QUÉ BUENA CUMBRE
Orlando Ortiz Medina*
Tal vez sea esta la primera de esas cumbres, o acontecimientos de similar naturaleza, de la que no se pueda decir que, como siempre, hubo un rotundo fracaso y que no pasó de ser más que otro de esos eventos de carácter protocolario; y ello pese a que, en realidad, la agenda de discusión, por lo menos la oficial, terminó relegada a un segundo plano, lo que a mi juicio fue precisamente su principal logro. Temas como reducción de la pobreza, integración en materia de infraestructura, desastres naturales, seguridad y acceso a tecnologías, que eran los de la agenda oficial, han sido siempre la parte sustancial de estos encuentros, pero de los cuales al final poco es lo que en realidad se concreta, a no ser por los esfuerzos que en su fuero interno y de acuerdo con sus dinámicas, capacidades y condiciones políticas adelanten cada uno de los países.
Así que, paradójicamente, lo que más se destaca al término esta VI Cumbre de la Américas es justamente que no haya habido consenso y ni siquiera ambiente para la firma de una declaración conjunta por parte de todos los mandatarios asistentes. Lo que ocurrió, es la manifestación más clara y contundente de que las cosas han cambiado, de que América Latina ha avanzado y que las posiciones hegemónicas son cada vez más un asunto del pasado y producto de momentos distintos por los que pasaron la relaciones entre los países del continente, en particular de los de América Latina y el Caribe con los EEUU.
Otros son los tiempos en que los acuerdos o declaraciones finales quedaban signadas por las posiciones abyectas de nuestros países y gobernantes que miraban con temor o con cierta y humillante pleitesía a los gobiernos y mandatarios norteamericanos. Una especie de sentimiento de inferioridad, falta de autoestima y de acatamiento sumiso de las políticas impuestas por sus agendas, o por los organismos que siempre han controlado, Banco Mundial o FMI, por ejemplo; había sido hasta ahora la nota común.
Ese no fue el caso esta vez; la agenda que previamente había sido concertada terminó eclipsada por temas que la mayoría de los gobiernos de América Latina consideraban de mayor importancia; bien porque es allí donde más sienten afectados sus intereses y los de sus conciudadanos: la lucha contra las drogas, o bien por que en ellos ven, de alguna manera, puesta en juego su integración, autodeterminación y soberanía: Cuba y las Malvinas.
Por eso la agenda oficial fue un asunto de menor importancia y no llamó la atención requerida ni siquiera por parte de lo medios. Debemos decir entonces, no sé si pecando de excesivo optimismo, que lo que ocurrió en esta Cumbre constituye un punto de quiebre y una clara manifestación, no sólo de que los países de América Latina han venido ganando mayor autonomía e independencia frente a la condición omnipotente de los EEUU, sino que, consecuentemente, este último ha venido perdiendo su poder hegemónico y de control en el continente.
Fue una cumbre con una importante carga de contenidos y manifestaciones especialmente simbólicas, pero no por ello menos significativas. No hubo una presencia física del presidente del Ecuador Rafael Correa, pero fue eso mismo lo hizo un protagonista de la Cumbre, porque no hay duda de que el eco de su ausencia estuvo de manera permanente en el recinto de discusión, dadas las razones que adujo para no asistir: el veto a Cuba. Aparte de la expectativa por su arribo a Cartagena y el impresionante despliegue de seguridad, el presente Obama no fue esta vez el protagonista; se le vio más bien relegado y casi que limitado a escuchar las demandas y críticas de los otros gobernantes. Si los comparamos, se vio más en pantalla al presidente de Bolivia Evo Morales, quien secundó todo el tiempo la posición de Ecuador y Venezuela. El presidente del Perú Ollanta Humala regresó a su país la noche anterior a la culminación oficial del evento; la presidenta Cristina Fernández se marchó también unas horas antes; ya vinimos ya cumplimos, pareció ser el mensaje, que de hecho ratificó el embajador de Argentina a través de su Twitter.
En general, en la cumbre tuvieron más audiencia los mandatarios de países que hace ya varios lustros vienen liderando una posición contra hegemónica a los EEUU; en especial los países del ALBA, que esta vez, y para algunos temas, contaron también con el apoyo de países como Colombia, Guatemala y México, principalmente, que unieron sus voces a la idea de revisar la política de lucha contra las drogas y se sumaron al llamado de que Cuba no siga siendo una nación excluida. De manera que podemos decir que se anotaron un triunfo; pues los temas que lograron incluir en la agenda quedaron posicionados en la mesa de discusión internacional y ya no será fácil, ni siquiera para el gobierno norteamericano, pasar frente a ellos de soslayo. La revisión de la política de lucha contra las drogas basada en el prohibicionismo y la criminalización podría iniciar, ahora sí en serio, el camino hacia que se reconozca su obsolescencia. La práctica de los vetos y exclusiones, que no suelen ser más que una negación o desconocimiento de la diversidad y la pluralidad, y que mucho conlleva de prejuicios de carácter ideológico, tendrá que ser revisada, incluso en el seno mismo de la OEA.
