Orlando Ortíz Medina*
Este 11 de marzo los colombianos elegiremos el nuevo Congreso de la República. Bueno, habrá que ver si realmente será nuevo o solo una reedición de lo que ya conocemos, incluida la vieja impronta que una y otra vez lo ha hecho merecedor del premio a la institución más desprestigiada de Colombia.
Esto, por supuesto, es algo de lo que no debemos regocijarnos, tratándose del órgano más representativo del sistema democrático moderno y en el que, para bien o para mal, todo lo que pase nos implica, independientemente de que hayamos o no participado en su elección.
Lo cierto es que no es un asunto menor el que nos convoca en ésta como en las próximas elecciones presidenciales, cuando estamos en un momento marcado por un conjunto complejo de situaciones, debido a la tensión que se produce entre esa parte de la ciudadanía que quiere que en el país se siga avanzando en el fortalecimiento de la democracia y la consolidación de la paz, y aquella que, por el contrario, insiste en que se mantenga el viejo estado de cosas que les permite a los de siempre sostener su sistema de privilegios.
La tradicional dirigencia de los llamados partidos históricos, hoy difuminada en nuevas marcas como Cambio Radical, el Partido de La U, Centro Democrático, Opción Ciudadana y los restos que aún quedan de los partidos Liberal y Conservador, buscan reafirmar la representación mayoritaria que siempre han tenido en el Congreso de la República, acudiendo como es costumbre a prácticas non santas como la compraventa de votos, el ofrecimiento de dádivas a los electores (el tamal es ya el más elemental de los ejemplos) y el uso y abuso de los recursos del Estado del que hacen gala muchos de quienes ofician como funcionarios públicos en alcaldías, gobernaciones y ministerios. Para no hablar de la vicepresidencia, desde donde sí que dejó bien armada su campaña el candidato a la presidencia de Cambio Radical, Germán Vargas Lleras.
Actualmente el Congreso de la República es una institución llevada al peor de los mundos, que se traduce, entre otros, en los escandalosos casos de corrupción en los que muchos de sus protagonistas son precisamente algunos integrantes de las bancadas allí representadas. Se ha convertido además en un cuerpo que legisla en contra de los intereses de las mayorías nacionales –que son las que no votan- y a favor de ciertos grupos de interés que representan en esencia a los grandes poderes y conglomerados económicos.
Son claramente estos últimos los que a través de sus fichas definen la estructura y el valor de los impuestos, los que deciden los presupuestos, los que reglamentan los sistemas de salud y de pensión, los que se oponen a que haya una estructura de propiedad de la tierra más productiva y democrática, los que reglamentan el modus operandi del odioso y chupasangre sistema financiero, para poner solo unos ejemplos. Dejar esas responsabilidades en sus manos es algo que no debe seguir permitiendo una ciudadanía civilizada.
Así las cosas, votar este domingo es ante todo un compromiso ético; dejar de hacerlo, además de ser una renuncia al tal vez más valioso derecho que tenemos hoy los ciudadanos, es condonar y cederle la razón a quienes, cómodos de vieja data en sus sillones, han carecido de la altura y la decencia suficiente para ocupar un lugar que solo está pensado para hombres y mujeres cuyos valores y virtudes no tengan tacha, cuya formación, historia y realizaciones los haga verdaderos merecedores de tener en su haber la delegación del poder ciudadano, hasta ahora tan envilecido y manoseado.
Si el solo hecho de votar es de suyo una responsabilidad ética, más lo es todavía la calificación de la decisión, a la que se debe valorar como un acto sagrado, como un reflejo de las propias virtudes, de la entereza que se requiere para no ceder a las tentaciones de los que, carentes de escrúpulos, han hecho de la política un festín de crapulosos, anegándola como una de las máximas expresiones de la inteligencia humana.
Que pensar políticamente sea al mismo tiempo actuar éticamente es una tarea tanto de electores como de candidatos. Nada habrá cambiado si ello no se asume como la base de una transformación cultural; si el ciudadano no entiende que sólo es tal si hace uso de sus derechos políticos y que es solo de esa manera que asegura también sus derechos sociales, civiles, culturales y ambientales.
