industriales cayeron del 20,8 al 13,3 %, en beneficio especial de las empresas transnacionales que terminaron siendo las grandes beneficiadas.

Entre las medidas de mayor relevancia, por el costo enorme que tuvo para los argentinos, estuvo la de la liberación financiera, que hoy vende como otra de sus fórmulas nuevas Javier Milei,

Hubo un deterioro en la distribución del ingreso en desmedro de los sectores más pobres y, de manera simultánea, una enorme pérdida del empleo formal, así como del salario real de los trabajadores de menos ingresos, que tuvieron una pérdida de casi el 50% de su poder de compra en el mismo periodo. Todo esto a la par con la práctica destrucción del movimiento sindical, uno de los más fuertemente golpeados durante el dominio de los militares.

Entre las medidas de mayor relevancia, por el costo enorme que tuvo para los argentinos, estuvo la de la liberación financiera, que hoy vende como otra de sus fórmulas nuevas Javier Milei, prometiendo que una de sus más radicales acciones será la de acabar con el Banco de La República. Qué susto. Dejar el mercado financiero por fuera de la regulación del Estado o, en este caso, del Banco Central como entidad independiente, al tiempo con la liberación del mercado cambiario, que tambien propone, condujo en su momento a una enorme ola especulativa en la que influyó la libertad de los privados para crear sucursales bancarias y disponer a su antojo de la fijación de los tipos de interés, que en cuanto más elevados mejor para la atracción de inversionistas, con consecuencias funestas que el Estado tuvo luego que asumir.

La deuda externa, que sería a la postre uno de los factores de declive de la dictadura, se multiplicó por cinco durante su vigencia; si a su inicio ascendía a 7.800 millones de dólares, al finalizar, en 1983, llegaba a 43.600 millones de dólares.

Con ese panorama, agravado por el cruento episodio de las islas Malvinas, terminaron las promesas libertarias del entonces afamado ministro Martinez de Hoz, que hoy parece reencarnar sin moderación en el irascible candidato Milei, aunque con una diferencia: si en su primera versión el modelo fue impuesto a sangre y fuego por un gobierno de facto, hoy podría ser elegido por una ciudadanía, especialmente de los jóvenes, que parecen convencidos de que verdaderamente los interpela y les está ofreciendo el paraíso de la libertad.

 No se puede permitir que maniqueamente y en nombre de la supuesta defensa de la libertad nos sigamos acercando al colapso como sociedades.

Una juventud que de primera mano no conoció los desastres de la dictadura, cautivada por lo que consume en las redes y por un candidato que le suena atractivo justamente por su excéntrica exposición mediática y que se muestra disruptivo frente a una clase política -a la que Milei llama "La Casta”- de la cual se encuentra efectivamente cansada, en la que para nada confía y con la que no ve opciones ni de presente ni de futuro.

Milei cosecha su apoyo en la aguda situación de crisis que vive Argentina, especialmente por el crítico desempeño de su economía. Pero lo cierto es que es un autodenominado libertario detrás del cual se esconde realmente un energúmeno, aporofóbico, conservador de extrema derecha, con tintes fascistas, devoto de figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Benjamin Netanyahu y, como si le faltará para completar su insania, amigo y figura consentida de la congresista Maria Fernanda Cabal, despreciable figura de la extrema derecha colombiana. Qué más quieren los argentinos para entender que, si Argentina está al borde del abismo, con Milei Daría el paso al frente que le hace falta para terminar de hundirse.

Milei es de la cuerda de esa nueva derecha regresiva, xenófoba, racista, misógina, homofóbica, negacionista del cambio climático y enemiga de los movimientos sociales, para quien hablar de justicia social le parece aberrante; de los que creen que la pobreza no se origina en el conjunto de desigualdades que ha propiciado el modelo de sociedad y desarrollo, sino en la pereza o la falta de capacidad e iniciativa de quienes la padecen.

La sola idea de la competencia, la ausencia absoluta del Estado y la fe ciega en las bondades del estímulo al sector privado, en las que Milei cree firmemente, no son camino suficiente para corregir falencias tan profundas e históricamente acumuladas

Nada más insensato que, en medio de una crisis tan aguda como la que está viviendo argentina, con una inflación de alrededor del 150%, decrecimiento de su producto interno, pobreza del 40%, informalidad en ascenso; pensar que no se requieren políticas de Estado que protejan a los sectores que más acumulan desventajas. La sola idea de la competencia, la ausencia absoluta del Estado y la fe ciega en las bondades del estímulo al sector privado, en las que Milei cree firmemente, no son camino suficiente para corregir falencias tan profundas e históricamente acumuladas.

