viernes, 30 de diciembre de 2016

Reforma Tributaria-Salario Mínimo


Orlando Ortiz Medina*


Contrario a lo que se requiere después de un pobre desempeño y con un panorama bastante incierto para la economía tanto en Colombia como en América Latina y el resto del mundo, la reforma tributaria recientemente aprobada por el Congreso de la República y el incremento del salario establecido mediante decreto por el gobierno de Juan Manuel Santos, no pasó de ser otro articulado de corte puramente fiscalista, que no responde a un propósito realmente estructural de crear condiciones que estimulen y den proyección y estabilidad al sistema productivo, genere condiciones de equilibrio en la transferencia de recursos a sectores y regiones que más lo requieren, y tiendan también a garantizar mayor equidad y justicia distributiva, que es para lo que deben utilizarse los instrumentos de política económica, máxime en países que, como Colombia, aún tienen en curso su consolidación como sociedad democrática.

El crecimiento esperado en Colombia al cierre de 2016 no estará más allá del 2%, sensiblemente inferior al del año anterior y al valor promedio de los últimos 15 años. La inflación continúa su ritmo ascendente y terminará el año alrededor del 6%, mientras el desempleo lo hará con una cifra que ronda el 9 %. El deterioro de la balanza comercial continúa al registrarse un déficit de 766,3 millones de dólares (mayor valor de importaciones sobre exportaciones) al mes octubre, de acuerdo con las cifras del DANE. Sectores como el agropecuario o industrial siguen estancados o mostrando un desempeño todavía poco relevante en el conjunto de los agregados macroeconómicos.

Frente a ese escenario, una vez más se postergaron medidas de fondo que garanticen mayor autonomía y fuentes más sólidas y estables de captación de recursos por parte del Estado; asimismo, eliminación de males tan endémicos como la evasión y la elusión, y el no menos oneroso peso de la corrupción, que tan caro ha resultado en estos últimos gobiernos. Agro Ingreso Seguro, Reficar y ahora Odebrecht, para tomar solo algunos de los más notables ejemplos.

El pobre incremento del salario mínimo (7%), previsto el impacto que sobre los precios de los bienes y servicios de consumo básico tendrá la misma reforma, deteriorará aún más la capacidad de compra de los ciudadanos, con claros efectos negativos sobre los niveles de demanda y el dinamismo del aparato productivo, que se traducirá en mayor aumento del desempleo, la pobreza y deterioro en general de las condiciones de vida de los sectores de la clase media y baja.

Un manejo errado de la política económica que durante muchos años puso a depender al Estado de los recursos provenientes del sector minero energético, es decir del sube y baja de cotizaciones internacionales que no están bajo su control, especialmente los precios del petróleo, se le cobra hoy a quienes sólo han sido convidados de piedra en la toma de decisiones, aunque hayan sido las víctimas principales de tales desaciertos, los ciudadanos de a pie, siempre a la zaga de lo que gobierno y empresarios dispongan. Tal cual el valor del salario mínimo que acaba de decretarse.  

Es ésta la reforma tributaria más regresiva que se haya aprobado en los últimos años, sin decir que las anteriores hayan sido propiamente un cariñito. Se dice que una reforma es regresiva cuando grava más a quienes menos tienen y menos recursos generan, que en este caso son, en general, aquellos cuyos ingresos dependen básicamente de un salario. Por el contrario, es progresiva cuando los impuestos se establecen de acuerdo a los niveles de riqueza, el valor de los ingresos o la capacidad de pago de los contribuyentes; en este caso quien más tiene y más gana más paga.

Lo es porque busca resolver el faltante de fondos con recursos provenientes fundamentalmente de impuestos como el IVA, que recaen especialmente sobre los bienes de consumo básico que es a lo que los asalariados deben destinar la mayoría de sus ingresos, mientras disminuye el cerca de diez puntos el impuesto a la renta a los grandes empresarios, no aumentó el IVA para quienes tienen sus empresas en las zonas francas y tampoco se les gravan sus dividendos. Nada más regresivo que una reforma que permite seguir manteniendo ventajas o privilegios en cabeza de sectores que más concentran la riqueza. Gracias a su inmenso poder de Lobby, también los empresarios lograron echar para atrás el impuesto a las bebidas azucaradas, que tanto bien hubiera hecho para la salud de los colombianos.

