Orlando
Ortiz Medina*
El próximo domingo nueve de marzo se realizarán
las elecciones para el Congreso de la República, sin lugar a dudas, y no sin
razón, la institución más desprestigiada en Colombia. Una apuesta por su
renovación sería no sólo la acción más audaz e inteligente de los electores,
sino la muestra más fehaciente de que el país ha madurado y de que todo el
descontento y la agitación social que ha precedido el más bien pobre debate
electoral se ha ido encausando políticamente.
Al que se considera por excelencia el recinto
de la democracia han arribado históricamente personas de todos los pelambres, aunque
casi siempre de las mismas corrientes políticas; para no decir
maquinarias. Por demás, quienes han logrado
alcanzar las curules, muy pocas veces lo han hecho por sus méritos y
realizaciones; por el contrario, su llegada ha dejado una estela de dudas sobre
su estatura moral y ética, que es, a mi juicio, la máxima exigencia que debemos
hacer a quienes aspiran a proclamarse como delegados del poder que como
electores, y antes que nada como ciudadanos, les confiamos.
Ni qué decir de aquellos que resultan favorecidos
gracias a la ventaja que les ofrece el que se les haya financiado costosas
campañas por parte de grupos empresariales, a quienes, una vez posesionados, deberán
pagar el favor con la presentación y aprobación de leyes, decretos y reformas
que beneficien sus intereses. Las reformas a la salud en favor de las EPS o a
los regimenes tributario o laboral que otorgan ventajas a las empresas, son tan
solo uno de los muchos ejemplos que se pueden citar.
Es imperioso entonces decir que la responsabilidad
sobre la conformación del Congreso y lo que serán a futuro sus realizaciones
recae en principio sobre quien ejerce su derecho al voto; este sabe que elige a
un cuerpo colegiado al que se le otorgan poderes para que, entre otros, haga
las leyes, nombre a los funcionarios que representarán al Estado en los
organismos de control, ejerza control sobre el ejecutivo, decida sobre asuntos primordiales
que afectan, en conjunto, la vida de los ciudadanos: la salud, la educación, los
derechos sociales y laborales, los impuestos, la política agraria, la
distribución de regalías, la aplicación de justicia, la preservación de la paz,
etc.
Así que la acción de elegir es un acto de suma
responsabilidad, demanda rectitud, compromiso ético, entereza moral; todo ello
independientemente de cuales sean las ideologías, las pertenencias partidistas
o las apuestas programáticas, suponiendo que las haya; pues es justamente lo
que le da razón y sentido a la política: la existencia de distintas miradas y
maneras de ver y entender el mundo, que se ponen en discusión para dar lugar a
los haceres y quehaceres que ordenan los destinos de nuestras naciones.
Si, hasta ahora, Colombia ha mantenido
aplazadas las grandes reformas que se requieren para ser un país en paz; es decir,
más equitativo, con menos desigualdad y con más y mejores oportunidades para
todos, es precisamente porque ha carecido de un Congreso en donde, en vez de que
se legisle para los intereses de unos pocos, se ponga por encima el interés
general y colectivo de todos sus ciudadanos y ciudadanas. Esa es la gran tarea
y el enorme compromiso sobre el que debemos reflexionar y tomar conciencia, ya
a las puertas del debate electoral que elegirá al nuevo Congreso de la
República.
Vale recordar que al nuevo Congreso le
corresponderá la asunción de una tarea de alto calado histórico en la actual
coyuntura nacional; nada menos que la aprobación de las reformas que deberán emprenderse
a partir de los acuerdos que se deriven de las negociaciones entre el Gobierno
y la guerrilla de las FARC en la ciudad de La Habana; razón de más para
insistir en que, o renovamos una institución que hasta ahora ha estado en manos
de quienes no precisamente actúan en favor
del interés nacional, o seguimos aplazando la posibilidad definitiva de una paz
verdadera, estable y duradera para Colombia.
Pensar el voto, analizar muy bien antes de
tomar la decisión, conocer la hoja de vida del candidato, su historia, su nivel
de compromiso, sus propuestas, es parte de la tarea; pero asumir el compromiso
ético de elegir en soberana autonomía y libertad, sin endosar, vender o
alquilar la decisión, es sin duda lo que acarrea el mayor compromiso.
Por mi parte, como la renovación del Congreso
es, a mi juicio, lo que demanda la mayor urgencia, considero necesario el apoyo
a personas que, cumpliendo con el requisito de tener una conducta intachable,
sean también la voz de esa parte del país que hasta ahora ha sido silenciada y
relegada al olvido, no solo en el Congreso sino, en general, en todos los órganos
de representación.
Por supuesto, estas no se encuentran en las tradicionales
representaciones políticas: Partido Liberal o Conservador, o sus derivaciones
en el Partido de la U, Cambio Radical o Centro Democrático, que al fin y al
cabo son lo mismo, y en donde muchos de los que se encuentran en sus listas como
aspirantes al nuevo Congreso están cuestionados porque ellos o sus familiares
tienen antecedentes de vinculación con organizaciones criminales, sobre todo
por casos de paramilitarismo. Al respecto, vale la pena consultar el informe de
la Fundación Paz y Reconciliación sobre el mapa de riesgo electoral.
En mi caso votaré e invito a votar por Iván
Cepeda Castro al Senado de la República (N° 10 en el tarjetón del Polo
Democrático) y por Alirio Uribe a la Cámara de Representantes (N° 110 en el
tarjetón del Polo Democrático). Dos personas, dos historias, dos vidas
íntegramente comprometidas con la búsqueda de la paz y la defensa de los
Derechos Humanos; tienen el pasaporte moral que los habilita para ser elegidos,
uno y otro han hecho eco a las víctimas del conflicto armado, dentro y fuera
del país, y ofrecen un programa en el que toman curso las grandes
transformaciones que la nación requiere.
Elegir a personas como Iván Cepeda y Alirio
Uribe es avanzar algo en el propósito de tener un Congreso efectivamente
renovado.
*Economista- Magíster en
Estudios Políticos
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