sábado, 21 de abril de 2012

Memoria de mis putas tristes

Memoria de mis putas tristes


Orlando Ortiz Medina*





Cualquiera que haya ido a Cartagena habrá sido objeto de una oferta, tan casual en la ciudad colonial como en cualquier otra ciudad o municipio de Colombia, en donde, así como una lata de cerveza, una cajetilla de cigarrillos o una caja de tabacos, le ofrecen sin rubor “chicas a bajo precio”; de la edad que usted quiera y puesta en el sitio que usted disponga: un bar, la playa o en la habitación del hotel; costo del domicilio y el cafisho incluido. Que el cuerpo y los servicios sexuales sean uno más de los productos y mercancías a los que se pueda acceder en el universo del mercado no es pues noticia, menos en lugares en donde el turismo es tan atractivo como en la muy bien presentada al mundo ciudad de Cartagena.

De manera que, el hecho que terminó marcando la recién celebrada Cumbre de las Américas no debería generar mayor misterio; ya lo dijeron en los Estados Unidos, fue sólo “un acto de indisciplina” de algunos -muy pocos porque en total eran mil- de los agentes de seguridad del presidente Obama. No se violaron leyes colombianas, no se irrespetó a su gobierno, no se cometió ningún delito (ellos no cometen delitos); no es nada que no se pueda subsanar con un despido o sanción ejemplarizante a los desobedientes muchachos.

Lo que sí es irrefutable es que son cientos de mujeres las que ejercen el que es conocido como el oficio más antiguo del mundo; oficio que en Colombia ha venido creciendo a medida que aumenta también la pobreza y que, en especial para las adolescentes e incluso para muchas niñas, es el único que les va quedando como alternativa para solventar su sobrevivencia.

Aunque no se reconozca, en nuestras ciudades hay una relación directa entre prostitución y pobreza; muchas de las mujeres que ejercen como trabajadoras sexuales son el soporte económico de sus familias: padres, madres, hermanos o hermanas; otras son madres solteras y casi todas víctimas también de violencia intrafamiliar, lo que se constituye en un factor adicional que las empuja al desempeño de su trabajo.

“La pobreza me obliga”, suelen argumentar cuando se trata de justificar su labor. Y cómo no creerles en una ciudad que, como Cartagena, es el más vergonzoso y fiel reflejo de una realidad polarizada, en extremos en los que la opulencia, el derroche y el esnobismo de unos cuantos se confronta con la pobreza, el dolor y la humillación e infelicidad a que se está condenando a muchos otros.

Basta con darse una vuelta por los barrios de la zona sur oriental de la ciudad, anegados en la pobreza, olvidados por el Estado y con una precaria infraestructura de servicios públicos; para tener una idea del envés de la ciudad bonita. Aquella por la que no se invita a pasear a quienes vienen a las cumbres o a tantos otros eventos nacionales o internacionales que recurrentemente allí se celebran y de donde tal vez provengan la mayoría de mujeres que ofrecen sus servicios sexuales, a la sombra de las murallas que ya no son para defendernos de los todavía vigentes embates coloniales.

Claro, hay quienes argumentan que el ejercicio de la prostitución tiene hoy diferentes visos y que no es solamente un asunto derivado de las condiciones de pobreza; que hay quienes la ejercen pese a no sufrir condiciones económicas precarias; mujeres de estratos altos o de cierta condición económica prestan también sus servicios a cotizados consumidores; las llamadas prepago, entre quienes, es lo que se dice, se encuentran prestigiosas modelos, actrices y damas de cierta posición. De todas maneras, así ganen más y ejerzan un oficio de su libre albedrío, se trata de mujeres que por mejorar su condición económica se obligan a vender su cuerpo.

Al fin y al cabo, al menos en Colombia, la prostitución es un oficio no prohibido y del que, entre otros, se lucran propietarios de bares y burdeles que explotan como los que más a sus empleadas; mujeres que trabajan sin ninguna garantía de estabilidad, sin ningún tipo de prestaciones sociales; obligadas a mantener al día y por su propia cuenta sus certificados médicos, lo cual está bien, pero que es tan costoso y exigente para una profesión al mismo tiempo tan riesgosa.

