Orlando Ortiz Medina*
En esta navidad, ninguna o tal
vez una menor cantidad de soldados estará internada en lo más profundo de la
manigua. Aunque el patrullaje y la presencia en ciertas zonas se mantienen, habrá seguramente
más tropa acantonada en los cuarteles y una gran parte de la misma tendrá
permiso para pasar y celebrar con su familia, esta vez sin necesidad de mostrar
falsas victorias ni traer de muestra cadáveres de personas engañadas y ajenas a
la guerra. Lo justamente merecido en el marco del comportamiento y la ética del
buen soldado.
Para quienes aún así estén lejos
cumpliendo con la prestación de su servicio, sus padres y madres podrán estar
más tranquilos, sin preocuparse de que en algún momento un oficial del ejército
llame a comunicarles que su hijo lastimosamente murió en un combate cumpliendo
con el deber de “dar su vida por la Patria”.
“Quédense tranquilos que con ayuda de Dios regresaré vivo y hasta de
pronto pasemos la navidad y el año nuevo juntos” es la promesa siempre dicha por
el soldado a sus familiares cuando es enrolado a las filas. Cuántos no lograron
cumplirla y de ellos hoy no queda más que la foto de un féretro cubierto por
una bandera que sus padres y madres alumbran en el altar de una sala o en el de
esa patria en la que nunca lograron entender porque tenían que matarse con sus
semejantes, muchas veces sus propios familiares.
Sí, todo ello es posible porque si
bien no podemos decir, ni en Colombia ni en el mundo, que tuvimos el mejor de
los años, sí es un hecho que la guerra, especialmente el conflicto con las
FARC, poco a poco fue cediendo en el curso de las negociaciones llevadas a cabo
por el gobierno de Juan Manuel Santos y hoy prácticamente ha finalizado, pese a
los enconados enemigos, todavía altivos y valientes, que con discursos
demagógicos o mentirosos niegan los resultados e insisten en oponerse a que el
país pare su desangre.
Como los hechos son tozudos, hay
que decirles a los escépticos y a los que simplemente insisten en desconocer
los avances del proceso que, de acuerdo con las declaraciones
dadas a RCN por la general Clara Galvis, subdirectora médica del Hospital
Militar Central, “hace cinco años eran más de 400 los militares heridos en
enfrentamientos y a fecha de hoy tenemos sólo un herido en combate”.
Según los datos, dados a conocer también
por el ministro de Salud Alejandro Gaviria, en 2011 ingresaron al hospital 424 militares
por traumas en combate, la cifra se fue reduciendo significativamente hasta
llegar solamente a 31 en 2016. Por efecto de minas antipersonal, en 2011 ingresaron
233 militares y en 2016 sólo 20. Si en 2011 fueron 100 militares amputados, en 2016
la cifra se redujo a 10. En promedio, en todos los casos la reducción estuvo
por encima del 90 %.
Aunque cualquiera que sea la cifra
siempre será alta, pues un solo muerto, herido o amputado es un hecho inmerecido,
no es poco lo que se puede destacar como resultado del proceso con las FARC,
que fue el factor que más incidió, según la misma declaración de la general
Galvis.
Con todas las tribulaciones que
se presentaron, incluida la terquedad de los que todavía se sirven y se recrean
en la guerra, sobre todo cuando ella directamente no los toca, Colombia dio
este año un paso firme y trascendental. Si bien no hemos llegado al clímax, y
falta mucho para ello, hay que reconocer que soplan vientos de paz y que ojalá en
el año que viene, y los sucesivos, este proceso se siga consolidando. Debemos descontar
también, lastimosamente, los cerca de cien defensores de Derechos Humanos y líderes
sociales asesinados por esas cohortes innombrables de forajidos, que siguen
ordenando apretar el gatillo desde sus encumbradas posiciones de poder o desde la
comodidad de sus escritorios.
En los sitios donde hoy acampan los
integrantes de las FARC, por su parte, no vemos hoy los rostros rígidos ni las ceremonias
de formación o las rutinas diarias de ejercicio que los preparan para la
guerra, sus caras son más alegres y sonrientes, se les nota más libres, en
ropas más ligeras y sin los pertrechos de combate en la espalda.
Como en cualquier casa de
familia, en los lugares de concentración, guerrilleros y guerrilleras han
armado pesebres; de los árboles que les servían como cubierta frente al enemigo
ya no cuelgan sogas o trampas, sino vistosas guirnaldas; las bombas son ahora aquellas
de cauchos de colores infladas a pulmón y no de las que mutilan y destrozan
cuerpos de hombres o mujeres, soldados o guerrilleros, que durante tantos años
vimos traer en pavorosas bolsas
plásticas, muchas veces exhibidas como trofeos.
