Mostrando entradas con la etiqueta Centro Democrático. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Centro Democrático. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de febrero de 2022

Zuluaga, usted no es el Estado

¿Qué lleva a Zuluaga a pensar que los alcaldes, elegidos popularmente, son súbditos y sujetos de obediencia debida al jefe del ejecutivo? 


Orlando Ortiz Medina*


Caricatura tomada de Razón Pública
El candidato a la presidencia por el Centro        Democrático Oscar Iván Zuluaga, en una visita  reciente a Cali, dijo en una entrevista que, de  llegar a la Presidencia de la República, su primera tarea sería citar un consejo de seguridad para demostrarle al Alcalde de esa ciudad, Jorge Iván Ospina, que, en sus palabras: “quien manda aquí soy yo”; y a la pregunta hecha  por su entrevistador Daniel García Arizabaleta, candidato al Senado por el mismo partido, de “¿y si no asistiera?”  Zuluaga,  en un tono propio del que estamos acostumbrados a escucharle a los seguidores y miembros del uribismo, respondió: “listo, lo mandamos a la mierda”.  

Olvida que en Colombia existe un orden constitucional al que tendría que acogerse, en caso, por fortuna bastante incierto, de que llegará a ser el nuevo presidente de la República.

Es una crasa muestra de soberbia y envanecimiento, pero sobre todo de ignorancia, la del candidato de la extrema derecha, cuando olvida que en Colombia existe un orden constitucional al que tendría que acogerse, en caso, por fortuna bastante incierto, de que llegará a ser el nuevo presidente de la República. Si resulta elegido, tendrá que tragarse sus palabras y dejar de lado sus ímpetus dictatoriales para someterse a la legalidad y las reglas de juego de la democracia.

Sus declaraciones son el reflejo de que él y a quienes representa se mantienen atados a un pensamiento conservador y más que nada regresivo, que nos devuelve a las que fueron las premisas del antiguo régimen, más de 200 años atrás, en donde la voluntad del monarca, de lo que Zuluaga tiene más bien poco, estaba por encima de las instituciones y de las leyes.  

Ignora Zuluaga que el Estado y la democracia moderna surgen justamente frente a la necesidad de poner límites al personalismo de los gobernantes. 

Ignora Zuluaga que el Estado y la democracia moderna surgen justamente frente a la necesidad de poner límites al personalismo de los gobernantes, para lo que se refundaron e invirtieron las fuentes de emanación y legitimación del poder trasladando su titularidad a los ciudadanos, hoy el constituyente primario, que en este caso está representado en quienes soberanamente eligieron al mandatario local. 

¿Qué lleva a Zuluaga a pensar que los alcaldes, elegidos popularmente, son súbditos y sujetos de obediencia debida al jefe del ejecutivo? La respuesta no puede ser otra que el hecho de ser un fiel representante de la vena autoritaria de su jefe y su estela de seguidores, quienes siempre se han sentido facultados para ponerse por encima del Estado de derecho.  

Con sus declaraciones, Zuluaga muestra que viene con la idea de reeditar la tristemente célebre Política de Seguridad Democrática, tan onerosa para el país por su estela de violencia, desinstitucionalización, resquebrajamiento del orden democrático y ralentización de la búsqueda de la paz, que sigue estando en el orden de prioridades para la sociedad colombiana. 

La afirmación de que su primera actuación como presidente sería convocar a un consejo de seguridad para decir quién manda y luego llamar “al general tal y al general tal”, nos devuelve a la sesgada visión de que los problemas que nos aquejan como sociedad: desigualdad, hambre, desempleo, falta de acceso a salud y educación, etc., exacerbados durante el actual Gobierno y fuente de la movilización social vivida en la mayoría de las ciudades colombianas, encuentra solución en una propuesta de seguridad entendida en la militarización de las ciudades, que tuvo en Cali su máxima expresión.  