Es cierto que tampoco la dirigencia argentina ha logrado liderar un movimiento capaz de convocar y dar respuesta al descontento social y poner en curso una propuesta que permita atender las graves problemáticas que desde hace varios lustros enfrenta la ciudadanía argentina; pero ello tampoco debe ser camino despejado para esa teológica exaltación del individualismo y ese odio al Estado, con todas las críticas que sin duda le asisten. 

Propuestas como la de Javier Milei son parte de una fuerte regresión política y cultural que pone cada vez más en riesgo las instituciones de la democracia, ya de por sí bastante frágiles. No se puede permitir que maniqueamente y en nombre de la supuesta defensa de la libertad nos sigamos acercando al colapso como sociedades.

Hay un amplio campo de incertidumbre sobre lo que, con uno u otro candidato, le deparan la elecciones al país austral el próximo domingo, pero ya los votantes de América Latina hemos ido aprendiendo e incluso acostumbrando, a que siempre habrá un mal menor a la hora de elegir. Amanecerá y veremos, argentinos.

 

*Economista-Magister en estudios políticos

viernes, 10 de noviembre de 2023

¿Giro a la derecha o resistencia al cambio?


Orlando Ortiz Medina*


Las elecciones del mes de octubre reconfirman que en las regionales sigue ganando el pulso esa parte del país feudal y patrimonialista que todavía somos:


No hay duda de que Bogotá es y seguirá siendo un termómetro importante, aunque no único, a la hora de medir los resultados de las elecciones regionales y aquello que reflejan de los vaivenes de la política nacional. También es cierto que nunca los comicios regionales han mostrado la misma tendencia que los presidenciales y que no tiene por qué ser así ahora solo por el hecho de que gobierne un presidente de izquierda.

Es por ello que no es válido inferir que lo ocurrido el 29 de octubre en Colombia fue una especie de plebiscito y que sus resultados reflejan una contundente “paliza” a la gestión del presidente Gustavo Petro. El análisis debe articular los planos cruzados de una situación más compleja y, sin desconocerlas, ir más allá de lo que a primera vista muestran las cifras.

Hablar de un supuesto giro a la derecha en un país que nunca ha dejado de serlo, o de los pedazos de una izquierda cuya fuerza en las pasadas presidenciales estuvo justamente en eso, en haber logrado tejer una urdimbre de pedazos, en medio, además, de la situación inédita de tener un presidente cuyo origen proviene de la otra orilla del establecimiento, merece más atención en el análisis. Se proponen algunas ideas para la reflexión. 

La izquierda, una reflexión inminente 

Empecemos por decir que el hecho de que Gustavo Bolívar no solo no haya ganado, sino que haya quedado en un distante tercer lugar después incluso de un personaje recién ingresado a la política como Daniel Oviedo, sí llama especialmente la atención, en particular para los sectores de izquierda y progresistas, en tanto él era el candidato afín al Gobierno nacional.

Con lo ocurrido en ésta y en otras capitales del país, la izquierda debe convencerse de que no ha logrado consolidar un proyecto alternativo capaz de garantizar continuidad y de convertirse en una real alternativa de poder.

Es claro que Bogotá fue una plaza importante para el triunfo de Gustavo Petro en 2022 y que los resultados de su candidato dan cuenta de un debilitamiento, cuando menos de su fuerza política, en la ciudad. Con lo ocurrido en ésta y en otras capitales del país, la izquierda debe convencerse de que no ha logrado consolidar un proyecto alternativo capaz de garantizar continuidad y de convertirse en una real alternativa de poder. No hay una articulación orgánica con sus bases y está todavía lejos de haber dado forma a la propuesta de un nuevo bloque histórico que alcance la representación y legitimidad necesaria para lograr el relevo definitivo de quienes hasta ahora han venido gobernando. 

Se puede querer dorar la píldora o buscar justificaciones en los algoritmos, por ejemplo, en el hecho de que ahora va a tener un mayor número de gobernaciones o representantes en los concejos municipales, pero ello no desdice de que en el ámbito nacional sus propuestas siguen siendo más idea que realidad. Aunque se sabe que cualquier gobernante ajeno al establecimiento se encuentra con barreras muy difíciles de sortear para ejercer su gestión: gremios, grupos empresariales, medios de comunicación, clanes familiares, incluso mafias organizadas que actúan en connivencia con las estructuras partidistas y los poderes locales, sustraerse de las responsabilidades que también les atañen a sus movimientos y candidatos no deja de ser una forma de evasión. 

