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sábado, 26 de abril de 2025

¿Le vamos a besar el culo a Trump?

 

Orlando Ortiz Medina*

Se requiere un nuevo orden internacional que supere la obsolescencia del que actualmente no es más que una simple formalidad y para el presidente gringo un rollo más de papel higiénico.


Foto: Euronews.com
“Me están besando el culo”, dijo Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, refiriéndose a los setenta representantes de países que, según él, lo han visitado o llamado para que reconsidere sus medidas arancelarias.

La frase es digna de su estirpe de matón de esquina, del tunante barriobajero que se ufana de estar creando miedo, porque, más allá de los Estados Unidos, para él el mundo es eso, el barrio bajo del que está convencido que puede y va a poner a sus pies, que es lo que en sus delirios imperiales significa “hacer grande a América otra vez”. 

Y es que, si el presidente de la primera potencia mundial es alguien de la estofa del señor Trump -qué vergüenza- es porque, en efecto, la América a la que se refiere (la del Norte porque América es más que los EE. UU.) está siendo muy pequeña; reflejo de una nación que ha perdido valor y reconocimiento y de un pueblo que se muestra en su mayoría carente de honor y de autoestima. No de otra manera se explica que lo hayan elegido pese a haber sido encontrado responsable de 34 delitos, además de ser condenado por abuso sexual. Una ciudadanía que se aprecie y se respete no elige para que la gobierne y represente a un bodrio de ese tamaño. 

En su alebrestado ejercicio de gobierno, sin ningún criterio y rigor técnico, dispuso imponerles aranceles a todos los países, creando un caos que con muy elevadas posibilidades lo puede llevar a que sea él quien tenga que arrodillarse y besarle el culo al presidente chino, su principal rival, que hasta ahora no le ha pestañado de miedo. 

Algo hay de aquello de la mano invisible que mueve los mercados, que sí pudo ver Adam Smith, a la que no se puede sobreponer la mano manchada del fantoche del imperio

No advierte el señor Trump -nadie puede advertir respecto de lo que no sabe- que los mercados, máxime en tiempos de globalización y bajo el dominio de las premisas neoliberales con que han venido funcionando en los últimos cincuenta años, crean sus propias dinámicas, generan sus propias inercias y tienden a institucionalizarse, más allá incluso de la voluntad y las decisiones humanas. Algo hay de aquello de la mano invisible que mueve los mercados, que sí pudo ver Adam Smith, a la que no se puede sobreponer la mano manchada del fantoche del imperio. 

Lo que pasa es que las de Trump no son políticas; las políticas son serias, pensadas, pausadas, analizadas, puestas en contexto, basadas en raciocinios, con evaluaciones previas de impacto y, cuando más, concertadas. No es propiamente eso lo que estamos viendo, pues no hay nada que vaya más allá de su arrogancia, su personalismo y sus pretensiones de ponerse por encima de los acuerdos, las instituciones y los organismos internacionales, en el propósito de reconquistar una hegemonía de la que ya su país no goza frente al resto del mundo.

Frente a lo que en realidad es un chantaje, olvida Trump que ya no son los tiempos en que la unipolaridad, o si acaso la bipolaridad, era la norma; tiempos en los que los demás países estaban siempre prestos a bajarle la cabeza. China, Canadá, México, Dinamarca, cada uno a su medida y dentro de sus posibilidades, en buena hora hoy le están dando una lección para demostrarle que ya no es así. 

Olvida Trump que ya no son los tiempos en que la unipolaridad, o si acaso la bipolaridad, era la norma; tiempos en los que los demás países estaban siempre prestos a bajarle la cabeza.

Por eso amenaza, avanza y recula, aplaza, lanza globos a ver quién, con qué y cómo le responden; juega de manera irresponsable, lo que reafirma su falta de claridad, su improvisación y su ánimo siniestro de poner al mundo en incertidumbre, descontrolar a los inversionistas y crear caos a la espera de un saldo en rojo que en todo caso apueste a su favor.  

Imponer un arancel general del 10% es un sinsentido. Primero, porque no se necesita ser un sabio para considerar que el mundo no es homogéneo y que a todos los países no se les puede medir con un mismo rasero; que cuentan las geografías, las historias, las distancias, los avances tecnológicos, los diferenciales de productividad, las escalas salariales, las estructuras de costos, etc., además de las particularidades de cada una de las miles de posiciones arancelarias que hacen parte del universo del mercado. 