Elevar a 19% el IVA a productos como la pasta, el aceite de cocina, la margarina, la harina de trigo, embutidos, salsas, condimentos, alimentos procesados, elementos de aseo, etc., así como el vestuario, el calzado y otro importante grupo de bienes de la canasta familiar golpea seriamente el bolsillo de los consumidores. Esa misma tarifa la deberá pagar quien utiliza un plan de datos de un valor superior a cuarenta y cinco mil pesos, haga uso de internet o compre un celular de más de $650.000. Se estableció también un impuesto adicional de doscientos pesos a cada galón de gasolina que, todos sabemos, impacta no sólo los costos de transporte, sino de manera indirecta otra cantidad importante de bienes y servicios.

Hay que prever también las alzas que automáticamente se derivan del incremento salarial, como peajes, gastos notariales, arriendos, etc., que deteriorarán todavía más la capacidad de compra de los consumidores y aumentan los efectos recesivos sobre el conjunto de la economía.

Así las cosas, la reforma no corregirá las falencias con que se anunció y justificó su aprobación; por el contrario, termina de ensombrecer el panorama en un momento en que el país, dado el escenario de posconflicto a cuyo ingreso cada vez más se consolida, va a requerir no sólo mayor disponibilidad de recursos, sino de un entorno económico más dinámico y capaz de absorber las demandas de las diferentes regiones y los sectores rural y urbano para reducir las brechas de desigualdad, el desarrollo de infraestructura y la generación de empleo más estable y de mejor calidad.   

La experiencia ha demostrado que resulta falaz el argumento de que la reducción de los impuestos a los empresarios logra automáticamente generar mayor competitividad y estimular la creación empleo; pues ello está relacionado en general con la dinamización del aparato productivo, que depende sobre todo de cuánto se estimule la capacidad de compra de los consumidores, las transformaciones tecnológicas, la capacidad para dinamizar los mercados locales y una articulación con los mercados internacionales no soportada únicamente en la venta de materias primas, sino de bienes y servicios con  mayor valor agregado y mayores posibilidades de impactar el crecimiento y desarrollo de la economía. No sobra por ello insistir en la necesidad de trabajar en función de sectores como el de la industria, la agricultura, la agroindustria y cierto tipo de servicios, y no aspirar a seguir bebiendo de la teta de los hidrocarburos.

La reducción del déficit y una más segura estabilidad de las cuentas fiscales depende también de que sectores que durante toda la vida le han huido al pago de los impuestos, como es el caso de los intocables señores de la tierra, sean puestos en cintura mediante una legislación que los obligue a hacer sus contribuciones al Estado; asimismo, de la eliminación todo tipo de medidas excepcionales, que no es más que la reglamentación de formas adicionales de evasión o elusión, que por beneficiar sólo a los grandes capitales lo que hace es contribuir a acentuar todavía más la equidad y desigualdad en las formas de captación y asignación de los recursos del Estado.  

Tampoco reforma alguna tendrá mayores efectos si no se busca reducir los enormes gastos en burocracia y paliar la ineficiencia del Estado, y menos aún si no se complementa con mecanismos de veeduría que permitan que la ciudadanía esté al tanto del destino y la ejecución de los recursos, como una manera no sólo de buscar la asignación más eficiente de los mismos, sino también de servir como talanquera a la corrupción y el despilfarro que, de no existir, seguramente nos evitarían tantas y tan onerosas medidas.

Finalmente, cualquier política carece de sentido si no está en función de que el Estado garantice de manera efectiva los derechos individuales y colectivos de todos los ciudadanos, guardando los principios de equidad, eficiencia y progresividad, tal cual lo ordena el artículo 363 de nuestra Constitución Política. Al respecto, la reforma tributaria y el incremento salarial que nos regalaron de navidad y año nuevo marchan completamente en contravía y se convierten en una afrenta a la esperanza de esa paz estable y duradera que anhelamos los colombianos, que sabemos que ésta no consiste sólo en el silenciamiento de los fusiles, sino también en la implementación de medidas orientadas a corregir los factores desencadenantes de inequidad y de pobreza, que explican en gran medida nuestra larga historia de violencia.

Solo resta decir que, recibido el sablazo, debe la ciudadanía repensar a quienes elige como sus representantes en el Congreso de la República, teniendo en cuenta que son ellos los que toman las decisiones y otros los que resultamos afectados. Si seguimos llevando allí a personas ajenas a nuestros intereses, no podemos esperar otra cosa que una legislación que, como esta vez, marche en contravía del interés público y en defensa y protección de tan sólo unos cuantos representantes del sector privado y sus hábiles lobistas en el Congreso.