 Ratifica, además, su ceguera para reconocer que el país cambió, que el discurso guerrerista ya no cala en una ciudadanía que hoy espera soluciones distintas a la guerra, como testigo del fracaso de una política que a lo único que ha llevado es a aumentar de nuevo los índices de violencia, expresados en el asesinato de líderes sociales, defensores de derechos humanos, firmantes del acuerdo de paz y el afianzamiento de los grupos armados y delincuenciales en una vasta porción del territorio nacional. 

Se agotaron los tiempos de nutrirse política y electoralmente del dolor de una sociedad ciertamente agobiada por la violencia, de la que su partido ha sido uno de sus principales protagonistas.

No advierte que se agotaron los tiempos de nutrirse política y electoralmente del dolor de una sociedad ciertamente agobiada por la violencia, de la que su partido ha sido uno de sus principales protagonistas, tal como lo ha demostrado  al oponerse férreamente al acuerdo de paz. Por fortuna, el escenario y las circunstancias son otras y los ciudadanos ya no se sienten interpelados por quien, antes que como estadista, se manifiesta como un gañán de calle para anunciar que está dispuesto a sobreponerse a su voluntad.  

Zuluaga, bastante deslucido en las puestas en escena de su campaña, les da muy pocas esperanzas a sus jefes y seguidores de que puedan mantenerse en el poder. Con toda seguridad este será su último gobierno, al que por lo único que lo recordarán con agradecimiento los colombianos es porque pasará a la historia como el glorioso sepulturero de su partido.

Queda mucho todavía por verse, vienen las elecciones a Congreso, las consultas interpartidistas, las dos vueltas presidenciales, pero no nos equivocamos al decir que, no solo por la crisis del uribismo, nos vemos en un país en donde se advierte la emergencia de un nuevo bloque histórico producto, por un lado, de un movimiento social que se consolida en torno a un conjunto variado de nuevas expresiones organizativas y, por otro, de la inopia en la que va quedando la tradicional representación partidista -etérea, difusa, corroída y cada vez más desconectada de los problemas nacionales- a la que la historia hoy le está pasando factura. 

Si los vientos de cambio se siguen abriendo paso, pueblos indígenas y afrocolombianos, campesinos, mujeres, jóvenes, animalistas, comunidad LGTBIQ+, líderes comunales, movimientos políticos alternativos... marcarán lo que, por primera vez, sería un punto de inflexión para que Colombia avance hacia un nuevo umbral de la civilización, la cultura política y la consolidación de la paz y la democracia. Que así sea.


*Economista-Magister en estudios políticos


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cuando el apellido no nos queda


Orlando Ortiz Medina*



(Video tomado del canal EH EH EPA COLOMBIA en Youtube)

El pronunciamiento de la representante María Fernanda Cabal en un evento de promoción de la campaña por el no en Medellín, reafirma lo que muchos sospechamos de la posición del Centro Democrático frente al proceso de negociación entre el gobierno y la guerrilla de las FARC: no es cierto que sí estén a favor de la paz y que su preocupación sea estrictamente el contenido de los acuerdos.

Los juicios lanzados y el estilo denodadamente agresivo de la congresista desestiman las afirmaciones de su partido en el sentido de que lo que buscan es el perfeccionamiento de los puntos que allí se han pactado y no echar por la borda el resultado de un esfuerzo de cuatro años sostenidos de diálogo.

Queda cada vez más claro que el Centro Democrático sigue pegado a sus postulados militaristas y no cree ni confía en una salida política negociada, pese a los indudables resultados que a la fecha se registran.

La señora María Fernanda Cabal, una de las de mayor ranking en el Centro Democrático por los sectores e intereses que representa como esposa del presidente de la Federación Nacional de Ganaderos, no ve en los acuerdos más que una humillación del Ejército Nacional, o cuando menos la renuncia a su razón de ser, que es según ella la de “entrar a matar”.  Qué horror.

