Orlando Ortiz Medina*
Muchos vaticinaron que la frustrada administración del Polo en cabeza de Samuel Moreno significaría el alejamiento en Bogotá, por lo menos para un lapso largo de tiempo, de las posibilidades de una nueva alcaldía de izquierda. Si bien la premisa no era del todo vacía de argumentos, pues Samuel Moreno terminó en la cárcel y hoy muy es difícil negar que, por omisión o compromiso, no tenga responsabilidad en el llamado carrusel de la contratación, los resultados demostraron de todas formas que estaban equivocados los profetas. El pronóstico apocalíptico no resultó cierto y una vez más el candidato de la izquierda obtuvo un triunfo contundente en Bogotá.
Pero más que el triunfo de la izquierda, lo que mayor reconocimiento merece es la confirmación de la calidad del voto y del electorado bogotano: su madurez, su sensatez a la hora de elegir, la manera como le ha ido ganando terreno a las viejas clientelas y maquinarias políticas, que acostumbraban a conducirlo como borrego a elegir mandatarios y conformar concejos ajenos a los intereses vitales de la ciudad y de la mayoría de sus ciudadanos. Tanto en el voto para la alcaldía, que optó por quien encabezó las denuncias contra los ya referidos hechos de corrupción; como en el voto para Concejo de la ciudad, en donde el ganador fue el voto en blanco, fue claro que el elector quiso propiciar un castigo a ciertos partidos y candidatos, máxime cuando sabía que algunos de ellos estaban –aún están-llamados a rendir versión ante la fiscalía. No obstante, algunos salieron elegidos. Pero el electorado eligió también a quien sus detractores, con el apoyo de algunos medios, quisieron mostrar como el monstruo de pasado criminal por su antigua militancia en el M-19, y le otorgó además un amplio respaldo a su lista de aspirantes al Concejo. Nueve de ellos salieron elegidos.
Lo que ganó en Bogotá fue de nuevo el voto de opinión, pues no sólo en la votación de Gustavo Petro hubo un fuerte respaldo de personas que no necesariamente podemos identificar como de izquierda o de corriente política alguna, sino también en la obtenida por otros candidatos, Parody y Galán, por ejemplo, en cuyos guarismos finales éste sumó de manera importante.
Es la enseña de un electorado progresista, más versado y comprometido con los asuntos públicos, que muestra su fatiga con el establecimiento y que está convencido de que sólo alguien ajeno a las deslucidas sociedades de autoelogio o enriquecimiento mutuo en que se han convertido los partidos, podrá acabar con el cúmulo de padecimientos que han venido azotando a nuestras ciudades.
No se podrá decir que Gustavo Petro haya hecho su campaña aupado por clientelas o maquinarias políticas. Lo que es cierto es que logró cautivar con una campaña no sólo muy bien conducida, alternativa frente a candidatos que, o por su inmadurez o porque se les ve todavía su cordón umbilical con la veja política, no tenían con que conquistar el favor del electorado, sino porque sus propuestas mostraban un fuerte compromiso con una ciudad que reclama por su modernización, pero una modernización al mismo tiempo incluyente y cuyos beneficios aseguren el bienestar para todos los sectores sociales. Una ciudad de cara al siglo XXI, es decir, moderna pero humana, en donde progreso no signifique el abandono de los principios del desarrollo sostenible, garantista de los derechos fundamentales, responsable con la naturaleza, y en condiciones de lograr un inserción no abyecta en el concierto de la cultura, la economía y la política mundiales.
De manera que Petro se enfrenta hoy con varias y muy serias responsabilidades, con quienes depositaron en él su voto de confianza y con la ciudad en su conjunto incluyendo a quienes no votaron y a quienes lo hicieron por otros candidatos. Pero recae también en sus hombros la responsabilidad de que Colombia avance seriamente hacia una verdadera alterativa democrática, que permita superar y borrar de una vez por todas la impronta de la mala política heredada del bipartidismo y los saldos que de ellos se camuflan en los “nuevos” partidos o movimientos nacidos de sus propios hedores. Prefiero no nombrarlos.
Sabe que no la va a tener fácil, por un lado ya están sus detractores, y más que eso sus enemigos, enfilando baterías y haciendo los peores augurios. Por otro, son múltiples y muy serios los problemas a los que su administración se tendrá que enfrentar: movilidad, seguridad ciudadana, pobreza, desempleo, población en situación de desplazamiento y víctimas en general del conflicto armado, que cotidianamente hacen su arribo a Bogotá. Problemas cuyas ejecutorias y resultados son difíciles de alcanzar en el corto y el mediano plazo. Tendrá también que mantener y fortalecer todas las herramientas a su alcance para continuar en su la lucha contra corrupción, en donde se cifra en gran parte el éxito de su campaña. En ello será fundamental el equipo del que se rodee durante su gobierno, la diligencia, armonía, compromiso ético y el liderazgo que logre mantener en el mismo. Aquí no tendrá lugar a equivocarse.
