jueves, 19 de marzo de 2020

Estado de Emergencia


Orlando Ortiz Medina*


En un sistema democrático, los estados de excepción (llámese en este caso estado de emergencia) siempre serán polémicos, aún ahora en el que parece plenamente justificado por la grave situación que atraviesa el país, debido a la pandemia del coronavirus. El estado de emergencia faculta al Presidente para tomar medidas extraordinarias, sin que tenga que consultar con los otros órganos del poder; una especie de presidencialismo o dictadura legalmente autorizada, que suele derivar en abusos cuando lleva al desconocimiento de normas elementales de la democracia o a afectar el ejercicio de los derechos.

Es lo que ha ocurrido con el Decreto 0418 del 3 de marzo de 2020, con el que el presidente Iván Duque desconoce el ejercicio de gobierno y la autonomía de los gobernantes locales, así como de quienes los eligieron con sus votos. Fue claramente un hábil artificio de su parte para zanjar sus diferencias con las medidas anunciadas por algunos alcaldes y gobernadores, que no están más que dejando ver su inconformidad con la falta de rigor y la poca confianza que genera la actuación del gobierno nacional. Es decir, aunque con el ropaje legal que le permite el estado de emergencia, se trató evidentemente de una salida autoritaria, frente a la que no solo algunos alcaldes y gobernadores sino las propias comunidades de los municipios interesados, han manifestado su rechazo.

Aunque sean en efecto decisiones polémicas, el toque de queda, la intención de cerrar el ingreso a algunos departamentos y el simulacro de aislamiento durante el fin de semana al que llama la Alcaldesa de Bogotá responden a una legítima preocupación de quienes saben lo que significaría un contagio masivo de sus ciudadanos. Ellos, más que nadie, son conscientes de que no tendrían la capacidad de respuesta para salirle al paso a una posible exacerbación de la crisis, pues ninguno de nuestros municipios y ciudades cuentan con la infraestructura hospitalaria requerida, no hay camas ni Unidades de Cuidados Intensivos suficientes, no hay el personal médico requerido, ni siquiera los que están cuentan con los aditamentos, materiales o insumos que necesitan para poder llevar a cabo sus actividades científicas y profesionales.

A lo anterior, habría que sumar las precarias condiciones de comunidades que, entre muchas otras falencias, no cuentan si quiera con el servicio de agua potable para lavarse las manos, que es lo mínimo y en lo que más se insiste en las campañas de prevención. Tampoco hay alcantarillado, sistemas de saneamiento básico y de disposición final de residuos, etc., lo que agravaría aún más los efectos de la pandemia letal y gratuitamente cedida por nuestros visitantes extranjeros, o por colombianos provenientes del exterior, gracias a que tampoco fue debidamente controlado su ingreso por los aeropuertos del país, especialmente en la ciudad de Bogotá. Es patente la escasez de productos básicos como alcohol, gel desinfectante, tapabocas y guantes, suponiendo, además, que todas las personas dispusieran de los recursos para acceder a ellos. Sabemos que no es así. 

Es claro y entendible que en esta situación de angustia, desespero y estrés colectivo nadie esté dispuesto a poner los muertos y no van a ser los mandatarios locales los que asuman en ese aspecto cuotas de responsabilidad frente a sus ciudadanos, que son a quienes primero social y constitucionalmente se deben.

Desde las alejadas oficinas del Palacio de Nariño, al Presidente y sus Ministros no parece alcanzarles ni la vista ni la vara para medir las consecuencias que tendría una rápida y prolongada expansión del virus. ¿Quién más entonces que los gobernantes locales para tomar las decisiones y las medidas de prevención que consideren pertinentes, frente a una situación de calamidad tan grande como a la que se podrían estar enfrentando? La experiencia internacional ha sido elocuente, el aislamiento es la medida más efectiva y tal vez la única posible; no hay que darle largas, Italia y España se relajaron y demoraron en darle curso, pero al final tuvieron que acogerla, sólo que después de miles de contagiados y muchos muertos ya inscritos en su actas de defunción.  