Nada refleja de manera tan clara el talante monstruoso de quien olvida, o probablemente no conoce, que aún en la guerra existen normas y códigos de comportamiento, principios y actitudes éticas a las que se debe corresponder por parte de quien empuña un arma, más todavía si son las armas del Estado, aunque lo es de hecho para cualquier combatiente y en cualquier tipo de ejército.

Hiere además profundamente la imagen del ejército, al que dice amar, cuando llama vendidos a sus generales y de quienes afirma que recibieron una “prima de silencio de no se sabe qué cantidad de dinero por renunciar a su doctrina”. Qué curiosa manera de amar la de la señora Cabal.

Su intervención, además de desatinada es miedosa, peligrosa, denota los odios que la agobian a ella y a sus copartidarios y es un anticipo de lo que realmente puede llegar ocurrir si los colombianos se decidieran mayoritariamente por el no, que significaría, ni más ni menos, ingenua, consciente o inconscientemente, acoger su irresponsable e incendiario discurso.

Como todos los de su partido, o los que sin pertenecer a él los siguen en sus postulados, insiste en desconocer que lo que hubo no fue una entrega y rendición, sino un acuerdo producto de un difícil proceso de negociación al que en buena hora se sumaron policías y militares del más alto rango. Los mismos que cuando les correspondió combatieron fiera y decididamente a las FARC.  

Significa no entender que lo que queda en estos casos no es en modo alguno una serie unilateral de concesiones, sino los puntos medios a los que se llega en la escala entre máximos y mínimos que se crea desde las propuestas y por las tensiones producidas entre las partes en contienda.

Cualquier negociación termina en acuerdos cuyo resultado deja para cada contendiente el máximo posible alcanzable, no necesariamente el óptimo ni el que más hubiera deseado. Fue lo que pasó entre dos bandos decididamente antagónicos e irreconciliables que, al no haberse derrotado, optaron por una salida distinta a la de la búsqueda recíproca de su eliminación. Nada más a tono con lo que corresponde esperar de una sociedad que se dirige a completar la cuota que le falta de civilización, y a convertirse en un escenario de mayor progreso y posibilidades de vida para sus ciudadanos.

Quien verdaderamente conoce de los ejércitos sabe que negociar no es rendirse, pues se rinde o se entrega solamente quien está derrotado; dialoga y negocia quien sin renunciar a su hidalguía y apegado sobre todo a los principios humanitarios, entiende que también el diálogo es un instrumento para discernir sobre lo que nos confronta y un medio más altivo y menos doloroso para superar la guerra.

Es cierto que los soldados deben estar preparados y listos siempre para la hora del combate, pero lo es también que ni el más preparado de los ejércitos debe hacer que la guerra se le convierta en un fin, como sí lo ha de ser siempre la búsqueda de la paz.   

Pero se fue más lejos en su insolencia la siempre destemplada congresista, pues con el mismo celo paranoico que caracteriza a su jefe y a todos los de su séquito, habló incluso de la presencia de obispos y empresarios en un supuesto secretariado especial de las FARC. En su propósito de denigrar los acuerdos, de insistir en la perpetuación de la guerra, la señora miente y merodea en sus delirios al punto de que lo que ya realmente preocupa es su salud y particularmente su lucidez. Qué amenaza cuando se trata de quien ocupa un lugar en el Congreso de la República.  

Respetando como siempre a quienes todavía piensan votar por el no, no sobra invitarlos a que no dejen de utilizar el tiempo que aún queda para la reflexión. La insolencia de quienes nada más destilan odio y se resisten a que Colombia avance al menos unos cuantos pasos para que nuestras próximas generaciones tengan un futuro mejor, no debe ser la guía de quienes por desinformación, el embuste y la publicidad engañosa pueden llegar a equivocar su decisión y ceder no sabemos cuántos años y vidas más a los desastres de la guerra. Los colombianos, todos, los del SI y los del no, nos merecemos una nueva oportunidad.

*Economista-Magister en Estudios políticos