viernes, 23 de diciembre de 2022

Pedro Castillo: ante la Ley ¿?

 Orlando Ortiz Medina*

El Congreso que lo iba a declarar en vacancia por incapacidad moral, amparado en el artículo 113 de la Constitución, al final lo destituyó por haberlo querido disolver, amparado en el artículo 117 de la misma. Estaba claro, con cara y sello perdía y fue él quien se encargó de lanzar la moneda al aire.  


Foto tomada de Diario Córdoba
El peor de los mundos 

Lo que vive hoy Perú, que, aunque con diferencias puede extenderse muchos países de América Latina, no es más que el resultado del pobre desarrollo de su cultura política. Ello explica la existencia una democracia meramente formal e instrumental, en sí misma disfuncional, y nada viable para garantizar la gobernabilidad, la unidad institucional y su integración como país en una apuesta colectiva de nación. 

Hay que empezar por decir que lo ocurrido con Pedro Castillo no es un algo inédito y que lo que se presenta como su fracaso no se debe propiamente al hecho de que sea un presidente que provenga de la izquierda, como maniqueamente han querido interpretarlo los representantes de la extrema derecha en Colombia. Castillo es en cuatro años el quinto presidente del Perú y quienes lo antecedieron, en similar situación, estaban orillados a la derecha. Es claro, sí, que él contribuyó a configurar su propia causa, por su salida en falso y el acto de torpeza política que terminó, además, llevándolo a prisión.  

No es desatinado decir que su salida era algo cantado desde el momento mismo en que ganó la Presidencia de la República frente a su oponente en segunda vuelta, Keiko Fujimori, representante de la derecha peruana y figura sobresaliente entre quienes son los responsables de la caótica situación a la que se ha llevado al Perú en las últimas décadas. 

Era fácil prever que no iba a encontrar condiciones de gobernabilidad con un Congreso mayoritariamente en contra, facultado en derecho para declararlo en vacancia, y que en el ejercicio de la política no se ha caracterizado propiamente por conducirse sobre las premisas y valores de la democracia. 

No se descarta también cierta dosis de clasismo y discriminación dado el origen y la condición social del presidente. 

Castillo estaba en el peor de los mundos, enfrentado a un Congreso que política y constitucionalmente contaba con todas las armas para disponer de su cargo, e imbuido además por el espíritu de bronca y revanchismo que predomina en sus actuaciones, controlado como está por el juego de intereses privados y personalistas. No se descarta también cierta dosis de clasismo y discriminación dado el origen y la condición social del presidente, que para nada lo exime de su ya referido paso en falso y que podría verse también como una salida desesperada frente a lo que, se presume, ya él consideraba inevitable: su destitución o declaratoria en vacancia.

Con su propia ayuda, terminó estrangulado por un sistema de democracia formal y un poder real que se mantiene concentrado en los grandes medios y grupos económicos, que siempre saben moverse para caer parados cuando los fundamentos de la democracia se resienten. El Congreso que lo iba a declarar en vacancia por incapacidad moral, amparado en el artículo 113 de la Constitución, al final lo destituyó por haberlo querido disolver, amparado en el artículo 117 de la misma. Estaba claro, con cara y sello perdía y fue él quien se encargó de lanzar la moneda al aire.  

Perú refleja el mal endémico que sufren las democracias cuando las formas se interponen aunque vivan vacías de contenido. Si con el sistema de división de poderes se busca armonizar la organización del Estado y sus vínculos con la sociedad, a lo que hemos asistido es a un estado permanente de pugnacidad, especialmente entre el ejecutivo y el legislativo, que han hecho inviable la democracia como parte de un proyecto cultural y civilizatorio.

Es lo que ocurre cuando democracia no es cultura, pensamiento; cuando no se asume como una forma de vida que vincula social y culturalmente a los individuos, a las instituciones y a los individuos con las instituciones; cuando no es parte de un proyecto ético y común de sociedad y las instituciones quedan convertidas no más que en un cascaron vacío, una forma sin fondo fácilmente doblegable y manipulable. En fin, porque la democracia no existe sin demócratas. Es este el molde en que se inscribe el rol del Congreso peruano en los últimos años. 

El legislativo, como es su razón de ser, no opera como el órgano a través del cual se garantiza el funcionamiento del sistema de pesos y contrapesos. 

El legislativo, como es su razón de ser, no opera como el órgano a través del cual se garantiza el funcionamiento del sistema de pesos y contrapesos, no importa la sociedad como conjunto ni prima en sus funciones la búsqueda de respuestas a los intereses y los grandes problemas nacionales; su función, en extremo degradada, se ha reducido a ser un palo en la rueda y a jugar solo en torno a intereses privados y particulares, aureolados además por múltiples hechos de corrupción. 