Hay que preguntarse si se ha estado a la altura para dar respuesta a las necesidades y demandas ciudadanas

Lo ocurrido en Bogotá tuvo también su manifestación en ciudades como Cali o Medellín, en donde el triunfo de candidatos de derecha encuentra sus razones en las muy cuestionadas administraciones de Jorge Iván Ospina o Daniel Quintero, que si bien no eran propiamente gobernantes elegidos por la coalición de Gobierno, sí se suponen de tendencias divergentes del establecimiento político que ha dominado en el panorama nacional. 

Hay que preguntarse si es que no se ha gobernado bien, si se ha estado a la altura para dar respuesta a las necesidades y demandas ciudadanas, si se han tenido los controles efectivos para evitar que se presenten hechos de corrupción y si se ha trabajado de la manera indicada y en perspectiva de fortalecer con la ciudadanía el nuevo proyecto político que sabemos que la mayoría de la sociedad reclama.

Como lo acaban de demostrar las recientes elecciones, es evidente que se ha calado muy poco en contribuir a dar forma a un nuevo ideario, una nueva dirigencia y una más sólida y renovada cultura política en Colombia

 Cabe también preguntarse por qué se ha caído en los mismos vicios que se le han cuestionado a los políticos o partidos que hasta ahora han liderado los poderes regionales: hay nepotismo, caudillismo, procedimientos y decisiones no tan democráticas a la hora de conformar las listas de aspirantes, que llevan a que, en su configuración, no sean todos los que están ni estén todos los que son. Tal cual pasó cuando se elaboraron las listas al Congreso de la República. En todo caso, como lo acaban de demostrar las recientes elecciones, es evidente que se ha calado muy poco en contribuir a dar forma a un nuevo ideario, una nueva dirigencia y una más sólida y renovada cultura política en Colombia. Es exactamente lo que nos dice la continuidad de clanes y caciques regionales como en los de los departamentos de Atlántico, Cesar y Valle del Cauca, para tomar solo unos ejemplos, o de hegemonías políticas ya de vieja data como la del uribismo en el departamento de Antioquia. 

La reflexión y la autocrítica serían la primera tarea a emprender por las organizaciones o líderes que hacen parte del Pacto Histórico, luego de esta primera contienda regional con un presidente de izquierda al frente del Gobierno nacional. Hay que tener suficientemente claro que el ejercicio de gobernar supone ir más allá de las ideas, disponer del arsenal político, logístico, operativo, no menos ético e incluso mediático para llevar a cabo ese proyecto capaz de responder a las aspiraciones de ese otro país que apenas hace pocos años siente y palpita que es posible poner en curso una alternativa de cambio.

¿Recoger los pedazos? 

Vale, a propósito, reflexionar sobre lo expresado por Gustavo Bolívar, quien dijo, conocida su derrota, que se disponía a recorrer Colombia para “recoger los pedazos que quedan del Pacto Histórico”, aunque no sepamos qué fue exactamente lo que quiso decir. 

¿Qué ha sido el Pacto Histórico desde su origen sino la confluencia de los pedazos de una sociedad que, de manera atomizada, venía manifestando su inconformidad ante las graves condiciones de deterioro social, a las cuales el gobierno de turno respondió con la más brutal y violenta represión? Mujeres, jóvenes, ambientalistas, indígenas, afrocolombianos, campesinos, comunidad LGBTIQ+, estudiantes, amas de casa, sindicalistas, etc., agrupados o no en movimientos sociales y en su mayoría abstraídos de cualquier liderazgo o dirección política, fueron los que lograron converger para marcar un hito histórico después de más de doscientos años de vida republicana. 

Hay que decir que, para ese caudal de movimientos que seguro están dispuestos a manifestarse cuando sea necesario, lo que falta son claros liderazgos,

De manera que el Pacto Histórico es el resultado de ese encuentro de multitudes, de las ciudadanías libres que de distinta manera se venían expresando y consiguieron zurcir, pedazo a pedazo y sobre una misma tela, el tapiz abigarrado que logró llevar a Gustavo Petro a la Presidencia de la República. Pues bien, ese tapiz no tomó cuerpo ni forma en las pasadas contiendas regionales. Habrá entonces que decirle a Bolívar que de lo que se trata es de mirar si es posible empezar a zurcir ese tapiz de nuevo, porque será de pedazos que el Pacto Histórico siga estando hecho. 

Hay que decir que, para ese caudal de movimientos que seguro están dispuestos a manifestarse cuando sea necesario, lo que falta son claros liderazgos, más orgánicos y menos caudillistas, más dispuestos y abiertos a ceder sus egos e intereses, también personalistas. Se necesita convencerse de que para esa masa informe de iniciativas ciudadanas, ese ya casi infinito universo de pedazos y su proyección y posicionamiento político, existe más tropa que comandantes. En el caso de Bogotá, por ejemplo, Bolívar no era la mejor carta para jugarse la alcaldía, pero al final el problema no fue como tal el candidato, el problema fue que el Pacto Histórico no tuviera con quién más salir a competir. Así ocurrió en prácticamente todas las ciudades.