Segundo, porque el argumento de que sus medidas obedecen a que los demás países han venido aprovechándose de su nobleza porque mantienen tasas superavitarias en sus balanzas comerciales con respecto a los EE. UU. no tiene asidero. Si bien en cifras globales su balanza comercial es deficitaria, esta situación no se presenta en todos los casos y no ocurre lo mismo con su balanza de servicios. En el caso de la Unión Europea, por ejemplo, su balanza de bienes es deficitaria, pero no así su balanza de servicios en la que, por el contrario, mantiene superávit. Con América Latina, Estados Unidos tuvo un superávit de 47,300 millones de dólares en 2024, pese a lo cual se le impuso el arancel del 10%;. Con Rusia, en cambio, aunque su balanza comercial es negativa, no le impuso ningún tipo de arancel. Su argumento es entonces falaz y mentiroso. 

La moneda norteamericana sigue siendo la más utilizada en las transacciones internacionales de bienes, es la principal divisa en que se acumulan las reservas internacionales y es también la que predomina en el mercado financiero mundial

Estados Unidos no es solo el simple y débil importador de bienes que hace que el resto del mundo lo abuse, como quiere hacer creer Donal Trump; es, sobre todo, un fuerte exportador de activos, en especial financieros, en los que ha mantenido todo tipo de ventajas que le permiten atraer inversionistas de cualquier lugar del globo: gobiernos, bancos centrales, empresas privadas, que acceden a bonos del Tesoro, acciones o bienes raíces, entre otros, con lo que de paso financia sus importaciones.

Sumado a lo anterior, la moneda norteamericana sigue siendo la más utilizada en las transacciones internacionales de bienes, es la principal divisa en que se acumulan las reservas internacionales y es también la que predomina en el mercado financiero mundial. De manera que no es necesariamente cierto que tener un déficit comercial sea en sí mismo un síntoma negativo del desempeño de una economía. 

Lo que sí es cierto es que el déficit comercial de Estados Unidos se debe a que se ha permitido acceder a productos, intermedios o de consumo final, que le hubieran resultado más costosos de producir en su territorio, dado que los obtiene de países con insumos, costos de transacción y mano de obra más baratos. Esa importación a bajo costo hace que sus empresas sean más competitivas dentro o fuera de sus propios mercados y le reporten al final un beneficio neto a su economía. Adicionalmente, le ayuda a evitar o mitigar brotes inflacionarios y a liberar recursos que orienta a sectores más rentables y estratégicos y en los que posee más ventajas competitivas. No es casual que su economía se haya dirigido a potenciar sectores más intensivos en conocimiento y tecnología: aeroespacial, servicios financieros, salud y tecnologías de la información y la comunicación, principalmente.  

La alocada carrera arancelaria no va a ser suficiente para que Estados Unidos logre un mejor posicionamiento en los mercados internacionales, en tanto no aborda sus problemas reales,

Así es que la alocada carrera arancelaria no va a ser suficiente para que Estados Unidos logre un mejor posicionamiento en los mercados internacionales, en tanto no aborda sus problemas reales, relacionados con su desindustrialización, la sobreespecialización en el mercado financiero y especulativo y su deficiente capacidad productiva y de infraestructura: vías, sistemas de transporte, puertos, que le garanticen soportar una producción industrial a mayor escala. 

Cabe decir que China no depende mayormente de sus exportaciones a los Estados Unidos, su comercio con este país ha disminuido en las últimas décadas, mientras aumenta con la Unión Europea, Rusia, los países asiáticos y, en general, los del sur global. Estados Unidos, en cambio, depende cada vez en mayor proporción de productos de alto valor agregado fabricados en China: maquinaria, productos tecnológicos, farmacéuticos, baterías, productos de energía verde y minerales esenciales son productos que difícilmente las empresas y consumidores estadounidenses podrían sustituir con su producción interna. Los productos que China adquiere de Estados Unidos -especialmente agrícolas y energéticos- son, por el contrario, más fáciles de sustituir mediante compra en otros países.

Los llamados aranceles recíprocos, por su parte, son todavía más antitécnicos, pues los argumentos con que los justifica obedecen a razones que devienen de políticas a las que la administración estadounidense quiere someter a los demás países, como es el caso del tratamiento a la situación migratoria y la lucha contra las drogas, en el que ha tratado de “penalizar” especialmente a México, Canadá y China. Con este último, además, ha desplegado medidas retaliatorias especiales porque le ha respondido con la misma moneda subiéndole también los aranceles a sus productos.  

La vuelta al proteccionismo, el regreso a las industrias nacionales y la recuperación de la producción interna, al menos como las plantea Trump, están fuera de tiempo y descontextualizadas.