*Economista-Magister en Estudios Políticos

jueves, 22 de diciembre de 2016

Navidad, ahora sí soplan vientos de paz



Orlando Ortiz Medina*

En esta navidad, ninguna o tal vez una menor cantidad de soldados estará internada en lo más profundo de la manigua. Aunque el patrullaje y la presencia en ciertas zonas se mantienen, habrá seguramente más tropa acantonada en los cuarteles y una gran parte de la misma tendrá permiso para pasar y celebrar con su familia, esta vez sin necesidad de mostrar falsas victorias ni traer de muestra cadáveres de personas engañadas y ajenas a la guerra. Lo justamente merecido en el marco del comportamiento y la ética del buen soldado.

Para quienes aún así estén lejos cumpliendo con la prestación de su servicio, sus padres y madres podrán estar más tranquilos, sin preocuparse de que en algún momento un oficial del ejército llame a comunicarles que su hijo lastimosamente murió en un combate cumpliendo con el deber de “dar su vida por la Patria”.  “Quédense tranquilos que con ayuda de Dios regresaré vivo y hasta de pronto pasemos la navidad y el año nuevo juntos” es la promesa siempre dicha por el soldado a sus familiares cuando es enrolado a las filas. Cuántos no lograron cumplirla y de ellos hoy no queda más que la foto de un féretro cubierto por una bandera que sus padres y madres alumbran en el altar de una sala o en el de esa patria en la que nunca lograron entender porque tenían que matarse con sus semejantes, muchas veces sus propios familiares.  

Sí, todo ello es posible porque si bien no podemos decir, ni en Colombia ni en el mundo, que tuvimos el mejor de los años, sí es un hecho que la guerra, especialmente el conflicto con las FARC, poco a poco fue cediendo en el curso de las negociaciones llevadas a cabo por el gobierno de Juan Manuel Santos y hoy prácticamente ha finalizado, pese a los enconados enemigos, todavía altivos y valientes, que con discursos demagógicos o mentirosos niegan los resultados e insisten en oponerse a que el país pare su desangre. 

Como los hechos son tozudos, hay que decirles a los escépticos y a los que simplemente insisten en desconocer los avances del proceso que, de acuerdo con las declaraciones dadas a RCN por la general Clara Galvis, subdirectora médica del Hospital Militar Central, “hace cinco años eran más de 400 los militares heridos en enfrentamientos y a fecha de hoy tenemos sólo un herido en combate”.

Según los datos, dados a conocer también por el ministro de Salud Alejandro Gaviria, en 2011 ingresaron al hospital 424 militares por traumas en combate, la cifra se fue reduciendo significativamente hasta llegar solamente a 31 en 2016. Por efecto de minas antipersonal, en 2011 ingresaron 233 militares y en 2016 sólo 20. Si en 2011 fueron 100 militares amputados, en 2016 la cifra se redujo a 10. En promedio, en todos los casos la reducción estuvo por encima del 90 %.

Aunque cualquiera que sea la cifra siempre será alta, pues un solo muerto, herido o amputado es un hecho inmerecido, no es poco lo que se puede destacar como resultado del proceso con las FARC, que fue el factor que más incidió, según la misma declaración de la general Galvis.

Con todas las tribulaciones que se presentaron, incluida la terquedad de los que todavía se sirven y se recrean en la guerra, sobre todo cuando ella directamente no los toca, Colombia dio este año un paso firme y trascendental. Si bien no hemos llegado al clímax, y falta mucho para ello, hay que reconocer que soplan vientos de paz y que ojalá en el año que viene, y los sucesivos, este proceso se siga consolidando. Debemos descontar también, lastimosamente, los cerca de cien defensores de Derechos Humanos y líderes sociales asesinados por esas cohortes innombrables de forajidos, que siguen ordenando apretar el gatillo desde sus encumbradas posiciones de poder o desde la comodidad de sus escritorios.

En los sitios donde hoy acampan los integrantes de las FARC, por su parte, no vemos hoy los rostros rígidos ni las ceremonias de formación o las rutinas diarias de ejercicio que los preparan para la guerra, sus caras son más alegres y sonrientes, se les nota más libres, en ropas más ligeras y sin los pertrechos de combate en la espalda.

Como en cualquier casa de familia, en los lugares de concentración, guerrilleros y guerrilleras han armado pesebres; de los árboles que les servían como cubierta frente al enemigo ya no cuelgan sogas o trampas, sino vistosas guirnaldas; las bombas son ahora aquellas de cauchos de colores infladas a pulmón y no de las que mutilan y destrozan cuerpos de hombres o mujeres, soldados o guerrilleros, que durante tantos años vimos traer en  pavorosas bolsas plásticas, muchas veces exhibidas como trofeos.

