Orlando Ortiz Medina*
Empecemos por decir que no hay una relación, al menos una
relación directa, entre el plebiscito, los resultados del 2 de octubre, lo que
aún está por resolverse y la propuesta de reforma tributaria recientemente presentada
por el Gobierno.
Con o sin plebiscito, con o sin conflicto armado, independiente
de que hubiera ganado el SÍ o el NO, éste o cualquier gobierno está en la
obligación y responsabilidad de acudir a las medidas que sean necesarias para
hacerse a los recursos que requiere para suplir sus gastos de inversión y
funcionamiento. Cosa distinta es que el momento en que los dos hechos se
presentan coincidan en un ambiente de fuerte tensión y agitación política que,
quiérase o no, se van a traslapar y a ser utilizados por los detractores del Gobierno,
y especialmente del acuerdo de paz, tal como ya se hizo por parte del uribismo en
la campaña para las elecciones del 2 de octubre.
De manera que no hay que dejarse llamar a engaños y seguir siendo
utilizado, como ya se advierte en la marcha convocada por el Centro Democrático
para el próximo 29 de octubre, en la que para defender el resultado de las
elecciones plebiscitarias se usa como telón de fondo el rechazo al contenido de
la propuesta de reforma.
Por supuesto que esta no es un asunto menor; frente a ella no
podremos ser ajenos y tendrá que tener sus propios momentos de discernimiento y
debate, incluidas posibles acciones de movilización y rechazo, conocido ya el
texto y las implicaciones que, de llegar a aprobarse, va a tener sobre el
bolsillo de los colombianos.
Una reforma tributaria no es mala en sí misma, pues como
cualquier persona o familia, el Estado tendrá siempre que pensar en cómo y de
qué fuentes se provee de los ingresos para su sostenimiento y cómo dirige y
organiza sus gastos. Pero de lo que se trata hoy es de estar alerta para que el tema fundamental de la búsqueda de una paz estable y definitiva para
Colombia no se vaya a subordinar otro tipo de intereses, que con intenciones
maniqueas o aún con la legitimidad que les pueda asistir terminen llevándolo a
un segundo plano. El riesgo es alto e incluso explicable cuando se trata de los
asuntos del bolsillo y más aún cuando la guerra y sus desastres no
parecen interesar a una inmensa mayoría de los colombianos, tal cual quedó
demostrado en las elecciones del plebiscito.
Es cierto que el momento de presentarla no es el más oportuno
para el presidente Santos y está por verse si finalmente o en qué condiciones
logra finalmente su aprobación en el Congreso de la República. Ya sabemos lo
que allí se mueve, todo menos la sensatez, honradez y coherencia de muchos que
desde uno u otro partido buscarán actuar en su propio beneficio, máxime cuando
estamos ya entrando en una etapa electoral que moverá sin duda sus decisiones.
Hay pues una amalgama difícil entre el SÍ inevitable de una reforma tributaria
y el NO necesario a la guerra, en donde en lo único que nos queda por creer es
en la sapiencia de esa ciudadanía que hoy se moviliza y que ojalá se sepa
conducir e imponer para que el desenlace no sea en ningún sentido adverso a la
mayoría de los colombianos.
De la reforma tendremos que preguntarnos sobre lo que en ella
se propone, qué tan efectiva es para enfrentar las problemáticas que busca
resolver, cómo y a quiénes en mayor o menor medida va a afectar y, pregunta
crucial, qué tanto contribuye a corregir las enormes desigualdades que están en
la base de un modelo de tributación que históricamente ha puesto el peso de la
sostenibilidad del Estado sobre los hombros de los sectores más vulnerables y
de más bajos ingresos. Pregunta esta
última clave y definitiva por lo que tiene que ver también con la construcción
de las bases de una paz sostenible y duradera para Colombia.
Asimismo, qué se dice frente a situaciones tan graves como la
corrupción, la evasión o la elusión, que de no existir seguramente nos
exonerarían de la necesidad de éste nuevo paquete de medidas, tan drásticas como
la que se vienen. Igualmente, de la capacidad de ahorro de que se debe dotar el
Estado, por ejemplo mediante la disminución de tanto gasto ineficiente y de los
costos abultados de su burocracia, en la que el recorte a los indecorosos
salarios de los congresistas sería una de las primeras medidas a emprender.
Plebiscito, reforma tributaria y paz son hoy los componentes
de una ecuación difícil de resolver, cuya salida definirá si como sociedad somos
capaces de encontrar alternativas para evitar que sigamos ahogándonos en
nuestros propios ríos de sangre, corrupción y despilfarro.
Habrá que evaluar la responsabilidad que le asiste a un
gobierno o, mejor, a los gobiernos de por lo menos los últimos veinte años que
dejaron llevar al país a la situación en que hoy se encuentra; un creciente
saldo en rojo entre sus ingresos y sus gastos que de no corregirse o no tomarse
a tiempo las medidas necesarias nos llevarían a una sin salida con costos y
consecuencias todavía superiores.
Un errado manejo de política económica que nos puso a beber
de una sola fuente, a “mamar de una sola teta” como se dice popularmente: los
ingresos provenientes del sector minero, en especial de los precios del petróleo,
de los que ingenuamente se pensó que iban a continuar eternamente su escalada
alcista, mientras se descuidaron sectores como los de la producción agrícola o
industrial, que siempre y en cualquier caso garantizan mayor autonomía y
posibilidades más reales de dinamizar el desarrollo y el mercado interno.
Habrá que evaluar también qué dice la reforma sobre las
inadecuadas exenciones de que gozan ciertos sectores empresariales y a los que
se suma su capacidad de maniobra y la de sus contadores para ayudarles a evadir
y a eludir sus impuestos, qué pasa con las llamadas zonas francas y los
paraísos fiscales, en los que no son propiamente los más pobres los que colocan
sus ingresos. Desde ya se tendrá que decir que no puede ser el impuesto al
valor agregado IVA, el sustento fundamental de la nueva reforma porque él es
justamente el que más duro cae sobre los consumidores de más bajos ingresos.
Todo eso y mucho más se tendrá que decir o preguntar, pues el
debate sobre la tributaria apenas comienza, pero en lo que más nos corresponde
hoy insistir, con o sin reforma, es en la inevitable necesidad de ponerle fin a
la guerra, que por barata que fuera no nos aguantaría ningún impuesto más, o ¿Quién
se atreve a hacer el cálculo de lo que pueda costarnos una sola y nueva vida
que se pierda?
*Economista-Magister en Estudios Políticos