Orlando Ortiz Medina*
Las elecciones de este domingo conllevan
una enorme responsabilidad para quienes tenemos la oportunidad, quizás única, de
decir SÍ o no al acuerdo para la
terminación del conflicto armado que durante más de cincuenta años ha segado la
vida de miles y miles de colombianos.
Vamos a definir si las próximas
generaciones continúan dentro de los mismos marcos de la guerra y la violencia
que a nosotros nos ha tocado vivir o pueden por el contrario trascender hacia formas
de convivencia en donde la fraternidad, la solidaridad, el respecto y la
solución pacífica de los conflictos sean sus referentes.
Estamos frente a una decisión fundamentalmente
ética; pues más allá de partidos, de quienes gobiernan o quienes se les oponen;
más allá de ideologías o credos religiosos, de odios e intereses particulares, estamos
decidiendo sobre todo de la posibilidad de la vida y, casi nada, de la vida de
los otros; posiblemente de quienes todavía no han nacido, lo que con más severidad
nos compromete. ¿De qué se trata la ética sino fundamentalmente de la pregunta
por la vida?
Aunque para muchos pueda sonar desatinado,
los reclamos frente a una supuesta impunidad, el déficit en la aplicación de
justicia o la posible elegibilidad política de los Integrantes de la FARC,
entre otros, pueden al final resultar siendo menores y no ser más que la
permanencia en un pasado que todavía nos persigue e impide salir de la estela
de odio y de venganza en que nos hemos mantenido.
No podemos olvidar que si de algo
se ha nutrido la historia de Colombia y nuestra vida personal y colectiva es de
altísimas cuotas de impunidad y de injusticia. ¿Podrá haber algo más injusto que
atravesársele a una sociedad que busca alternativas para evitar que la guerra y
la violencia continúen? ¿Qué puede ser más insensato que negarse a la
oportunidad de ser protagonista en el cumplimiento de una tarea, hasta ahora
aplazada, de sacar las armas de la política y darle el sentido que le corresponde
en una sociedad verdaderamente civilizada?
Nos quedan unas horas para pensar
una decisión que no permite equivocarnos. Va a ser muy costoso si, más allá de
nuestras diferencias, no coincidimos en que la prolongación de esta guerra a
ninguno nos conviene y que avalar este acuerdo no nos compromete más que con la
necesidad de dejar atrás esta historia bañada en sangre.
¿Por qué insistir en el país
acostumbrado a la infelicidad de la guerra, inmune ante el dolor? ¿Por qué no decirnos
y decirle al mundo que SÍ, que somos
una sociedad capaz de reinventarse y en la que en adelante van a pesar más la
sensatez que los odios y los deseos de venganza? ¿Que SÍ sabemos lo que vale y significa la defensa y la protección de la
vida? ¿Por qué no?
*Economista-Magister en Estudios Políticos
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