miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cuando el apellido no nos queda


Orlando Ortiz Medina*



(Video tomado del canal EH EH EPA COLOMBIA en Youtube)

El pronunciamiento de la representante María Fernanda Cabal en un evento de promoción de la campaña por el no en Medellín, reafirma lo que muchos sospechamos de la posición del Centro Democrático frente al proceso de negociación entre el gobierno y la guerrilla de las FARC: no es cierto que sí estén a favor de la paz y que su preocupación sea estrictamente el contenido de los acuerdos.

Los juicios lanzados y el estilo denodadamente agresivo de la congresista desestiman las afirmaciones de su partido en el sentido de que lo que buscan es el perfeccionamiento de los puntos que allí se han pactado y no echar por la borda el resultado de un esfuerzo de cuatro años sostenidos de diálogo.

Queda cada vez más claro que el Centro Democrático sigue pegado a sus postulados militaristas y no cree ni confía en una salida política negociada, pese a los indudables resultados que a la fecha se registran.

La señora María Fernanda Cabal, una de las de mayor ranking en el Centro Democrático por los sectores e intereses que representa como esposa del presidente de la Federación Nacional de Ganaderos, no ve en los acuerdos más que una humillación del Ejército Nacional, o cuando menos la renuncia a su razón de ser, que es según ella la de “entrar a matar”.  Qué horror.

Nada refleja de manera tan clara el talante monstruoso de quien olvida, o probablemente no conoce, que aún en la guerra existen normas y códigos de comportamiento, principios y actitudes éticas a las que se debe corresponder por parte de quien empuña un arma, más todavía si son las armas del Estado, aunque lo es de hecho para cualquier combatiente y en cualquier tipo de ejército.

Hiere además profundamente la imagen del ejército, al que dice amar, cuando llama vendidos a sus generales y de quienes afirma que recibieron una “prima de silencio de no se sabe qué cantidad de dinero por renunciar a su doctrina”. Qué curiosa manera de amar la de la señora Cabal.

Su intervención, además de desatinada es miedosa, peligrosa, denota los odios que la agobian a ella y a sus copartidarios y es un anticipo de lo que realmente puede llegar ocurrir si los colombianos se decidieran mayoritariamente por el no, que significaría, ni más ni menos, ingenua, consciente o inconscientemente, acoger su irresponsable e incendiario discurso.

Como todos los de su partido, o los que sin pertenecer a él los siguen en sus postulados, insiste en desconocer que lo que hubo no fue una entrega y rendición, sino un acuerdo producto de un difícil proceso de negociación al que en buena hora se sumaron policías y militares del más alto rango. Los mismos que cuando les correspondió combatieron fiera y decididamente a las FARC.  

Significa no entender que lo que queda en estos casos no es en modo alguno una serie unilateral de concesiones, sino los puntos medios a los que se llega en la escala entre máximos y mínimos que se crea desde las propuestas y por las tensiones producidas entre las partes en contienda.

Cualquier negociación termina en acuerdos cuyo resultado deja para cada contendiente el máximo posible alcanzable, no necesariamente el óptimo ni el que más hubiera deseado. Fue lo que pasó entre dos bandos decididamente antagónicos e irreconciliables que, al no haberse derrotado, optaron por una salida distinta a la de la búsqueda recíproca de su eliminación. Nada más a tono con lo que corresponde esperar de una sociedad que se dirige a completar la cuota que le falta de civilización, y a convertirse en un escenario de mayor progreso y posibilidades de vida para sus ciudadanos.

Quien verdaderamente conoce de los ejércitos sabe que negociar no es rendirse, pues se rinde o se entrega solamente quien está derrotado; dialoga y negocia quien sin renunciar a su hidalguía y apegado sobre todo a los principios humanitarios, entiende que también el diálogo es un instrumento para discernir sobre lo que nos confronta y un medio más altivo y menos doloroso para superar la guerra.

Es cierto que los soldados deben estar preparados y listos siempre para la hora del combate, pero lo es también que ni el más preparado de los ejércitos debe hacer que la guerra se le convierta en un fin, como sí lo ha de ser siempre la búsqueda de la paz.   

Pero se fue más lejos en su insolencia la siempre destemplada congresista, pues con el mismo celo paranoico que caracteriza a su jefe y a todos los de su séquito, habló incluso de la presencia de obispos y empresarios en un supuesto secretariado especial de las FARC. En su propósito de denigrar los acuerdos, de insistir en la perpetuación de la guerra, la señora miente y merodea en sus delirios al punto de que lo que ya realmente preocupa es su salud y particularmente su lucidez. Qué amenaza cuando se trata de quien ocupa un lugar en el Congreso de la República.  

