Orlando Ortiz Medina*
Es cuestión de dignidad que el
señor presidente de la República o, en su defecto, su canciller se pronuncien frente a los recientes hechos de presión
que los Estados Unidos, a través de su embajada, han hecho para tratar de
incidir en decisiones que corresponden estrictamente al fuero interno de las instituciones
y la sociedad colombiana. Se trata de las objeciones a la Justicia Especial
para la Paz (JEP), presentadas por él mismo al Congreso de la República, y del
pronunciamiento que se espera de la Corte Constitucional frente a la
posibilidad de que se retorne al uso del glifosato para la erradicación de los
cultivos de uso ilícito.
Es lo poco que puede esperar una
ciudadanía que mayoritariamente hace rato dejó de sentirse como parte de una de
esas republiquetas a las que ciertos Estados miraban como insignificantes
gusarapos y sobre las que se sentían autorizados para obligarlas a obrar, sí o
sí, en consecuencia con sus propios caprichos e
intereses.
Que un Estado, por poderoso que
sea, pretenda incidir en decisiones que afectan la autonomía y soberanía de una
nación es, además de un atavismo, un hecho que rebasa todos los límites de la
arrogancia y la insolencia, más aún cuando se trata de su sistema de aplicación
de justicia y cuando lo que está en juego es nada menos que la consolidación de
la paz, la preservación de su orden interno y la salud y seguridad de sus
ciudadanos.
Al embajador Kevin Whitaker se le
fue la mano cuando quiso con un desayuno, y ahora con la suspensión de las
visas, llamar al orden y poner bajo chantaje a algunos congresistas y a miembros
de las Cortes; parece no haber notado que un buen número de quienes hoy ocupan
cargos en las instituciones republicanas han superado la abyección y
pusilanimidad características de otras épocas, y que honrando su cargo están lejos
de permitir que sus conciencias sean compradas con jugo de naranja, chocolate y
huevos con tocineta. Lástima que no sean todos.
Whitaker hace honor a su presidente,
le copia de su vena autoritaria, cree como él que América Latina es todavía lo
que siempre han considerado los EEUU: su patio trasero, su conejillo de indias,
su despensa, el piloto de prueba de sus laboratorios, la causa de sus
desgracias, el leimotiv de su seguridad nacional. Pero cree también, y en eso
hay que concederle algo de razón, que los presidentes de los países
latinoamericanos son sus súbditos y que puede por ello manosearlos a su antojo
y pasearlos como a perritos con lazo por los puntos de su agenda y los jardines
de su arrogancia. No todos, por fortuna, se dejan atar sus cuellos.
Volviendo sobre Colombia, al
asunto de la dignidad y a la espera de que su presidente se pronuncie, me estoy refiriendo a Iván Duque, es lastimoso decir que el lazo sí está bien
atado y que nos vamos a quedar viendo un chispero; atentos ad infinitum a que
tal manifestación se produzca, aferrados a la esperanza de que un asomo de
decoro asalte su humanidad y logre elevar en algo su escasa dote de estadista, tal
cual la valoró el presidente Trump, quien de todas maneras le regaló un
cumplido afirmando que era un buen hombre… algo es algo.
Pero difícil pedirle muestra alguna
de dignidad, autonomía y defensa de la soberanía de un país a quien sólo está puesto
en la silla por encargo y con la misión de esperar que le muevan los hilos, dictándole
lo que debe o no hacer. Difícil para quien ni dentro de sus propios predios ha
logrado el respeto y reconocimiento de su investidura y que por lo único que se
ha destacado es por haberse convertido en rey de burlas y protagonista de
primer orden para memes y caricaturas.
Estamos mal, muy mal, pues,
aparte del cuestionado manejo de sus relaciones internacionales, en donde
además de todo se ha mostrado como un gobernante faltón y líder de propuestas
que, por ejemplo frente a la crisis venezolana, no han sido más que actos
fallidos, el país se encuentra en un momento preocupante y peligroso de
regresión. Los grupos armados y las bandas criminales han vuelto a ocupar
espacios que ya habían perdido; han retornado las masacres y se han acrecentado
de nuevo los desplazamientos; el asesinato de líderes sociales crece y crece
sin que en el gobierno se advierta una real voluntad de respuesta; el proceso
de paz, el hecho político más importante
de los últimos cincuenta años, no encuentra cabida en el orden del día de un gobierno al
que los defensores a ultranza del establecimiento le han impuesto la agenda, hoy
más cómodos y con el camino a sus anchas para atravesarse y evitar que tomen
curso los acuerdos que allí fueron pactados.
La actual legislatura del
Congreso pasará con más pena que gloria, porque a la hora de los grandes
debates que la sociedad quiere oír para sentirse incursa en el camino hacia las
reformas que la consoliden como una república verdaderamente moderna y democrática,
han sido más efectivas estrategias como el ausentismo y la marrullería, cuando no
el insulto, que pesa más ahora que la solidez de los argumentos.
El presidente nominado vive una
seria crisis de gobernabilidad; a sus aliados en el Congreso, incluidos algunas
veces los propios miembros de su partido, les resulta más fructífero y
políticamente correcto hacerle el favor de ayudar a que se le hundan sus
propuestas porque las saben livianas en su contenido y muy pesadas eso sí para
sus intereses y las de aquellos a quienes representan.
Si en el concierto internacional
no queremos dejar de ser mirados como una nación borrega y liliputiense, en el
interior nos reafirmamos en la siempre aplazada espera por la consolidación de
la democracia, a la que nunca de manera seria se le ha rendido culto en
Colombia. Frente a los hechos esperanzadores y de cierto optimismo que nos
había dejado el acuerdo de paz y la capacidad de resistencia de algunos
movimientos sociales, se siente con vehemencia la reacción del conservadurismo
y el poder criminal de quienes siempre se han opuesto a que se superen las
inercias que nos mantienen como una nación, además de injusta, dolorosamente enlutada
y más cerca de la barbarie que de lo que todavía siguen llamando civilización.
*Economista-Magíster en Estudios
Políticos
Gracias Orlando por el articulo me encanto Lucia
ResponderEliminarMuchas gracias Lucía.
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