America Latina y el Caribe pusieron esta vez su agenda, tal vez porque los gobernantes de hoy sienten más el dolor por el ingente número de vidas que se han sacrificado, hasta ahora sin mayores resultados, en la lucha contra las drogas; o porque creen que dichos recursos podrían tener otros destinos para atender necesidades tanto más apremiantes como la salud, la educación o la generación de empleo más digno y mejor remunerado, por ejemplo. En la Cumbre quedó claro que en las agendas que orienten las políticas de desarrollo del hemisferio, los países latinoamericanos no van a seguir siendo los tradicionales convidados de piedra y que cualquier tipo de política o medida que se vaya a emprender tendrá que ser consultada, deberá contar con su anuencia y poner en orden de prioridad sus intereses y los de sus pueblos. Igualmente, después de la cumbre, los Estados Unidos deberán tener más claro lo que desde hace mucho les ha venido diciendo América Latina: que es muy alta su cuota de responsabilidad frente a este flagelo, como quiera que es el principal consumidor; que las políticas, no siempre claras, que ha emprendido para prevenir o combatir el consumo no solo han sido insuficientes sino que, está demostrado, tampoco son ni van a ser eficaces, y que no es enviando armas, municiones y soldados a nuestros países como el asunto se va a solucionar.
En cuanto al presidente Santos, anfitrión en la Cumbre, debemos decir que salió muy bien librado. No sólo porque en la organización del evento parece ser que fue todo un éxito la parte logística sino porque logró mostrarse y consolidar su posición de liderazgo, en lo que ha venido empeñado desde el comienzo de su mandato. Fue, como se sabe que es, un buen jugador; quedó muy bien con el presidente Obama, con quien concretó temas relacionados con el TLC; logró la ampliación del periodo de las visas para los colombianos y pudo manejar con habilidad la situación que desde un comienzo hizo sentir ruidos por la no invitación de Cuba a la Cumbre. Pero asimismo, quedó muy bien con el conjunto de países de América Latina y el Caribe.
Fue desde antes de la realización de la cumbre uno de los que lideró el tema sobre la necesidad de iniciar un diálogo tendiente a revisar la política antidrogas; se unió a las voces de quienes se oponen a que Cuba siga siendo excluida; dijo cosas significativas, como que América Latina debería sentir vergüenza por ser uno de los continentes con más desigualdad en el mundo, ojalá él sienta en serio esa vergüenza. En las palabras de finalización y clausura de la cumbre, dijo tener un sesgo especial por uno de los temas de la agenda oficial, el de la reducción de la pobreza, con el cual se comprometió e invitó a los demás países a comprometerse de verdad con el tema.
A los visitantes les mostró la parte bonita, de la bonita ciudad de Cartagena. La ciudad estaba pulcra, sus calles “limpias”, incluso de los indigentes y vendedores ambulantes que suelen afear la ciudad; a ellos, como es costumbre, se les recoge y esconde unos días antes cuando hay este tipo de celebraciones.
Al fin de cuentas, y pese a su carácter eminentemente simbólico y protocolario, de la cumbre podemos hacer un buen balance. Sobre todo para América Latina que le ratificó al mundo, y en particular a los EEUU, que hoy su geografía y el mapa de sus realidades y dinámicas políticas e institucionales configuran otros escenarios; de hecho hoy tenemos un líder indígena y al menos tres mujeres a la cabeza de algunos de sus gobiernos.
Reconociendo la importancia de las relaciones que hay que mantener con el país del norte: económicas, sociales, políticas, culturales; la apuesta es por seguir ganando espacios y mayor protagonismo en los temas de discusión. Ya se sabe que es posible tener diálogos más abiertos y en donde las agendas no terminen convertidas en una camisa de fuerza. Sólo con posiciones más dialógicas, ojalá poco o nada henchidas de fundamentalismo o cargas ideológicas -de uno y otro lado-, el futuro de los americanos: los del norte, los del sur y los del centro, podrá ser algún día mejor.
*Economista- Magíster en Estudios Políticos
Estoy de acuerdo, en que se ganaron espacios para discutir temas que siempre han estado vetados en este tipo de eventos, tales como la exclusión de Cuba y la revisión de la política antidrogas, será muy difícil que la OEA no decida revisar el tema de Cuba para que en una próxima cumbre sean invitados. Por otra parte, los colombianos esperamos que las medidas tomadas en Cartagena para mostrarla bonita no sean coyunturales y realmente se afecten causas estructurales de la pobreza y el desorden territorial. Definitivamente, lo mejor de la cumbre es que no se haya logrado consenso para emitir una declaración, pues eso demuestra que hay temas no agotados que ameritan otras discusiones y que sean abordados en agendas internacionales. Bien por Colombia y su posicionamiento regional. Fanny P.
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