Orlando Ortiz Medina*
El yerro lo que hizo fue actuar como activador de una especie de
desahogo o impulso catártico, que bien podría asimilarse a una jornada de
movilización social
Más tardó en difundirse la
noticia que el comienzo de la nutrida maratón memiática que desde el mismo
momento se produjo y a los pocos minutos ya le había dado no sabemos cuántas
vueltas a Colombia.
Lo ocurrido es algo que no se
puede entender sino como el reflejo de lo que para muchos colombianos
representa el presidente y la manera como están valorando su gestión; el
desfogue de humor se concatena con el evento casuístico, en un entorno que claramente
se devela hostil a su imagen. Es ello y no otra cosa lo que llevó a que el
lapsus terminara siendo la puesta en escena de una improvisada comedia de
creación colectiva.
El yerro, como tal, es realmente
insignificante, en otras circunstancias y con otro personaje no tendría mayor
trascendencia; pero si en este caso dio lugar a que el presidente se convirtiera
en rey de burlas, es porque lo que hizo fue actuar como activador de una
especie de desahogo o impulso catártico, que bien podría asimilarse a una jornada
de movilización social, como la del 21 de noviembre de 2019, por ejemplo.
Bien es sabido que el chiste, la
caricatura o la burla a través de la parodia o la comedia han sido siempre un
recurso para retar el poder, además de convertirse en un parámetro de medición
de las tareas de quien lo ejerce.
Es claro que el descontento
social y político que se vislumbra actualmente en Colombia ha encontrado en el
humor un cauce ideal; las desafortunadas salidas del presidente lo que han
hecho es abrir espacios de expresión a una ciudadanía que se siente convocada por
el conjunto de males que en diferentes flancos se han venido exacerbando, y porque
no ve en su Gobierno la capacidad para identificar alternativas que generen al
menos un asomo de solución.
Dos millones doscientas mil personas
contagiadas por el COVID-19, más de cincuenta mil fallecidas y un sistema de
atención en UCI prácticamente desbordado; sin certeza de cuándo se iniciará el
proceso de inmunización, porque de lo único que estamos seguros es de que somos
de los últimos países de la fila para acceder a la vacuna; quien desde afuera funge
como principal protagonista de esta tragicomedia no ha logrado organizar su
libreto, sólo se muestra como un cínico improvisador a la hora de presentar las
condiciones de negociación y los cronogramas de entrega, no sabemos si ya
efectivamente pactados, con los proveedores comerciales o a través del
mecanismo COVAX.
Lo más seguro es que tengamos que
esperar no sabemos cuántas miles más de vidas sacrificadas antes de que se baje
el telón, por la incompetencia de quien terminará siendo nada más que un letal
verdugo para quienes debemos soportarlo como gobernante. Lo anterior, en un escenario
que se complica todavía más con el deplorable inicio del año, que cierra el
primer mes con un saldo de veintidós feminicidios, ocho masacres, dieciocho líderes
sociales y tres firmantes del acuerdo de paz asesinados.
En este contexto, y en un país
que lleva tanto tiempo tratando de superar la violencia y redimir la
insurrección armada, bien vale celebrar la fuerza de ese humor insurrecto con
que hoy se manifiesta la ciudadanía.
Bienvenido el ingenio y la
creatividad como vehículo de expresión de la inconformidad, que la imaginación
trascienda desde todos los rincones y en todas las formas posibles y se
consolide como una forma más de rechazo a la mediocridad de quienes, vestidos
de héroes o salvadores, nos hacen víctimas de sus pantomimas y nos sacrifican
con sus artificiosas actuaciones.
Eso sí, que no se llegue al punto
de que se opaque la real dimensión de las problemáticas y se convierta en un
desvío de la búsqueda de respuestas, que no termine siendo un elemento que
paralice o quite fuerza a esa reacción ciudadana que se está acumulando para
que se sumen nuevas voces a ese elenco de actores que desde el anonimato se
rebela contra el mal hablado bufón de
la comedia y su cohorte.
Carecen de razón los que
consideran que este azote de creación humorística es una manifestación de
indolencia o un irrespeto a la figura del presidente; no es cierto, nada de lo
ocurrido se ubica en este plano; más vale que en la tras escena él y sus
coristas dimensionen el alcance y significado de estas manifestaciones, y
entiendan el llamado de una ciudadanía que, si bien se recrea con su ineptitud,
no siente menos sobre sus hombros la gravedad de la tragedia.
Economista-Magister en Estudios políticos