Reafirmando que la andanada de Trump no es más que la tozuda intención de reafirmar su poderío y su ánimo expansionista, hay que decir que, en un mundo globalizado, cada vez más interdependiente y en el que los mercados ganan mayor autonomía, decisiones unilaterales y autoritarias son no solo improcedentes sino insostenibles. La vuelta al proteccionismo, el regreso a las industrias nacionales y la recuperación de la producción interna, al menos como las plantea Trump, están fuera de tiempo y descontextualizadas. No estamos en el modelo de expansión y consolidación del capitalismo del siglo XIX o de principios del XX; el mapa y los referentes de poder de la geopolítica mundial son otros y no hay potencia alguna que pueda reclamar su dominio pleno y simultáneo en todos los campos: económico, tecnológico, político o militar. 

Se requiere un nuevo orden internacional que supere la obsolescencia del que actualmente no es más que una simple formalidad y para el presidente gringo un rollo más de papel higiénico. Un orden que no funcione, como hasta ahora, sobre la base de intereses y posiciones dominantes que han hecho del planeta una conjunción de brechas e inequidades, en medio de guerras que cambian sus patrones y se revitalizan contra la posibilidad de una sociedad en la que las formas de organización, los sistemas de producción y los estilos de vida se armonicen en formas de convivencia más justas y más amables con el ser humano y los demás bienes y seres de la naturaleza. 

No es por la vía de las guerras, ni arancelarias ni de ningún tipo, como EE. UU. o cualquier otra nación podrá ahora imponer su supremacía. Mucho menos, y ojalá quienes han estado acostumbrados a hacerlo se abstengan, besando el culo de quien ni siquiera merece una volteada de pelo.


*Economista-Magister en Estudios Políticos 


domingo, 20 de mayo de 2018

Presidente Trump, usted es un grandioso…



Orlando Ortiz Medina* 

Con una placa al fondo que señala la ubicación de la nueva sede de la embajada de su país en Jerusalén, Ivanka Trump, junto a su esposo, Jared Kushner, despliega una amplia sonrisa; junto a ellos está otro grupo de emisarios del gobierno norteamericano que, también sonriendo, aplauden y comparten el momento de euforia: celebran el traslado de la sede diplomática y el aniversario número setenta de la creación del Estado de Israel. Jared Kushner, además de yerno del presidente Trump y viejo amigo del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, es también el enviado de paz de su gobierno a Oriente Próximo. 

En ese mismo momento, a ochenta kilómetros, en la franja de Gaza, el ejército israelí asesina a más de sesenta palestinos y hiere a más de dos millares que justamente marchaban contra la decisión del mandatario gringo de cambiar de lugar su casa en Israel, por razones del conflicto que históricamente ha enfrentado a estas dos naciones hasta ahora ubicada en Tel Aviv. 

Quienes fueron asesinados iban armados tan solo de su dignidad, que ha sido siempre la principal fortaleza de los palestinos. Fue a esa dignidad a la que los israelíes respondieron con sus armas de fuego, sin importar la presencia de niños, niñas, mujeres y adultos mayores, todos civiles, que acompañaban el acto pacífico y legítimo de protesta con el cual conmemoraban lo que para ellos no ha sido más que setenta años de catástrofe, Nakba en árabe; es decir, de usurpación y ocupación de su territorio, destierro, condena al exilio, bloqueo económico y desconocimiento de su derecho a una nacionalidad y a la soberanía de su Estado. 

Además de una provocación y una criminal afrenta contra el pueblo palestino, la decisión del traslado de la sede diplomática es una más de las maneras con las que al lunático presidente le gusta lucir su soberbia y el ego henchido con que acostumbra a pasarse por encima de las normas de la decencia, y en este caso sobre todo de los protocolos de la diplomacia, el respeto a los derechos, al orden jurídico internacional y a la autonomía de las naciones. 

Que su hija y su yerno rían mientras al otro lado niños, niñas, hombres y mujeres se desangran bajo el fuego del principal de sus aliados en el Oriente Próximo no significa nada; al fin y al cabo estamos frente al representante de un país que ha construido su poder y hegemonía gracias a su instinto invasor, sobre el que no ha tenido freno para perpetrar todo tipo de agresiones y poner bajo su albedrío a otras naciones del mundo; fue “un día de gloria”, como lo dijo el primer ministro Netanyahu, a quien, como punta de lanza de este acto de barbarie, ratifica como el cofrade número uno de su pandilla en la región. 

Qué ofensa más grande para la humanidad que el presidente de una potencia mundial y un Primer Ministro consideren glorioso, o “un gran día para la paz”, un hecho tan luctuoso como el que hoy le corresponde vivir a los palestinos; es la máxima expresión de la quiebra ética y la cumbre de la deshumanización en el ejercicio del poder y la conducción de un Estado por parte de quienes se siguen considerando amos y señores de la humanidad y miran a los demás como simples parias que  no tienen derecho a una nacionalidad, un territorio, un Estado y al respeto a su dignidad como seres humanos. 