En las ranchas ya no se prepara sólo el aguadepanela o los carbohidratos insípidos hechos de afán a los que estaban obligados por la escasez o porque de repente debían ser abandonados y a medio hervir si llegaran a ser atacados por el avión fantasma o los helicópteros artillados. Ahora, en pailas y ollas inmensas se preparan viandas navideñas: natillas, buñuelos, variedad de dulces, se rezan novenas y se cantan tutainas. No existe la zozobra del ataque, ahora tienen su tiempo libre y mientras esperan que se sigan concretando los acuerdos juegan futbol, escuchan música, leen o se toman el tiempo para conversar, rememorando seguramente cuando en otras navidades la tarea consistía en cuidar al secuestrado protegiéndose de la pirotecnia que no exactamente provenía de volcanes floridos o luces de bengala.

Los fusiles cuelgan de percheros improvisados cerca a figuras de Papá Noel o hunden parte de su cañón en la tierra como árboles sembrados; los cambuches, ahora más elaborados, tienen camas más estables y con colchones y cobijas abrigadas para resistir el frío; las mujeres toman tiempo para maquillarse porque ahora, aunque rústicos, cuentan con espejos y tocador permanente; hay algunas embarazadas y disfrutan saber que su salida de la guerra va a significar un futuro mejor para ese hijo o esa hija que esperan.

En uno y otro lado vemos hoy la cara amable de los guerreros, mostrándose en sus sensibilidades y como seres humanos para los que la fiesta, los ritos navideños y la nostalgia también forman parte de sus vidas, independiente de creencias, ideologías o religiones, o de a quien pertenezca o represente el arma que llevan al cinto. Son hombres y mujeres que están aprendiendo a desandar la guerra, aprendizaje al que se resisten o que tanto les cuesta a otros, ilustres funcionarios o exfuncionarios de alta gama, dogmáticos religiosos u odiosos usurpadores de la muerte.

Para TODOS ¡Feliz Navidad!


*Economista-Magister en Estudios Políticos

viernes, 16 de diciembre de 2016

Senador Uribe: "Afloje un poquito"

Orlando Ortíz Medina*


Ingenuos los que propiciaron el encuentro de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos con el Papa Francisco, creyendo que se iba a lograr algún acuerdo o al menos limar "las asperezas"; como si éstas últimas fueran simplemente eso, asperezas y no serias contradicciones, no precisamente entre los otrora coequiperos del gobierno de la seguridad democrática, sino del ahora senador con los contenidos que demanda una propuesta de paz frente a los que ni antes ni ahora, ni nunca estará dispuesto a ceder.

Imposible que, en treinta minutos, el Papa fuera a convencer a Uribe de la necesidad de aceptar que en el país se pongan en curso transformaciones a las que durante siglos se han negado él y la estirpe que representa.

Saludemos la buena voluntad del Papa, más ahora que estamos en épocas navideñas, pero bien valdría recordarle que en esta parte del mundo, en donde aún le quedan millones de seguidores, más que camorras entre dos ilustres representantes del establecimiento, que por ahora están distanciados, lo que está en juego es el futuro de una sociedad que anhela con urgencia pasar la página de la guerra, que lejos estaría de resolverse con un beso de Judas o un apretón de manos, así sea en el despacho del representante de Dios en la tierra.

No hay hábito blanco ni inspiración divina que valga si se trata de la búsqueda de la paz con personajes como Álvaro Uribe. Por un lado, porque su vocación es la guerra que lo divierte y le sirve para inflar su ego altanero y belicoso, tristemente celebrado por gran parte de una sociedad que sin fórmula de juicio hace eco de sus trinos. Por otro, porque tiene claro los intereses que defiende y jamás aceptaría que ellos fueran puestos en tela de juicio ni siquiera en los cónclaves papales.

Tampoco se trata, como dijo el cínico contertulio de su santidad a la salida de la reunión, con su voz falsamente meliflua y su tono de “malparidito”, de que Santos “afloje un poquito”; más para dónde, habría que decirle, si el 99 % de las propuestas que hicieron luego del triunfo del NO el dos de octubre fueron incluidas en el nuevo acuerdo y no tuvieron al menos la sensatez para reconocerlo; por el contrario, una vez lograron alzarse con el triunfo de la modificación sustancial del texto, se envalentonaron nuevamente para volver a decir NO, el mismo que advertíamos quienes no nos engañamos con la imagen nada apostólica del personaje.

