Orlando Ortiz Medina*
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Foto:GGettyImages |
Así
como corrían los tiempos de las dictaduras en casi todo todos los países de
América Latina: Argentina (1976-1983), Paraguay (1954-1989), Chile (1973-1990),
Bolivia (1971-1978), Nicaragua (1934-1979), Brasil (1964-1985) y más, corrían
también los tiempos en que un nuevo modelo económico y con una fuerte carga
ideológica empezaba a imponerse en todo el continente, que años más tarde se
conocería como Consenso de Washington.
Era
el llamado modelo neoliberal, construido bajo los supuestos de la libertad, en
particular la libertad económica; el laissez faire-laissez passer
(dejad hacer, dejad pasar), en el que la vida se considera estrictamente
circunscrita a los designios y el ritmo del mercado. Las formas de
relacionarse, de acceder a la sobrevivencia, el ordenamiento de las
instituciones, lo que hasta ahora se había conocido como derechos: la
educación, la salud, la seguridad alimentaria, etc., solo eran pensables si
tenían cabida en el sagrado universo de las mercancías, por lo que obviamente
había que disponer con qué comprarlas. Un modelo que, además, exalta el
individualismo y desprecia y condena los roles del Estado, que considera deben
ser dejados exclusivamente en manos de la iniciativa privada, a menos que no sea
el de su función de policía, el único en el que le encuentra algún
sentido.
Las dictaduras fueron, especialmente para Argentina y Chile, que en su momento sirvieron de laboratorio, terreno abonado y necesario para que el paquete de reformas neoliberales pudiera implementarse.
Aunque enmarcadas en el contexto de la llamada Guerra Fría, que enfrentaba a las dos potencias triunfantes de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos y la ya extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -URSS-, y en el de la Política de Seguridad Nacional, agenciada desde los Estados Unidos; las dictaduras fueron, especialmente para Argentina y Chile, que en su momento sirvieron de laboratorio, terreno abonado y necesario para que el paquete de reformas neoliberales pudiera implementarse.
Pues
bien, ese marco filosófico que inspiró la propuesta del ministro de la
dictadura, Martinez de Hoz, se revive hoy, y con que ímpetu, en el llamado
discurso libertario de Javier Milei, que el próximo domingo 19 de noviembre, ya
en segunda vuelta, disputa la presidencia de Argentina contra el candidato
peronista Sergio Massa.
Apertura total del comercio internacional;
disminución del tamaño del Estado y reducción del gasto público, mediante
supresión de ministerios, eliminación de subsidios económicos y programas
sociales; privatización de los sistemas de salud y educación; liberación del
precio de los alquileres e incluso privatización
de calles. Propone también avalar la venta de órganos humanos y la portación
de armas. En materia de infraestructura, propone dejar la construcción o
adecuación de toda obra pública a la iniciativa privada. Asimismo, ha anunciado
que privatizará la televisión pública, el Instituto Nacional de Cines y Artes
Audiovisuales y acabará con el Instituto Nacional contra la Discriminación. Estas
son, a su juicio, acciones o entidades en las que no tiene por qué intervenir el
Estado.
Las medidas de desregularización laboral se acompañan con la propuesta de acabar definitivamente con el sistema público de jubilaciones
Además, dolarización de la moneda nacional y reducción de impuestos a los grandes capitales, con el ya conocido eufemismo de que ello estimula la generación de empleo. A propósito de esto último, profundización de la desregulación del mercado laboral, lo que significa seguir adelante con su precarización, bajo contratos de corta duración, por ejemplo, y sin ningún tipo de prestaciones ni garantía de derechos para los trabajadores. Las medidas de desregularización laboral se acompañan con la propuesta de acabar definitivamente con el sistema público de jubilaciones.
De
acuerdo con lo anterior, el refrito que este señor con fuertes visos de
psicopatía quiere vender hoy como nuevo, y los efectos que de él se derivarán si
es que logra alzarse con la presidencia, ya los vivió y pagó con creces la
sociedad argentina durante la dictadura. Aparte del costo en vidas,
desinstitucionalización de la nación, violación de los derechos humanos y
alrededor de treinta mil personas desaparecidas, dejó un país absolutamente
desastrado y cuyos efectos aún se están pagando.
La
economía quedó anclada y con una fuerte dependencia del mercado financiero,
especialmente internacional, con la consecuente pérdida de participación de los
sectores agrícola e industrial, que quedaron en desventaja para competir con
los bienes importados desde países con mayor desarrollo tecnológico y con
productores altamente subsidiados. La participación de la industria en la
producción total del país se redujo del 21,8 por ciento en 1976 al 13,2
por ciento en 1983, inicio y final de la dictadura. En ese mismo lapso, las
exportaciones industriales cayeron del 20,8 al 13,3 %, en beneficio especial de
las empresas transnacionales que
terminaron siendo las grandes beneficiadas.
Entre las medidas de mayor relevancia, por el costo enorme que tuvo para los argentinos, estuvo la de la liberación financiera, que hoy vende como otra de sus fórmulas nuevas Javier Milei,
Hubo un deterioro en la distribución del ingreso en desmedro de los sectores más pobres y, de manera simultánea, una enorme pérdida del empleo formal, así como del salario real de los trabajadores de menos ingresos, que tuvieron una pérdida de casi el 50% de su poder de compra en el mismo periodo. Todo esto a la par con la práctica destrucción del movimiento sindical, uno de los más fuertemente golpeados durante el dominio de los militares.