Pero es también una prueba de lo poco que significa para las potencias el derecho internacional y el insulso rol al que han reducido a organismos internacionales a los que, como las Naciones Unidas, han puesto bajo su arbitrio, dejando de paso a los demás Estados miembro como elegantes y decorativas figuras. Se refleja allí el espíritu retardatario y el ímpetu colonialista que aún se respira de los viejos gobiernos imperiales y se lesiona el espíritu civilizador que debe orientar las relaciones internacionales para que la solución de los conflictos se enmarque dentro de lógicas que no sean las de las atrocidades de la guerra. 

Con su arrogancia y su impronta belicosa, Donald Trump no solo ha dado una bofetada a los esfuerzos de paz que con el apoyo de la comunidad internacional se han venido haciendo para encontrar una salida pacífica al conflicto entre israelíes y palestinos, sino que reafirma el rumbo por el que ha querido conducir las relaciones de su país con el resto del mundo, con el que solo busca afianzar su ambición de dominio, rehusando las salidas diplomáticas, a las que sustituye por su estirpe intimidadora y pendenciera; pues al traslado de su embajada a Jerusalén se suman acciones como la salida del Pacto de París contra el cambio climático, el bombardeo sobre Siria, la ruptura del acuerdo nuclear con Irán y la revisión de tratados comerciales con los que busca conculcar derechos adquiridos por otros países en las relaciones de intercambio. Lo anterior sin dejar de mencionar la dura posición que en su propio territorio ha tomado contra la población migrante, sobre la que suele pronunciarse con todo tipo de expresiones xenófobas, racistas y humillantes. 

Es la sintomatología de un ego y una personalidad enferma y trastornada, que por capricho de quien es su depositario se convierte en el ego y la razón de ser de una nación; sin duda un retroceso para una ciudadanía que, como la norteamericana, se reclama como una de las más avanzadas de la civilización y la democracia moderna. 

El señor se solaza con el fuego de la guerra y se pasa por encima de las vicisitudes de un conflicto de ya más de siete décadas en el que se cruzan todo tipo de complejidades de orden histórico, religioso, político, económico, cultural, etc., que lejos está de solucionarse con el prontuario y el culto a los insidiosos guerreristas que hoy se sientan en los sillones del poder. 

Respaldar la actuación genocida del ejército de Israel argumentando la defensa de su soberanía en un territorio que está en disputa es un contrasentido, cuando la declaración de su Estado por parte de Israel, en 1948, fue hecha de manera unilateral y pasándose por encima de los reclamos y las pretensiones que sobre el mismo territorio legítimamente reclama la comunidad palestina. En esas circunstancias, ningún país puede legitimar derecho alguno como se ha hecho ahora por parte de los EE. UU. y se ha imitado ya por parte del gobierno de Guatemala y respaldado por el candidato presidencial Iván Duque en Colombia; es lo que acudiendo a la prudencia y con la sindéresis que ordena la diplomacia han hecho la mayoría de naciones, entre ellas algunas de las grandes potencias. 

La creación de dos Estados, uno Palestino y otro Israelí, es lo que ha estado en el centro de las soluciones y es la salida por la que se debe seguir abogando; los palestinos buscan que Jerusalén Oriental sea la capital del Estado que quieren fundar en Cisjordania y en la Franja de Gaza; pero los israelíes, mientras tanto, gracias a su mayor riqueza y poderío bélico y al apoyo incondicional de su aliado americano, han ido apoderándose cada vez de una mayor porción del territorio con un costo enorme en vidas y en vulneración y violación de los derechos de la comunidad palestina, saltándose los compromisos históricos y alejando cada vez más las posibilidades de una solución pacífica. 

Hoy es claro que son los derechos del pueblo palestino los que deben ser reconocidos y respetados, la comunidad internacional debe mostrar firmeza frente al capricho del Estado sionista y su aliado norteamericano; no estamos en las épocas oscuras de las barbaries invasoras y el sometimiento al espíritu colonialista de las grandes potencias, cuyas pretensiones expansionistas deben ser proscritas de las bitácoras de sus agendas. 

Al señor presidente Trump, con todo respeto, como se acostumbra a decir ahora cuando se va a proferir cualquier vituperio o expresión baladí, no resta más que recordarle que, frente a la dignidad y fortaleza de los palestinos y sobre el dolor por la sangre que todavía lloran de sus hermanos muertos, él seguirá siendo nada más que un grandioso hijo de puta. 



*Economista-Magister en Estudios Políticos