Orlando Ortiz Medina*
Este 10 de septiembre, niños y niñas comenzaron a
salir de las filas de la guerra, a donde nunca debieron haber llegado. Empieza
así el final de una de las peores infamias de esta dura etapa de nuestra
historia.
Como todas las generaciones nacidas desde finales
de la década del cuarenta, tuvieron la mala suerte de haber llegado a un país que
a padres, abuelos y bisabuelos, les ha dejado como herencia la secuela onerosa
de una serie sucesiva de guerras y conflictos armados.
En buena hora, aunque siempre es
tarde cuando de salir de la guerra se trata, empezarán a recuperar, al menos en
parte, ese poco que les quede de su infancia arrebatada. Sabrán, apenas, que había
otras formas posibles de vivir la vida, que existía un mundo distinto en el que
jugar a las escondidas o a los soldados libertados era una de esas tantas diversiones
callejeras en que otros hicimos nuestros primeros amigos, tuvimos los primeros enamoramientos y disfrutamos creativamente el tiempo.
Desaprenderán de lo enseñado por
una sociedad que, teniéndolo todo, no les ofreció sino lo que mezquinamente dispuso
para matar sus sueños y, en vez de a disparar un
fusil, los hubiera hecho diestros en tocar una guitarra, practicar un deporte, manejar un
pincel, pintar un paisaje o dejado simplemente en su bucólica y honrosa
vida de labriegos.
Hoy felizmente podemos decir que
SÍ sabemos que volverán esos Mambrús y vendrán a encontrarse con una nueva
oportunidad de celebración de sus vidas.
La mayoría de estos niños y niñas pertenecen a
territorios en donde la guerra fue quedando, qué crudeza decirlo, como el escenario
menos hostil y azaroso en el que pudieran realizar sus vidas, incluyendo sus propios
hogares y familias. Muchos se internaron en la selva huyendo del
maltrato a veces prodigado por sus propios padres o madres, tantos más por haber
sufrido abuso o violación sexual, otros simplemente empujados por el hambre y
la pobreza.
Son hijos e hijas de una sociedad a la que el silencio
y la indiferencia hicieron indolente, terminó arrastrada al
acostumbramiento y se olvidó de quienes con menos suerte y oportunidades les correspondió
poner los muertos.
Por eso hoy, a las
puertas ya de culminar el proceso de diálogo y negociación entre el gobierno y
la guerrilla de las FARC, cabe esperar que la inteligencia, la sensatez y
el sentido de humanidad de una sociedad civilizada, guíen
la decisión que nos llevará a las urnas el próximo dos de octubre, en el que sin duda es el momento histórico más importante de las últimas décadas y de las generaciones
que hoy estamos en la mayoría de edad.
Los niños y las niñas que hoy salen
por fortuna de la guerra, los que abrirán sus ojos por primera vez, los que aún
están aprendiendo a caminar, no merecen que se les condene a seguir en la tragedia
que también sin merecer nos legaron a nosotros.
No habría mayor impunidad, nada deshonraría
más la justicia ni sería más imperdonable que por odios, mezquindades o
fundamentalismos de cualquier naturaleza dejáramos pasar el momento de contribuir
a cambiar el rumbo de un país que, dirigido siempre hacia el norte de la guerra,
tiene hoy la oportunidad –la única que hemos conocido- de reorientar su brújula.
Para unos y otros sería muy
costoso aplazar este momento y desconocer el saldo positivo que sin haber
culminado ya nos ha reportado este proceso. Queda tiempo todavía para la
reflexión y será mucho más el que tendremos para ayudar a sanar las heridas y avanzar
en la reconciliación. También para ver realizada la justicia y no dejar de lado
los juicios de responsabilidad; pero no
una justicia cifrada en el odio, la sed de venganza o la perfectibilidad de códigos
y leyes, que al fin y al cabo nunca o sólo para algunos han funcionado.
*Economista-Magister en Estudios Políticos
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ResponderEliminarA lo largo de la lectura, no pude más que sentir una mezcla de sentimientos. Quizá porque soy maestra de niños a quienes el dolor de la vida no les ha tocado, han podido crecer juegando, leyendo, cantando, dirimiendo sus conflictos a través de la conversación... pero aquellos que están lejos y si la han sentido, igualmente son niños, niños que me duelen.
ResponderEliminarAlegría de saber que desde hace mucho tiempo, tu y yo desde distintos lugares, hemos continuado la lucha de intentar hacer de este espacio un mundo mejor donde nos esforcemos por ser mejores humanos.
Gracias Alicia, un abrazo
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