En las ranchas ya no se prepara
sólo el aguadepanela o los carbohidratos insípidos hechos de afán a los que
estaban obligados por la escasez o porque de repente debían ser abandonados y a
medio hervir si llegaran a ser atacados por el avión fantasma o los
helicópteros artillados. Ahora, en pailas y ollas inmensas se preparan viandas
navideñas: natillas, buñuelos, variedad de dulces, se rezan novenas y se cantan
tutainas. No existe la zozobra del ataque, ahora tienen su tiempo libre y mientras
esperan que se sigan concretando los acuerdos juegan futbol, escuchan música,
leen o se toman el tiempo para conversar, rememorando seguramente cuando en otras
navidades la tarea consistía en cuidar al secuestrado protegiéndose de la pirotecnia
que no exactamente provenía de volcanes floridos o luces de bengala.
Los fusiles cuelgan de percheros
improvisados cerca a figuras de Papá Noel o hunden parte de su cañón en la
tierra como árboles sembrados; los cambuches, ahora más elaborados, tienen
camas más estables y con colchones y cobijas abrigadas para resistir el frío; las
mujeres toman tiempo para maquillarse porque ahora, aunque rústicos, cuentan
con espejos y tocador permanente; hay algunas embarazadas y disfrutan saber que
su salida de la guerra va a significar un futuro mejor para ese hijo o esa hija
que esperan.
En uno y otro lado vemos hoy la
cara amable de los guerreros, mostrándose en sus sensibilidades y como seres
humanos para los que la fiesta, los ritos navideños y la nostalgia también forman
parte de sus vidas, independiente de creencias, ideologías o religiones, o de a quien pertenezca o represente el arma que llevan al cinto. Son hombres y mujeres que están
aprendiendo a desandar la guerra, aprendizaje al que se resisten o que tanto
les cuesta a otros, ilustres funcionarios o exfuncionarios de alta gama,
dogmáticos religiosos u odiosos usurpadores de la muerte.
Para TODOS ¡Feliz Navidad!
Para TODOS ¡Feliz Navidad!
*Economista-Magister en Estudios Políticos
Cómo me gustaría que tus escritos llegaran a muchaaaasss más personas. Definitivamente nuestra tarea es educar, sencibilizar, decir más de una verdad... para que se vaya comprendiendo que debemos mirar desde otros espacios, escuchar porque esto o porque lo otro para aprender a sacar nuestras propias conjeturas, claro que nos permitan ser mejores seres humanos (siempre lo repetiré).
ResponderEliminarHoy leyendo El Tiempo, la columna de Cecilia Álvarez Correa, "El serviciomilitart obligatorio !es hora de quitarlo!, no puede uno menos que sentir alivio por esos seres que se deciden a poner a poner a reflexionar a los lectores.
En El Espectador, la columna de Javier Ortiz Cassiani, "El baile de los otros" me hace pensar cuando se dejará astrás tanta mesquindad, cuándo se dejará en el pasado, como símbolo de apreendizaje, lo superficial y mas bien vernos como personas, qué es lo trascendental que nos permite vivir en paz, logrando para todos un bienestar social, moral, espiritual, físico...
Creo que debemos estar atentos a que el caso de Yuliana no quede impune.
Gracias amigo mío y que este año siga más comprometido con la sociedad y6 allí estaré yo.
Te quiere mucho, YO
Cómo me gustaría que tus escritos llegaran a muchaaaasss más personas. Definitivamente nuestra tarea es educar, sencibilizar, decir más de una verdad... para que se vaya comprendiendo que debemos mirar desde otros espacios, escuchar porque esto o porque lo otro para aprender a sacar nuestras propias conjeturas, claro que nos permitan ser mejores seres humanos (siempre lo repetiré).
ResponderEliminarHoy leyendo El Tiempo, la columna de Cecilia Álvarez Correa, "El serviciomilitart obligatorio !es hora de quitarlo!, no puede uno menos que sentir alivio por esos seres que se deciden a poner a poner a reflexionar a los lectores.
En El Espectador, la columna de Javier Ortiz Cassiani, "El baile de los otros" me hace pensar cuando se dejará astrás tanta mesquindad, cuándo se dejará en el pasado, como símbolo de apreendizaje, lo superficial y mas bien vernos como personas, qué es lo trascendental que nos permite vivir en paz, logrando para todos un bienestar social, moral, espiritual, físico...
Creo que debemos estar atentos a que el caso de Yuliana no quede impune.
Gracias amigo mío y que este año siga más comprometido con la sociedad y6 allí estaré yo.
Te quiere mucho, YO