Crisis de representación 

Pero la crisis de la democracia, que tal vez podamos considerar como resultado de los proyectos fallidos de sociedad, es también parte de lo que viven, en general en América Latina, las dirigencias políticas y sus expresiones partidistas. En el caso del Perú, ni la izquierda ni la derecha fungen como fuerzas capaces de representar al electorado y convencer de que gozan de la confianza y reúnen la capacidades para orientar la respuesta a las demandas que aquejan a sus sociedades. 

Los partidos como fuerzas políticas, ideológicas o programáticas se han desdibujado; sus líderes no encarnan ni el talento ni la estatura ética que tal condición demanda; hay una diáspora de figurines, de propietarios de ya vetustas representaciones o de simples enlaces de la tecnocracia o del sector empresarial, que lejos están de ser los llamados a tomar las riendas de sus países. La privatización o personalización del ejercicio de la política, escindida, valga insistirlo, de cualquier principio ético, roe y castiga el presente y futuro de nuestras sociedades. 

En Perú la crisis de representatividad es tal que en la primera vuelta, que Castillo ganó con solo el 20% de los votos, se presentaron 18 candidatos a la presidencia. De ese poco atractivo mosaico Castillo fue para muchos la elección del mal menor y en segunda vuelta se enfrentó a Keiko Fujimori, que arrastra la huella del gobierno y los genes de su padre, Alberto Fujimori, otro de los estandartes de la debacle peruana, actualmente condenado por corrupción y crímenes de lesa humanidad. Aun así, qué horror y qué mal habla eso del electorado peruano, estuvo a punto de ser elegida, pues la diferencia fue mínima.  

El presidente que no pudo ser

Castillo fue un presidente que desde un comienzo estuvo de tumbo en tumbo, la conformación de su gabinete fue siempre inestable, tanto que por el mismo pasaron alrededor de 80 ministros y en cinco ocasiones tuvo que cambiar al jefe de gabinete. Le faltó también el carisma, la sapiencia y las habilidades que se requerían en un escenario tan complejo como en el que le tocó asumir el cargo. No pudo encarnar el liderazgo y mantener el respaldo mayoritario de los sectores que lo apoyaron en su elección, ni mostrar que su gobierno tenia un norte claro para conducir a la sociedad peruana.   

Si bien como candidato figuraba como el líder en contra del establecimiento, no recogía tampoco las banderas de un movimiento progresista, lo que en parte se reflejó en sus posiciones de rechazo a la población migrante, su oposición a la despenalización de aborto y al matrimonio igualitario, que lo deja ver como parte de una izquierda conservadora, enmarcada en su ascendencia rural y en su enseña de sindicalista de la vieja guardia.  

En suma, fue un personaje inferior a la circunstancias y que toco piso cuando pretendió responder con la misma moneda al intentar disolver el Congreso, que, con todo y lo que se ha dicho, en los juegos del poder, los intríngulis de la política y el manoseo al que ha sido sometido, sigue siendo un órgano vital, o al que hay que revitalizar, para bien del presente y el futuro de la democracia.  

No es un cambio de piezas como en el tablero de ajedrez lo que necesita Perú, cualquiera que sea el rey o la reina que se vuelva a colocar en la casilla del trono podrá en muy poco tiempo llega a estar en jaque y correr la misma suerte de sus antecesores.  

En cualquier caso, se equivocan quienes creen que el problema de Perú obedece a la llegada de Castillo a la presidencia y su origen de izquierda; falso, él no es otra cosa que un incidente más en el intrincado camino por el que se ha venido conduciendo el país durante los últimos años. Por la misma razón, no es un cambio de piezas como en el tablero de ajedrez lo que necesita Perú, cualquiera que sea el rey o la reina que se vuelva a colocar en la casilla del trono podrá en muy poco tiempo llegar a estar en jaque y correr la misma suerte de sus antecesores.  

Los cambios no van a llegar si la democracia sigue anclada a la mecánica electoral de cada cinco años y a unas formas institucionales en manos de una burocracia mediocre, corrupta y totalmente escindida de los diferentes sectores sociales y las demandas que les urge resolver. 

No sobra anotar, porque es parte del paisaje, que, en América Latina, para las élites y sus representaciones políticas es inconcebible que un representante de la izquierda, más aún si tiene origen en los sectores populares o en las llamadas minorías políticas, llegue a ocupar la presidencia. Esto se convirtió para ellas en una cuestión de principios y harán siempre lo que esté a su alcance para bloquear la alternancia en el poder.

Castillo pasará a la historia no como el presidente que hubiera querido ser, el soñado representante de los sectores populares y del Perú profundo, excluido y marginado, sino como un golpista empujado por las circunstancias, que no supo valorar, cuando ninguno de los vientos soplaba a su favor. 

Ahora, como en el famoso cuento de Franz Kafka, ha quedado “Ante la Ley”, la que ahora dispone du su vida y de su libertad,  la misma que lo mantuvo atado para hacerle imposible gobernar.

*Economista-magister en estudios políticos 


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