En relación con la actitud de los agentes de seguridad del presidente Obama, que podría haber sido la de los agentes de seguridad del presidente de cualquier otra nación poderosa, o incluso de Colombia, pues no es solamente un asunto de los norteamericanos; no es más que la refrendación de una situación ya de sobra conocida: que es la manera como asumen que deben comportarse con personas, y en este caso con mujeres, que provienen o viven en las cloacas o en el patio trasero de su naciones; lo que en su ignorancia todavía  consideran como países del tercer mundo.

Pactar un precio por el servicio y luego no pagarles, o pagarles menos, que fue lo que generó el escándalo y puso al descubierto el “acto de indisciplina”, no hace más que simbolizar la idea que de nuestras mujeres y en general de nuestros ciudadanos tienen ciertos badulaques extranjeros: que somos personas de segunda y que, como en este caso estaban con mujeres que además de colombianas eran putas, o viceversa, de ellas se podían burlar y pasarse por encima de su integridad y de sus derechos.

¿Qué es entonces lo que produce una reacción tan airada en los medios norteamericanos? Nada que verdaderamente indigne –aunque en estos casos lo de menos podría ser indignarse- o lleve a alguna reflexión sobre el imaginario que aún se sostiene sobre la cultura y la vida de nuestras naciones, o a una reflexión sobre el drama de muchas mujeres que, cualquiera que sean las circunstancias, están siendo empujadas a ejercer la prostitución. Por el contrario, el incidente ya está siendo utilizado como eslogan publicitario de una compañía aérea, Spirit, que con mujeres semidesnudas como fondo ofrece viajes de turismo a Cartagena. Más aún, lo que tampoco sorprende, busca ser capitalizado por el Partido Republicano, en la campaña electoral, en curso en los EEUU.

Nada, en fin, que no sea la preocupación por lo que ello signifique para la imagen de la nación que ha querido mostrarse como el ejemplo y adalid de la moral y la decencia en el mundo, o más que un asunto de seguridad nacional, porque “la pilatuna” de sus agentes pudo haber puesto en riesgo también la de su presidente y dejado en evidencia que, pese a su parafernalia, una y otra son vulnerables.

Ya se sabe que los organismos de inteligencia tienen la información de las mujeres que estuvieron implicadas; algunas ya han sido entrevistadas y se está averiguando si pudo haber alguna perteneciente a “bandas terroristas” del país o de cualquier otra parte del mundo. Así que, puestos de nuevo en su senda los dispositivos de seguridad y después de algunos despidos y sanciones, el asunto quedará resuelto; será materia de olvido como ¿los resultados? de la Cumbre misma. 

En Colombia el caso no pasará de ser un asunto de menor cuantía, mientras la pobreza, que cuando menos avergüenza a su presidente –eso fue lo que dijo-, seguirá condenando y arrastrando a muchas mujeres al maltrato y la soledad de su oficio. No habrá nada que no siga siendo parte del paisaje y la cotidianidad de cualquiera de sus municipios o ciudades; asunto del folclor y fuente de inspiración para el humor, la caricatura y los comentarios banales. De lo que verdaderamente debería llamar a la reflexión no irá quedando nada, ni en las páginas de los periódicos, ni en las agendas de sus gobernantes, ni siquiera en la memoria de sus putas tristes.



*Economista-Magíster en Estudios Políticos

lunes, 16 de abril de 2012

Qué Buena Cumbre

QUÉ BUENA CUMBRE

Orlando Ortiz Medina*


Tal vez sea esta la primera de esas cumbres, o acontecimientos de similar naturaleza, de la que no se pueda decir que, como siempre, hubo un rotundo fracaso y que no pasó de ser más que otro de esos eventos de carácter protocolario; y ello pese a que, en realidad, la agenda de discusión, por lo menos la oficial, terminó relegada a un segundo plano, lo que a mi juicio fue precisamente su principal logro. Temas como reducción de la pobreza, integración en materia de infraestructura, desastres naturales, seguridad y acceso a tecnologías, que eran los de la agenda oficial, han sido siempre la parte sustancial de estos encuentros, pero de los cuales al final poco es lo que en realidad se concreta, a no ser por los esfuerzos que en su fuero interno y de acuerdo con sus dinámicas, capacidades y condiciones políticas adelanten cada uno de los países.

