Orlando
Ortiz Medina*
El Congreso como institución debe ser defendido como recinto máximo de la democracia, pero, como tal, se denigra si quienes allí toman asiento siguen siendo en su mayoría la escoria de la sociedad; los que representan la ley pero patrocinan el hampa. Es contra ellos que hay que manifestarse.
El voto en blanco es ciertamente una
manifestación del rechazo de los electores a un conjunto de propuestas,
candidatos y formas de representación política en las que no ven reflejados sus
intereses. En Colombia es hoy una manifestación fundamentalmente simbólica, que
adquiere sentido y validez para una ciudadanía que quiere expresar su cansancio
con un sistema de participación, en este caso el sistema electoral, al que
encuentra profundamente corroído y permeado por toda clase de vicios y
expresiones venales. Así que sobrarían razones para entender e incluso
respaldar a quienes piensan que esa es la mejor opción en el actual debate
electoral que se vive en Colombia.
Sin embargo, en el caso específico de las
elecciones para el Congreso de la República (otra cosa son las presidenciales),
hay que advertir que, en sus efectos prácticos, el remedio puede llegar a ser
peor que la enfermedad y que quienes voten en blanco van a terminar haciendo un
favor gratuito a aquellos a quienes desean manifestar su rechazo.
Para alcanzar una curul en el Congreso los
partidos deben superar el umbral electoral, que en este caso implica tener una
votación de como mínimo un tres por ciento del total de los votos válidos. El
voto en blanco es un voto válido y por lo tanto suma para el cálculo del
umbral.
Si no gana el voto en blanco, de todas maneras contribuiría a aumentar el valor absoluto umbral, lo que hace más difícil la situación para los partidos y movimientos pequeños que, todos sabemos, están en alto riesgo de quedar por fuera, de acuerdo con los comportamientos históricos de los resultados electorales.
De llegar a ganar el voto en blanco, lo que matemáticamente
veo muy difícil, lo único que pasaría es que se debe convocar a nuevas
elecciones y no habría impedimento para que quienes aspiraron la primera vez vuelvan
a estar de nuevo en las listas. Eso sí,
quedarían por fuera los partidos que no logren alcanzar el umbral. En
conclusión, tendríamos al final un Congreso de cuyas curules quedarían
posicionados, reposicionados, los mismos de siempre con sus triquiñuelas y
artimañas.
Seguro entonces que quienes más celebran en el
momento el alto guarismo que pueda llegar a tener el voto en blanco son quienes,
gracias a sus amarres, ya tienen asegurado su paso al Congreso de la
República.
Las decisiones políticas a veces, casi siempre,
nos exigen ser pragmáticos y saber valorar en la medida y el momento justo la
relación entre medios y fines. Si el fin es mostrar de una vez por todas
nuestro rechazo a quienes ha hecho del Congreso una institución insulsa y
desprestigiada, el medio, por lo menos por ahora, no parece ser la opción del
voto en blanco, con todo el sentido y lo válida y respetable que sea.
Más sentido puede tener respaldar a fuerzas y/o
candidatos (as) nuevos (as) o que por lo menos no sean los siempre voceros del
establecimiento.
Hay opciones con personas que provienen de la
academia o los movimientos sociales, otras que ya han mostrado una labor pulcra
y han cumplido una función crítica y de control en el Senado o la Cámara de
Representantes: Ángela María Robledo del Partido Verde, Jorge Enrique Robledo,
Iván Cepeda y Germán Navas Talero en el Polo Democrático, para hablar sólo de
algunos de los que ya han estado. O personas que aspiran a llegar por primera
vez y cuya Hoja de Vida muestra su trayectoria crítica y su compromiso con el
rescate de la honestidad y la transparencia en el ejercicio de la actividad
política: Claudia López en el Partido Verde, Rodolfo Arango y Alirio Uribe en
el Polo Democrático; otros tanto que no sólo merecen la oportunidad sino en los
cuales todavía albergamos alguna esperanza. Cada quien sabrá cual considera su
mejor opción.
*Economista- Magíster en
Estudios Políticos
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