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jueves, 15 de septiembre de 2016

MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA, SÍ, SÉ QUE VOLVERÁ


Orlando Ortiz Medina*


Este 10 de septiembre, niños y niñas comenzaron a salir de las filas de la guerra, a donde nunca debieron haber llegado. Empieza así el final de una de las peores infamias de esta dura etapa de nuestra historia.

Como todas las generaciones nacidas desde finales de la década del cuarenta, tuvieron la mala suerte de haber llegado a un país que a padres, abuelos y bisabuelos, les ha dejado como herencia la secuela onerosa de una serie sucesiva de guerras y conflictos armados. 

En buena hora, aunque siempre es tarde cuando de salir de la guerra se trata, empezarán a recuperar, al menos en parte, ese poco que les quede de su infancia arrebatada. Sabrán, apenas, que había otras formas posibles de vivir la vida, que existía un mundo distinto en el que jugar a las escondidas o a los soldados libertados era una de esas tantas diversiones callejeras en que otros hicimos nuestros primeros amigos, tuvimos los primeros enamoramientos y disfrutamos creativamente el tiempo.

Desaprenderán de lo enseñado por una sociedad que, teniéndolo todo, no les ofreció sino lo que mezquinamente dispuso para matar sus sueños y, en vez de a disparar un fusil, los hubiera hecho diestros en tocar una guitarra, practicar un deporte, manejar un pincel, pintar un paisaje o dejado simplemente en su bucólica y honrosa vida de labriegos.

Hoy felizmente podemos decir que SÍ sabemos que volverán esos Mambrús y vendrán a encontrarse con una nueva oportunidad de celebración de sus vidas.

La mayoría de estos niños y niñas pertenecen a territorios en donde la guerra fue quedando, qué crudeza decirlo, como el escenario menos hostil y azaroso en el que pudieran realizar sus vidas, incluyendo sus propios hogares y familias. Muchos se internaron en la selva huyendo del maltrato a veces prodigado por sus propios padres o madres, tantos más por haber sufrido abuso o violación sexual, otros simplemente empujados por el hambre y la pobreza.

Son hijos e hijas de una sociedad a la que el silencio y la indiferencia hicieron indolente, terminó arrastrada al acostumbramiento y se olvidó de quienes con menos suerte y oportunidades les correspondió poner los muertos.

Por eso hoy, a las puertas ya de culminar el proceso de diálogo y negociación entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, cabe esperar que la inteligencia, la sensatez y el sentido de humanidad de una sociedad civilizada, guíen la decisión que nos llevará a las urnas el próximo dos de octubre, en el que sin duda es el momento histórico más importante de las últimas décadas y de las generaciones que hoy estamos en la mayoría de edad.  

Los niños y las niñas que hoy salen por fortuna de la guerra, los que abrirán sus ojos por primera vez, los que aún están aprendiendo a caminar, no merecen que se les condene a seguir en la tragedia que también sin merecer nos legaron a nosotros.

No habría mayor impunidad, nada deshonraría más la justicia ni sería más imperdonable que por odios, mezquindades o fundamentalismos de cualquier naturaleza dejáramos pasar el momento de contribuir a cambiar el rumbo de un país que, dirigido siempre hacia el norte de la guerra, tiene hoy la oportunidad –la única que hemos conocido- de reorientar su brújula.

Para unos y otros sería muy costoso aplazar este momento y desconocer el saldo positivo que sin haber culminado ya nos ha reportado este proceso. Queda tiempo todavía para la reflexión y será mucho más el que tendremos para ayudar a sanar las heridas y avanzar en la reconciliación. También para ver realizada la justicia y no dejar de lado  los juicios de responsabilidad; pero no una justicia cifrada en el odio, la sed de venganza o la perfectibilidad de códigos y leyes, que al fin y al cabo nunca o sólo para algunos han funcionado.



*Economista-Magister en Estudios Políticos