Orlando Ortiz Medina*
Oído el discurso del presidente, quedan serias preocupaciones sobre la independencia que vaya a tener la señora procuradora.
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Todo indica que en su nuevo
cargo, para el que él mismo la ternó, espera que le siga siendo tan obsecuente como
lo fue durante el paso por su Gobierno, y como lo están siendo quienes ocupan
otras posiciones importantes del Estado: el señor fiscal, el señor contralor,
el señor registrador nacional y el señor
defensor del pueblo. La única diferencia es que quien llega ahora es una señora,
la cuota de género que le faltaba para completar la nómina de servidores en que
tiene convertidos a los principales órganos del control.
Prácticamente le dijo cómo debía
comportarse y le dictó la agenda que debe cumplir, sin rubor ni reparo de que ahora
son él y sus funcionarios los que quedarán bajo su control, en tanto la señora asume
como cabeza del Ministerio Público, cuya tarea es justamente hacer seguimiento
y velar por la idoneidad y transparencia de quienes son responsables de las funciones del Estado.
Que su papel es estar del lado de
la institucionalidad, fue lo primero que le dijo y es también lo que lo que más
preocupa, porque no nos queda claro qué fue exactamente lo que quiso decirle,
cuando de marras se sabe que, fiel a la estirpe de su mentor, él mismo se cree
la institucionalidad y considera que nada puede haber que no esté bajo el lente
de su mirada panóptica. Quién controla a quién, ahí está el detalle.
Fue por eso notoria la manera
como en el mismo discurso despidió con sátiras al saliente procurador Carrillo
Flórez, de quien, si bien no podemos decir que fue una lumbrera en cuanto
a resultados de su gestión se refiere, sí debemos reconocer que tampoco endosó las
funciones de su cago a los propósitos dictatoriales del Ejecutivo.
Decirle que su deber como procuradora
es estar de lado de la institucionalidad, de la que de suyo forma parte, es una
advertencia de Perogrullo para quien ya ha trasegado por varios cargos públicos
de relevancia.
Lo que se hubiera querido
escuchar de un verdadero demócrata era la recomendación de que supiera tomar la
distancia necesaria para honrar su cargo y cumplir con honorabilidad su misión,
que no es la de seguir las directrices del jefe del ejecutivo, de quien debe
guardar la independencia.
En ejercicio de sus funciones, y
cuando las circunstancias lo demanden, la procuradora sí puede y está en su deber
de cuestionar la institucionalidad, si considera que es inoperante o que quienes
ocupan sus cargos cometen agravios contra las normas del derecho o faltan a su
compromiso ético.
Pero el presidente fue más allá y
se aseguró de ponerla en cintura con la posición de su Gobierno y las
directrices de su partido frente al Acuerdo de Paz.
A nombre de la protección de los
derechos de las víctimas, de las que realmente poco se ha ocupado, hizo eco de su discurso de que no debe haber
impunidad con los victimarios, que en su lenguaje sabemos que no es otra cosa
que su deseo de seguir interponiéndose al rol que ha venido cumpliendo la Jurisdicción
Especial para la Paz (JEP), a la que nunca ha visto con buenos ojos y que tozudamente
sigue desconociendo como parte hoy del engranaje del sistema de aplicación de justicia
en Colombia.
Eso sí, le hizo también un
llamado para que trate con especial consideración a los miembros de la fuerza
pública que han cometido delitos, no sin antes advertir que “no se puede ver
al Ministerio Público poniendo en tela de juicio a quienes todos los días dan
la vida por los colombianos”. ¡Qué tal!
No solo sí se puede, habría que decirle
al señor presidente, sino que se está haciendo tarde para enjuiciar e introducir las reformas que sean necesarias
en instituciones cuyos agentes o soldados se salen reiteradamente del marco del
respeto a los derechos humanos. El asesinato de Dimar Torres, firmante del
acuerdo de paz; la violación de una niña indígena por parte de siete soldados;
el asesinato de Dilan Cruz en las protestas de noviembre de 2019, y la masacre
cometida por la Policía las noches del 9 y 10 de septiembre de 2020 en Bogotá, son
solo unos de sus más caros ejemplos y la muestra fehaciente de que sí, bien
vale un cuestionamiento.
Oído el discurso del presidente, quedan
serias preocupaciones sobre la independencia que vaya a tener la señora procuradora.
Mucho da para creer que puede ser una copia en versión femenina de lo que, en
especial, ha sido el fiscal general de la Nación Francisco Barbosa, que tanta vergüenza
produce por la pobreza de autonomía que ha mostrado respecto del poder ejecutivo,
estando al frente del principal órgano de investigación judicial en el país.
La nueva procuradora tendrá a su
cargo varias investigaciones por acciones irregulares o delitos cometidos por
funcionarios del Gobierno del que ella ha formado parte. A lo sumo tendría que
declararse impedida en algunos casos, cuyos procesos están ya en su despacho, entre
ellos el del senador Eduardo Enrique Pulgar, su amigo de vieja data y parte del
clan político que domina en la costa Caribe, del que la señora Cabello ha sido uno
de sus alfiles.
Preocupa cada vez más la falta de
un sistema de pesos y contrapesos en el sistema institucional colombiano. El equilibrio
en la división de poderes sigue siendo poco más que una ficción, cuando las actuaciones
y decisiones de los órganos de control se identifican con el sello de origen de
un partido o un sector político, que desdice de la esencia y el valor de la democracia.
Ojalá no nos vayamos a ver de nuevo
en la época oscurantista del entonces procurador Alejandro Ordóñez Maldonado, de
quien Margarita Cabello es discípula, que usó y abusó de su cargo e hizo del Ministerio
Público un despacho confesional, enajenándolo a su credo religioso y poniéndolo
al servicio de las huestes conservadoras y su conciliábulo de la extrema
derecha.
Es un escrito que alerta sobre las condiciones de excepcionalidad que se han fraguado en la presente presidencia, cubiertas por la legalidad de los nombramientos de la coalición mayoritaria que en sordina apoyar el hacer de Duque y el Centro Democrático. La procuraduría saliente de Carrillo Flórez, en efecto, intentó hacer algunas cosas por fuera del libreto reaccionario, sin pasar a mayores. La crisis del orden político colombiano se apoya en lo que tiene para cuidarle las espaldas a Uribe, Duque, Pulgar, Macías, you name it!
ResponderEliminarMuchas gracias, profesor Miguel Ángel.
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