Así que, paradójicamente, lo que más se destaca al término esta VI Cumbre de la Américas es justamente que no haya habido consenso y ni siquiera ambiente para la firma de una declaración conjunta por parte de todos los mandatarios asistentes. Lo que ocurrió, es la manifestación más clara y contundente de que las cosas han cambiado, de que América Latina ha avanzado y que las posiciones hegemónicas son cada vez más un asunto del pasado y producto de momentos distintos por los que pasaron la relaciones entre los países del continente, en particular de los de América Latina y el Caribe con los EEUU.

Otros son los tiempos en que los acuerdos o declaraciones finales quedaban signadas por las posiciones abyectas de nuestros países y gobernantes que miraban con temor o con cierta y humillante pleitesía a los gobiernos y mandatarios norteamericanos. Una especie de sentimiento de inferioridad, falta de autoestima y de acatamiento sumiso de las políticas impuestas por sus agendas, o por los organismos que siempre han controlado, Banco Mundial o FMI, por ejemplo; había sido hasta ahora la nota común.

Ese no fue el caso esta vez; la agenda que previamente había sido concertada terminó eclipsada por temas que la mayoría de los gobiernos de América Latina consideraban de mayor importancia; bien porque es allí donde más sienten afectados sus intereses y los de sus conciudadanos: la lucha contra las drogas, o bien por que en ellos ven, de alguna manera, puesta en juego su integración, autodeterminación y soberanía: Cuba y las Malvinas.   

Por eso la agenda oficial fue un asunto de menor importancia y no llamó la atención requerida ni siquiera por parte de lo medios. Debemos decir entonces, no sé si pecando de excesivo optimismo, que lo que ocurrió en esta Cumbre constituye un punto de quiebre y una clara manifestación, no sólo de que los países de América Latina han venido ganando mayor autonomía e independencia frente a la condición omnipotente de los EEUU, sino que, consecuentemente, este último ha venido perdiendo su poder hegemónico y de control en el continente.

Fue una cumbre con una importante carga de contenidos y manifestaciones especialmente simbólicas, pero no por ello menos significativas. No hubo una presencia física del presidente del Ecuador Rafael Correa, pero fue eso mismo lo hizo un protagonista de la Cumbre, porque no hay duda de que el eco de su ausencia estuvo de manera permanente en el recinto de discusión, dadas las razones que adujo para no asistir: el veto a Cuba. Aparte de la expectativa por su arribo a Cartagena y el impresionante despliegue de seguridad, el presente Obama no fue esta vez el protagonista; se le vio más bien relegado y casi que limitado a escuchar las demandas y críticas de los otros gobernantes. Si los comparamos, se vio más en pantalla al presidente de Bolivia Evo Morales, quien secundó todo el tiempo la posición de Ecuador y Venezuela. El presidente del Perú Ollanta Humala regresó a su país la noche anterior a la culminación oficial del evento; la presidenta Cristina Fernández se marchó también unas horas antes; ya vinimos ya cumplimos, pareció ser el mensaje, que de hecho ratificó el embajador de Argentina a través de su Twitter.  

En general, en la cumbre tuvieron más audiencia los mandatarios de países que hace ya varios lustros vienen liderando una posición contra hegemónica a los EEUU; en especial los países del ALBA, que esta vez, y para algunos temas, contaron también con el apoyo de países como Colombia, Guatemala y México, principalmente, que unieron sus voces a la idea de revisar la política de lucha contra las drogas y se sumaron al llamado de que Cuba no siga siendo una nación excluida. De manera que podemos decir que se anotaron un triunfo; pues los temas que lograron incluir en la agenda quedaron posicionados en la mesa de discusión internacional y ya no será fácil, ni siquiera para el gobierno norteamericano, pasar frente a ellos de soslayo. La revisión de la política de lucha contra las drogas basada en el prohibicionismo y la criminalización podría iniciar, ahora sí en serio, el camino hacia que se reconozca su obsolescencia. La práctica de los vetos y exclusiones, que no suelen ser más que una negación o desconocimiento de la diversidad y la pluralidad, y que mucho conlleva de prejuicios de carácter ideológico, tendrá que ser revisada, incluso en el seno mismo de la OEA. 