Entre
las medidas de mayor relevancia, por el costo enorme que tuvo para los
argentinos, estuvo la de la liberación financiera, que hoy vende como otra de
sus fórmulas nuevas Javier Milei, prometiendo que una de sus más radicales
acciones será la de acabar con el Banco de La República. Qué susto. Dejar el
mercado financiero por fuera de la regulación del Estado o, en este caso, del
Banco Central como entidad independiente, al tiempo con la liberación del
mercado cambiario, que tambien propone, condujo en su momento a una enorme ola
especulativa en la que influyó la libertad de los privados para crear
sucursales bancarias y disponer a su antojo de la fijación de los tipos de
interés, que en cuanto más elevados mejor para la atracción de inversionistas,
con consecuencias funestas que el Estado tuvo luego que asumir.
La
deuda externa, que sería a la postre uno de los factores de declive de la
dictadura, se multiplicó por cinco durante su vigencia; si a su inicio ascendía
a 7.800 millones de dólares, al finalizar, en 1983, llegaba
a 43.600 millones de dólares.
Con
ese panorama, agravado por el cruento episodio de las islas Malvinas,
terminaron las promesas libertarias del entonces afamado ministro Martinez de
Hoz, que hoy parece reencarnar sin moderación en el irascible candidato Milei,
aunque con una diferencia: si en su primera versión el modelo fue impuesto a
sangre y fuego por un gobierno de facto, hoy podría ser elegido por una
ciudadanía, especialmente de los jóvenes, que parecen convencidos de que verdaderamente
los interpela y les está ofreciendo el paraíso de la libertad.
No se puede permitir que maniqueamente y en nombre de la supuesta defensa de la libertad nos sigamos acercando al colapso como sociedades.
Una juventud que de primera mano no conoció los desastres de la dictadura, cautivada por lo que consume en las redes y por un candidato que le suena atractivo justamente por su excéntrica exposición mediática y que se muestra disruptivo frente a una clase política -a la que Milei llama "La Casta”- de la cual se encuentra efectivamente cansada, en la que para nada confía y con la que no ve opciones ni de presente ni de futuro.
Milei
cosecha su apoyo en la aguda situación de crisis que vive Argentina,
especialmente por el crítico desempeño de su economía. Pero lo cierto es que es
un autodenominado libertario detrás del cual se esconde realmente un
energúmeno, aporofóbico, conservador de extrema derecha, con tintes fascistas,
devoto de figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Benjamin Netanyahu y, como
si le faltará para completar su insania, amigo y figura consentida de la
congresista Maria Fernanda Cabal, despreciable figura de la extrema derecha
colombiana. Qué más quieren los argentinos para entender que, si Argentina está
al borde del abismo, con Milei Daría el paso al frente que le hace falta para
terminar de hundirse.
Milei
es de la cuerda de esa nueva derecha regresiva, xenófoba, racista, misógina,
homofóbica, negacionista del cambio climático y enemiga de los movimientos
sociales, para quien hablar de justicia
social le parece aberrante; de los que creen que la pobreza no se origina
en el conjunto de desigualdades que ha propiciado el modelo de sociedad y
desarrollo, sino en la pereza o la falta de capacidad e iniciativa de quienes
la padecen.
La sola idea de la competencia, la ausencia absoluta del Estado y la fe ciega en las bondades del estímulo al sector privado, en las que Milei cree firmemente, no son camino suficiente para corregir falencias tan profundas e históricamente acumuladas
Nada más insensato que, en medio de una crisis tan aguda como la que está viviendo argentina, con una inflación de alrededor del 150%, decrecimiento de su producto interno, pobreza del 40%, informalidad en ascenso; pensar que no se requieren políticas de Estado que protejan a los sectores que más acumulan desventajas. La sola idea de la competencia, la ausencia absoluta del Estado y la fe ciega en las bondades del estímulo al sector privado, en las que Milei cree firmemente, no son camino suficiente para corregir falencias tan profundas e históricamente acumuladas.
Es
cierto que tampoco la dirigencia argentina ha logrado liderar un movimiento
capaz de convocar y dar respuesta al descontento social y poner en curso una
propuesta que permita atender las graves problemáticas que desde hace varios
lustros enfrenta la ciudadanía argentina; pero ello tampoco debe ser camino
despejado para esa teológica exaltación del individualismo y ese odio al
Estado, con todas las críticas que sin duda le asisten.
Propuestas
como la de Javier Milei son parte de una fuerte regresión política y cultural
que pone cada vez más en riesgo las instituciones de la democracia, ya de por
sí bastante frágiles. No se puede permitir que maniqueamente y en nombre de la
supuesta defensa de la libertad nos sigamos acercando al
colapso como sociedades.
Hay
un amplio campo de incertidumbre sobre lo que, con uno u otro candidato, le
deparan la elecciones al país austral el próximo domingo, pero ya los votantes
de América Latina hemos ido aprendiendo e incluso acostumbrando, a que siempre
habrá un mal menor a la hora de elegir. Amanecerá y veremos, argentinos.
*Economista-Magister en estudios políticos
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