¿Giro a la derecha?

Es risible escuchar a los que dicen que el pasado 29 de octubre el país dio un giro a la derecha. Pues no es cierto, pese a cambios importantes en las últimas décadas y a lo que en efecto simboliza la llegada al Gobierno de dos personas que no provienen de las élites tradicionales del poder, Colombia ha sido, es y todavía seguirá siendo un país en lo político y cultural cerradamente conservador, clasista, racista, elitista, alineado a la derecha y permeado por todos los vicios que han dominado el panorama de las contiendas políticas.

Hubo sí un cambio de Gobierno, nuevas fuerzas sociales se alzaron y le dieron un lapo a la política tradicional, se vislumbró que hay un país dispuesto al cambio, pero en donde casi todo está todavía por hacer. 

Es como si el solo triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez en 2022, por arte de birlibirloque, hubiera llevado a que el país girara hacia una nueva geografía política e ideológica, sin tener en cuenta la necesaria transformación cultural que para ello se requiere. Como si fuera la clausura de un proyecto que ha gobernado durante más de doscientos años y de un orden económico y unas estructuras institucionales y de poder que a nivel nacional y en las regiones se mantienen absolutamente intactas.

Se equivocan quienes pensaron que ese respiro alcanzado por la izquierda y los sectores progresistas en la presidenciales de 2022 era ya la evidencia concluida de un nuevo país, como si los cambios se hicieran en un abrir y cerrar de ojos. Ingenuidad o vana ilusión. Hubo sí un cambio de Gobierno, nuevas fuerzas sociales se alzaron y le dieron un lapo a la política tradicional, se vislumbró que hay un país dispuesto al cambio, pero en donde casi todo está todavía por hacer. 

Las presidenciales de 2022 confirmaron que los partidos tradicionales no dominan completamente el escenario político nacional, pues ni siquiera tuvieron candidatos y se limitaron a actuar como segundones en alianzas o coaliciones. También las elecciones del mes de octubre reconfirman que en las regionales sigue ganando el pulso esa parte del país feudal y patrimonialista que todavía somos: corrupción, poderes concentrados en familias y clanes regionales, cacicazgo y dominio de élites muchas veces emparentadas con mafias y grupos armados y delincuenciales que dominan la cartografía del poder no fueron esta vez la excepción y siguen siendo definitivos en la sumatoria de los guarismos finales. 

La oposición

Satanizan y denigran a sus protagonistas, venden la idea de que vivimos hoy en una situación de caos y presentan, como nuevas, situaciones que histórica y estructuralmente se han acumulado y de las cuales son estrictamente responsables

Hay que reconocer que Petro gobierna en medio de un contexto especialmente adverso. El conservadurismo y la pasión contrarreformista que siempre con sangre se ha impuesto en Colombia han reaccionado con toda la virulencia cerrándose tozudamente en su favor y en contra de los intereses nacionales. Se hace todo lo que esté al alcance para apostar por el fracaso, en tanto consideran también que se socavan los valores que prolongan y legitiman su dominación frente a otros sectores sociales.        

Por ello promueven el miedo al cambio, satanizan y denigran a sus protagonistas, venden la idea de que vivimos hoy en una situación de caos y presentan, como nuevas, situaciones que histórica y estructuralmente se han acumulado y de las cuales son estrictamente responsables. Asumen que veníamos viviendo en un paraíso, en una casa pulcra y bien ordenada, en el nirvana de la convivencia donde es mejor dejar las cosas como están porque cualquier iniciativa de cambio sería indefectiblemente un paso hacia el abismo. 

Pese a los malos augurios y al esfuerzo pecaminoso de la oposición de que el primer Gobierno de izquierda en Colombia sea conducido al fracaso, lo que es inobjetable es que sí se requiere con urgencia emprender las transformaciones, desde siempre aplazadas, que lleven a superar los graves problemas que como país nos aquejan.  

Pensando en el interés nacional, esperemos que les vaya bien a todos los mandatarios, pues no la van a tener fácil; todas las ciudades tienen serios problemas de seguridad, de violencia y de movilidad; los índices de pobreza permanecen en cifras elevadas, así como los niveles de desempleo e informalidad. Colombia se mantiene como un volcán a punto de estallar y quienes quiera que hayan llegado a administrar los destinos de sus ciudades o departamentos tendrán que pensar en cómo salirle al paso a los que siguen pensando que no hay nada mejor que mantener la inercia y asegurar la permanencia en el pasado.


*Economista-Magister en estudios políticos