Respetando como siempre a quienes todavía piensan votar por el no, no sobra invitarlos a que no dejen de utilizar el tiempo que aún queda para la reflexión. La insolencia de quienes nada más destilan odio y se resisten a que Colombia avance al menos unos cuantos pasos para que nuestras próximas generaciones tengan un futuro mejor, no debe ser la guía de quienes por desinformación, el embuste y la publicidad engañosa pueden llegar a equivocar su decisión y ceder no sabemos cuántos años y vidas más a los desastres de la guerra. Los colombianos, todos, los del SI y los del no, nos merecemos una nueva oportunidad.

*Economista-Magister en Estudios políticos






jueves, 15 de septiembre de 2016

MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA, SÍ, SÉ QUE VOLVERÁ


Orlando Ortiz Medina*


Este 10 de septiembre, niños y niñas comenzaron a salir de las filas de la guerra, a donde nunca debieron haber llegado. Empieza así el final de una de las peores infamias de esta dura etapa de nuestra historia.

Como todas las generaciones nacidas desde finales de la década del cuarenta, tuvieron la mala suerte de haber llegado a un país que a padres, abuelos y bisabuelos, les ha dejado como herencia la secuela onerosa de una serie sucesiva de guerras y conflictos armados. 

En buena hora, aunque siempre es tarde cuando de salir de la guerra se trata, empezarán a recuperar, al menos en parte, ese poco que les quede de su infancia arrebatada. Sabrán, apenas, que había otras formas posibles de vivir la vida, que existía un mundo distinto en el que jugar a las escondidas o a los soldados libertados era una de esas tantas diversiones callejeras en que otros hicimos nuestros primeros amigos, tuvimos los primeros enamoramientos y disfrutamos creativamente el tiempo.

Desaprenderán de lo enseñado por una sociedad que, teniéndolo todo, no les ofreció sino lo que mezquinamente dispuso para matar sus sueños y, en vez de a disparar un fusil, los hubiera hecho diestros en tocar una guitarra, practicar un deporte, manejar un pincel, pintar un paisaje o dejado simplemente en su bucólica y honrosa vida de labriegos.

Hoy felizmente podemos decir que SÍ sabemos que volverán esos Mambrús y vendrán a encontrarse con una nueva oportunidad de celebración de sus vidas.

La mayoría de estos niños y niñas pertenecen a territorios en donde la guerra fue quedando, qué crudeza decirlo, como el escenario menos hostil y azaroso en el que pudieran realizar sus vidas, incluyendo sus propios hogares y familias. Muchos se internaron en la selva huyendo del maltrato a veces prodigado por sus propios padres o madres, tantos más por haber sufrido abuso o violación sexual, otros simplemente empujados por el hambre y la pobreza.

Son hijos e hijas de una sociedad a la que el silencio y la indiferencia hicieron indolente, terminó arrastrada al acostumbramiento y se olvidó de quienes con menos suerte y oportunidades les correspondió poner los muertos.

Por eso hoy, a las puertas ya de culminar el proceso de diálogo y negociación entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, cabe esperar que la inteligencia, la sensatez y el sentido de humanidad de una sociedad civilizada, guíen la decisión que nos llevará a las urnas el próximo dos de octubre, en el que sin duda es el momento histórico más importante de las últimas décadas y de las generaciones que hoy estamos en la mayoría de edad.  

Los niños y las niñas que hoy salen por fortuna de la guerra, los que abrirán sus ojos por primera vez, los que aún están aprendiendo a caminar, no merecen que se les condene a seguir en la tragedia que también sin merecer nos legaron a nosotros.

No habría mayor impunidad, nada deshonraría más la justicia ni sería más imperdonable que por odios, mezquindades o fundamentalismos de cualquier naturaleza dejáramos pasar el momento de contribuir a cambiar el rumbo de un país que, dirigido siempre hacia el norte de la guerra, tiene hoy la oportunidad –la única que hemos conocido- de reorientar su brújula.

Para unos y otros sería muy costoso aplazar este momento y desconocer el saldo positivo que sin haber culminado ya nos ha reportado este proceso. Queda tiempo todavía para la reflexión y será mucho más el que tendremos para ayudar a sanar las heridas y avanzar en la reconciliación. También para ver realizada la justicia y no dejar de lado  los juicios de responsabilidad; pero no una justicia cifrada en el odio, la sed de venganza o la perfectibilidad de códigos y leyes, que al fin y al cabo nunca o sólo para algunos han funcionado.



*Economista-Magister en Estudios Políticos