No hay que desconocer, incluso independiente de la pandemia, que existe una distancia entre el grado de reconocimiento y legitimidad que tienen los gobernantes locales por parte de la ciudadanía y el que tiene el gobierno nacional, agravado por la situación de un Presidente que vive su propio viacrucis en medio de denuncias de corrupción, compra de votos para su elección y, en general, un muy bajo nivel de aceptación por su deslucido ejercicio de gobierno.

Hoy más que nunca, el Presidente tiene la oportunidad de mostrar que no está gobernando sólo para ciertos sectores, como desde el comienzo de su mandato se le ha señalado, en especial por su estrecha cercanía con los gremios económicos. Tiene por ello que despejar el manto de dudas que suscita con el decreto de emergencia, en el que parece advertirse una nueva cesión a sus intereses, cuando algunos de ellos han señalado como disparatadas las medidas tomadas por los gobernantes locales.

Es cierto que nos debe preocupar el deterioro de la situación económica, que al final nos terminará afectando a todos, pero debe entenderse que, por encima de quienes ven  en ella sus principales preocupaciones, primero está la salud y la vida de las personas. El reclamo de muchos sectores para que se cierre el aeropuerto de Bogotá, por donde ha entrado orondo el coronavirus, está inscrito dentro de esa polémica. Ojalá sepa administrar lo poco que le queda de legitimidad y reconocimiento entre la ciudadanía; que se le encienda el bombillo y encuentre luces para administrar de manera inteligente la crisis que en mala hora le sobrevino a su ya de por sí enmarañada agenda.

Finalmente, y saliéndonos un poco de estas reflexiones tan directas, es necesario ir más allá y pensar que, en medio del caos y la incertidumbre, nos van a quedar muchas tareas por hacer, que van a poner a prueba nuestra capacidad de reinventarnos. Porque la vida después de la pandemia ya no será igual.

Habrá consecuencias letales, ya las estamos viendo, pero igualmente muchos aprendizajes, pues vendrán serias mutaciones, entraremos en un nuevo umbral del desarrollo y seguramente de transformaciones culturales. Tal vez nos quedemos con nuevas maneras de saludar, las urgencias posiblemente ya no serán las que antes creíamos, habremos aprendido que la dimensión del tiempo es otra, que la vida es lo primero y que todo en ella puede ser leve; que el largo plazo es una ilusión; que raza, color, religión, estatus social, género, no cuentan; nunca debieron haber contado a la hora de enfrentar los males de los que podemos ser víctimas. Tal vez ahora diferenciemos menos el espacio de la casa y del trabajo; entenderemos de manera diferente eso de las nacionalidades, ahora que somos una sola nación enferma; aprenderemos a utilizar más responsablemente las redes y sabremos que, más allá de bienes, orgullos y vanidades, todos somos igualmente vulnerables.

Un poco de angustia o miedo seguro que en estos días nos habrá afectado; nos habremos acercado más y manifestado mayor preocupación por nuestros familiares, amigos y personas cercanas; tal vez nos habremos arrepentido y vuelto sobre aquellos a quienes hemos hecho daño. Estamos renovando el valor de la solidaridad y de los afectos y somos más convencidos de lo imprescindible que es unir esfuerzos para responder a esta y otras crisis sobrevinientes.

Es lo único que nos queda después de que una simple sopa de murciélago servida en un plato chino nos hizo caer en la cuenta de que la solidez de la civilización, la fuerza del progreso, la entereza que teníamos sobre la bondad  de los logros científicos y tecnológicos no son más que una vana ilusión; sabemos que la humanidad pende de un hilo en un momento en el que, como decía Shakespeare, el tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan… pero, continúa Shakespeare, porque tambien para quienes aman, el tiempo es eternidad.

*Economista-Magister en Estudios Políticos.