Él y su partido, que por demás se alzaron como únicos dueños del triunfo del NO, tenían claro de antemano que tocaba seguir tirando la cuerda porque estamos en las primeras de cambio de una nueva campaña electoral, en la que el absurdo dilema del SI o NO a la paz o la continuidad de la guerra vuelve a ofrecer los réditos y se convierte en factor decisorio para la elección del nuevo presidente, como prácticamente ha ocurrido durante las dos últimas décadas.     

Esperemos, para sacarle algún provecho, que el estéril encuentro con el Papa Francisco haya servido al menos para que quienes aún no lo han logrado se convenzan de que en Colombia la paz no es con sino contra Uribe. Llevado ya el intento al santuario mayor del que él mismo es devoto, no se entendería que se siga esperando un cambio de actitud de quien sólo piensa y actúa desde el ámbito de su personalidad cargada de odio, su mezquindad y su soberbia.

A los que todavía tenemos esperanzas sólo nos resta insistir y seguir creyendo en que es posible que esta absurda guerra por fin termine, o que al menos “afloje un poquito”, así haya otros que sigan apretando.  


*Economista-Magister en Estudios Políticos


martes, 13 de diciembre de 2016

¿Paz o Barbarie?



Orlando Ortíz Medina*



Un nuevo líder social asesinado anoche en el Putumayo. No se necesita más para decir que en Colombia las cosas no han cambiado, que el anhelo de paz sigue siendo una aspiración todavía lejana y enfrentada por quienes advierten riesgos en que fuerzas políticas diferentes a las que han mantenido el control del poder puedan tener un lugar en el escenario de la deliberación y la participación política.

Los que matan a los líderes sociales son de la misma naturaleza de los que en otro momento se han llamado la Mano Negra, los enemigos agazapados de la paz, los ahora para nada agazapados, los ejércitos privados, los presuntos..., y algunos sin nombre ni calificativo que igual accionan sus fusiles, o a veces sus plumas, para sacar del camino a los legítimos contradictores políticos de un establecimiento que se resiste al cambio porque sencillamente quiere que se mantenga el sistema de privilegios e iniquidades, a los que también consideran obra de Dios y la naturaleza.

La pasividad del Estado es pasmosa y peor aún su interpretación de los hechos, que "no hay sistematicidad", dijo el Fiscal General Nestor Humberto Martínez. Son cerca de ochenta "casos aislados" de los que "no se puede argumentar que haya un factor único que los motive".

¿Ingenuidad, incapacidad o cinismo? Pues sí hay un denominador común en quienes han sido asesinados: su condición de líderes de origen popular o de filiación política de izquierda, su actuación como reclamantes de tierras que les fueron expropiadas en territorios de donde fueron desplazados, el haber liderado acciones en favor de la culminación exitosa del actual proceso de paz con las FARC, en fin, representar de alguna forma la contraparte de un sistema y sus poderosos dueños que no aceptan que otras voces se expresen con el derecho que les asiste para reclamar los cambios de fondo que se requieren para que la paz no siga siendo más que una "ilusión perdida" en el texto de los acuerdos, que tampoco a los señores de la guerra satisfizo.

De manera que si por un lado avanzamos, tan cerca como nos sentimos de la terminación del conflicto con las FARC, por otro regresamos a los tiempos que nos recuerdan que somos un país bárbaro, intolerante e incapaz de reconocer y respetar al que piensa o actúa diferente, sobre el que se prefiere disponer de su vida antes de cederle el lugar a su palabra.

No queda más que hacer un llamado a la sociedad entera, a los medios, a los partidos y a los diferentes sectores políticos y sociales, independiente de cuál sea su ideología o su filiación política; lo peor que puede suceder en este caso es, como ya ocurrió en otros momentos, guardar silencio y sentirse ajeno a una situación cada vez más lamentable y que se ha agravado en los últimos meses.

Hay que decir, hay que sentir, hay que pensar que la sociedad toda está en peligro, ésta y la de las próximas generaciones; que esta guerra que se resiste a fenecer nos toca y nos seguirá tocando a todos, aún a los que la promueven, con la pluma, con las armas o con los micrófonos.

No sobra entonces recordar el poema de Bertolt Brecht

Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó.

Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó.

Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.

Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó.

Ahora vienen por mí, pero ya es tarde.


*Economista-Magister en Estudios Políticos