America Latina y el Caribe pusieron esta vez su agenda, tal vez porque los gobernantes de hoy sienten más el dolor por el ingente número de vidas que se han sacrificado, hasta ahora sin mayores resultados, en la lucha contra las drogas; o porque creen que dichos recursos podrían tener otros destinos para atender necesidades tanto más apremiantes como la salud, la educación o la generación de empleo más digno y mejor remunerado, por ejemplo. En la Cumbre quedó claro que en las agendas que orienten las políticas de desarrollo del hemisferio, los países latinoamericanos no van a seguir siendo los tradicionales convidados de piedra y que cualquier tipo de política o medida que se vaya a emprender tendrá que ser consultada, deberá contar con su anuencia y poner en orden de prioridad sus intereses y los de sus pueblos. Igualmente, después de la cumbre, los Estados Unidos deberán tener más claro lo que desde hace mucho les ha venido diciendo América Latina: que es muy alta su cuota de responsabilidad frente a este flagelo, como quiera que es el principal consumidor; que las políticas, no siempre claras, que ha emprendido para prevenir o combatir el consumo no solo han sido insuficientes sino que, está demostrado, tampoco son ni van a ser eficaces, y que no es enviando armas, municiones y soldados a nuestros países como el asunto se va a solucionar.

En cuanto al presidente Santos, anfitrión en la Cumbre, debemos decir que salió muy bien librado. No sólo porque en la organización del evento parece ser que fue todo un éxito la parte logística sino porque logró mostrarse y consolidar su posición de liderazgo, en lo que ha venido empeñado desde el comienzo de su mandato. Fue, como se sabe que es, un buen jugador; quedó muy bien con el presidente Obama, con quien concretó temas relacionados con el TLC; logró la ampliación del periodo de las visas para los colombianos y pudo manejar con habilidad la situación que desde un comienzo hizo sentir ruidos por la no invitación de Cuba a la Cumbre. Pero asimismo, quedó muy bien con el conjunto de países de América Latina y el Caribe.

Fue desde antes de la realización de la cumbre uno de los que lideró el tema sobre la necesidad de iniciar un diálogo tendiente a revisar la política antidrogas; se unió a las voces de quienes se oponen a que Cuba siga siendo excluida; dijo cosas significativas, como que América Latina debería sentir vergüenza por ser uno de los continentes con más desigualdad en el mundo, ojalá él sienta en serio esa vergüenza. En las palabras de finalización y clausura de la cumbre, dijo tener un sesgo especial por uno de los temas de la agenda oficial, el de la reducción de la pobreza, con el cual se comprometió e invitó a los demás países a comprometerse de verdad con el tema.

A los visitantes les mostró la parte bonita, de la bonita ciudad de Cartagena.   La ciudad estaba pulcra, sus calles “limpias”, incluso de los indigentes y vendedores ambulantes que suelen afear la ciudad; a ellos, como es costumbre, se les recoge y esconde unos días antes cuando hay este tipo de celebraciones.    

Al fin de cuentas, y pese a su carácter eminentemente simbólico y protocolario, de la cumbre podemos hacer un buen balance. Sobre todo para América Latina que le ratificó al mundo, y en particular a los EEUU, que hoy su geografía y el mapa de sus realidades y dinámicas políticas e institucionales configuran otros escenarios; de hecho hoy tenemos un líder indígena y al menos tres mujeres a la cabeza de algunos de sus gobiernos.

Reconociendo la importancia de las relaciones que hay que mantener con el país del norte: económicas, sociales, políticas, culturales; la apuesta es por seguir ganando espacios y mayor protagonismo en los temas de discusión. Ya se sabe que es posible tener diálogos más abiertos y en donde las agendas no terminen convertidas en una camisa de fuerza. Sólo con posiciones más dialógicas, ojalá poco o nada henchidas de fundamentalismo o cargas ideológicas -de uno y otro lado-, el futuro de los americanos: los del norte, los del sur y los del centro, podrá ser algún día mejor.


*Economista- Magíster en Estudios Políticos