Recuperar el sentido y la razón de ser de la política es tal vez el proyecto más a la orden del día, en un escenario en el que el país avanza en la tarea de encontrarle salida al conflicto armado, pero que es insuficiente si no se logra también la modificación de las costumbres políticas y la sustitución de quienes han manchado el honor de las instituciones y son responsables de que Colombia sea uno de los países más desiguales y de los más elevados índices de pobreza en la región y en el mundo.
A los ciudadanos y ciudadanas nos corresponde tomar posición en esa tensión que permea el actual panorama electoral, cuyos extremos se han ido polarizando entre sectores representados en la derecha y en la extrema derecha, por un lado, y sectores alternativos, por otro, en medio de un centro que por esa misma razón se ha venido diluyendo.
En cualquier caso, se insiste, la renovación es una tarea urgente; nada habrá cambiado y lejos estaremos de ese nuevo país que anhelamos si nos abstenemos de participar en las decisiones políticas, si seguimos dejando que sean otros los que acuerden por nosotros y, sobre todo, si el Congreso sigue quedando en manos de mayorías controladas por las mafias o endosadas a los meros intereses privados.
Hay opciones varias desde los sectores alternativos, en la Lista de la decencia hay un buen número de candidatos o candidatas entre los que se encuentran personas de la academia, las organizaciones sociales, los artistas o sectores independientes que están comprometidos en la tarea de renovar la política y lograr la profundización la democracia.
Entre ellos está el doctor Rafael Ballen, número 8 en el tarjetón para el Senado, un ejemplo de pulcritud y transparencia; Aída Abella, número 5 en el mismo tarjetón, que, después de muchos años de haber estado en el exilio, merecería una oportunidad de estar en el parlamento; Gloria Flórez Schneider, número 10 en el tarjetón, exsecretaria de Gobierno en la alcaldía de Gustavo Petro. La lista a la Cámara de representantes por Bogotá la encabeza la líder social María José Pizarro, número 101 en el tarjetón, por quien daré mi voto e invito a votar, además de Ana Teresa Bernal y María Mercedes Maldonado, también lideresas y funcionarias destacadas de la alcaldía de Gustavo Petro.
Hay candidatos de otros partidos que merecen igualmente recibir el apoyo, Iván Cepeda y Alirio Uribe, candidatos al Senado (N°10) y la Cámara de Representantes (N° 110), respectivamente, por el Polo Democrático, que ya han mostrado un excelente desempeño y su gestión ha sido muy bien calificada en el Congreso de la República.
Esperemos, con optimismo y con el compromiso honesto y responsable de la ciudadanía, que esta primera jornada electoral de 2018 nos ponga en el camino para ir hacia los cambios que imprescindiblemente y con tanta urgencia Colombia necesita.
*Economista-Magister en Estudios Políticos
Buen artículo, interesante hacer el mismo ejercicio desde lo regional
ResponderEliminarUna variable es la corrupción generalizada de nuestros partidos, en todos los sentidos, esto provoca entre los electores confusión.
EliminarSin duda como Usted lo afirma existen unas pocas personas por quienes se puede votar y lo haremos.
Conocidos ya los resultados de la jornada electoral del 11 de marzo de 2018, hay que decir con mucho desconcierto e indignación, doctor Ortiz Medina, que la composición del Congreso de la República no cambió para nada. Salieron elegidos los mismos y las mismas de siempre, por lo que el poder de decisión continuará en manos de congresistas que representan los intereses de las mafias que han sometido a los colombianos por décadas y décadas. Es muy desalentador observar que sigue imperando la compra venta de votos y de consciencias por parte de esas mafias, quienes de esa manera se garantizan la permanencia en el legislativo gracias, precisamente, a la ignorancia e inconsciencia del pueblo que los elige. Esta era una inmejorable oportunidad para castigar a todos esos políticos ineptos, corruptos y ladrones sacándolos del Congreso al no votar por ellos. Pero lamentablemente la realidad refleja otra cosa: seguirán atornillados al poder los mismos y las mismas de siempre, al menos por cuatro años más. La tan anhelada renovación de esa institución continuará siendo una ilusión. -- YURI ACUÑA AMAYA -- Libre pensador.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Totalmente de acuerdo.
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