Sabe también que su compromiso de campaña fue bastante ambicioso, que cualquier error o asomo mínimo de incumplimiento va a ser un cheque en blanco para sus enemigos políticos y será sentido como una bofetada para sus electores; amigos y enemigos estarán con lupa sobre de su gestión, lo que si bien es bueno para la democracia, no oculta sin embargo los riesgos de también por ello pueda verse obstruida.
En cuanto al Polo, su actual dirigencia, tiene que bajarse de la nube y no seguirse creyendo el cuento –así lo han dicho en estos días algunos de sus dirigentes- de que sigue siendo el partido que hoy encarna y representa la oposición. Se equivoca; la oposición es hoy y en gran medida, una masa amorfa, representada en un movimiento social disperso, y del que ningún partido puede reclamar su vocería y liderazgo; ni siquiera Petro y su partido, Progresistas.
La oposición son hoy los miles de estudiantes que se movilizan en las calles contra la propuesta de reforma a la educación superior, las organizaciones de víctimas, los desplazados, la comunidad LGTB, las organizaciones de mujeres, los movimientos indígenas, los afrocolombianos,… todo un conjunto de sectores que lucha cada uno desde sus particularidades e intereses, enfrentados al establecimiento, pero que no representan ni se sienten representados en ningún movimiento, partido u organización política. Ello aún está por darse.
No significa negar que, en el caso de Bogotá, seguramente en su mayoría, estos sectores apoyaron a Gustavo Petro, el único en el que esta vez se vieron representados, como lo fue en otro momento en el Polo Democrático, del cual, así tiene que reconocerse, hoy se apartaron como en general sus bases y gran parte de su antigua militancia y dirigencia local. Difícil que hoy El Polo reclame una paternidad que no tiene, pues un partido es sobre todo sus bases, su capacidad de convocatoria y su legitimidad política y social, y en ello a estas elecciones fue profundamente maltrecho, los resultados así lo demuestran.
Así como hace cuatro y hace ocho años, con euforia pero con humildad celebramos el triunfo, también hoy con sensatez y no con menos humildad debemos reconocer y aceptar la derrota. Si es que nos sirve de consuelo, vale insistir en que por fortuna en Bogotá no perdió la izquierda, perdió El Polo, y fue porque quien gobernaba en su nombre, hoy en la cárcel, dejó una profunda estela de frustración en y más allá de sus electores, y en política los errores se pagan, y en ello El Polo no tenía porque ser la excepción.
Fueron decepcionantes las declaraciones de su excandidato Aurelio Suárez, una vez conocida la elección de Gustavo Petro, no estuvo siquiera a la altura y sensatez de los otros candidatos, los de la derecha, que aún con su dolor y su nostalgia no tuvieron reparos a la hora de reconocer su triunfo. No es sensato decir, como lo ha expresado su presidente Jaime Dusan, que El Polo no perdió; ello no puede ser cierto cuando su candidato sólo obtuvo algo más de treinta mil votos, frente a casi un millón de hace cuatro años cuando fue elegido Samuel Moreno; cuando bajó de once a cuatro representantes en el Consejo Municipal, cuando disminuyó su votación y representación en las otras ciudades y municipios del país.
Le corresponde al partido hacer una profunda reflexión, no pretender tapar el sol con un dedo y reconocer sus errores y falencias. Sus bases, sus líderes locales y gran parte de la opinión otrora a su favor migraron hacia la campaña de Gustavo Petro y son en gran parte responsables de su elección. Debe recordar que mantiene en sus filas a una importante nómina de dirigentes: Carlos Gaviria, Jorge Robledo, Iván Cepeda, para nombrar solo algunos, los dos últimos con una destacada labor en el Congreso de la República. Un capital importante y sobre el que debe reencausar sus propuestas y sus bases. Sin mezquindades, con humildad, con vocación de unidad, con sentimiento, con dolor o con amor de patria debe considerarse como parte o promotor de una nueva –otra más- propuesta de reunificación de la izquierda en Colombia; reconociendo allí a quienes se agrupan alrededor de Progresistas, de otros sectores de opinión y en general de todas las fuerzas políticas y sociales críticas del establecimiento. El palo no esta para cucharas. El Polo tampoco.
*Economista, Mágíster en Estudios Políticos
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