Los ahora copartidarios hicieron las pases y volvieron a prometer lo que uno durante cuatro y otro durante ocho años no hicieron mientras fueron los anfitriones de Palacio.
Orlando Ortiz Medina*
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| Foto: El Espectador |
Por la que ha sido casa de habitación y recinto carcelario, están desfilando candidatos y candidatas que, como al Oráculo de Delfos, llegan a consultar y pedirle permiso, bendición y consejo a su propietario, quien oficia como mentor, mientras aprovecha para resarcir su imagen, cuidar sus pesebreras y tratar de amarrar a quienes puedan sumarle haberes a lo que queda de sus miserias políticas.
Al diestro montador de equinos, encantador de serpientes y hábil administrador de motosierras todavía le queda autoridad sobre ciertos aspirantes a quienes, además de falta de autoestima, ideas, programas y partido, les preocupa que los cambios que está viviendo el país lleven a que se mantenga la tendencia progresista en el próximo periodo presidencial.
Estos saben bien que, pese a su obstructiva oposición, los hechos los rebasan y la ciudadanía valora los resultados de las políticas del actual Gobierno, especialmente en materia económica y social, y lo que ello significa en la profundización de la democracia.
pese a su obstructiva oposición, los hechos los rebasan y la ciudadanía valora los resultados de las políticas del actual Gobierno,
La más reciente visita fue la de un señor con bastón de viejito, voz de niño entrando en la pubertad, moral extraviada y pensión de expresidente, que en ocasiones no tan lejanas reseñaba a su ahora contertulio como un triple mentiroso. Su máxima obra, no se le puede quitar el mérito, fue la célebre mansión conocida como “La catedral”, construida con recursos del Estado para poner bajo su cuidado y consentir al más peligroso de los narcotraficantes que ha habido en Colombia.
Los ahora copartidarios hicieron las pases y volvieron a prometer lo que uno durante cuatro y otro durante ocho años no hicieron mientras fueron los anfitriones de Palacio. Que se ocuparán de lo social, dijeron al salir de su encuentro los que hicieron de la salud y las pensiones un jugoso negocio para el sector privado, llevaron a su mínima expresión la educación pública y recortaron los derechos de los trabajadores, que enfrentando todo tipo de obstáculos este Gobierno ha tratado de recuperar.
Ya anteriormente había pasado a tomar oxígeno y respirar verde una señora a la que cada cuatro años vemos descender de un boeing procedente de París. Ella, quien siempre ha proclamado que su misión en la vida es tejer, no importa si son discordias, llega de nuevo a hacer parte de esas cofradías exaltadas de patriotismo que en estas épocas se convocan para “salvar al país”.
Lo hizo igualmente un exministro, sobrino de un condenado a cadena perpetua por narcotráfico en los Estados Unidos. Fue embajador en ese mismo país y en Colombia estuvo en la cartera de Defensa, con un saldo muy pobre en materia de seguridad, la que ahora propone como su bandera de campaña y condición imperativa para lograr la felicidad de la patria. Pero su peor infortunio es que, por designios del oráculo, le haya tocado amarrar su candidatura al sello del partido de la célebre francocolombiana que, se dice popularmente, es como subirse a un avión fallando.
Lo que interesa es si están dispuestos a ser parte de ese hatajo que el rey del pastoreo quiere armar para atravesarse a ese nuevo país que está naciendo y que ha puesto en cuestión su lugar en la escala de privilegios.
También fue la candidata periodista, quien, a falta de argumentos y propuestas, a menos que no sean las de que va a echar plomo a diestra y siniestra, mejor si fuera lamiendo suela y con tropas extranjeras, ha convertido el nombre del actual presidente en un fastidioso cotorreo, culpándolo desde el homicidio del mar muerto hasta de los cólicos de la Divina Cleopatra.
Al confesor llegó asimismo quien fue su ministra de Defensa, célebre por la Operación Orión y por ser víctima de una tragedia familiar: la de su hermano condenado por ingreso de heroína a los Estados Unidos. La misma que fue vicepresidenta en el periodo de un dictadorcito inane, que, si bien ocupó el sillón del palacio, nunca pasó de ser un aspirante a presidente. Él aún no se ha sumado a la procesión, intuye que, tal como cuando se paseó por su cargo, seguirá siendo una figurilla ignorada.
Han sido más los concurrentes, como un abogado experto en defender indefendibles, que cuenta con mucha gracia cómo elevaba gatos envueltos en pólvora para satisfacer sus pulsiones de muerte, tal como ahora promete destripar a quienes considere de izquierda. Es un minúsculo ostentoso, que en el mundo de una farándula en decadencia se hace llamar tigre, aunque no llegue a ser siquiera una cagarruta de los mininos que sacrificaba.
Además, contó el casero del oráculo, ha tenido llamadas y distinto tipo de conversaciones con otros líderes que le copian, o a los que pide que le copien, no importa su laya o procedencia. Lo que interesa es si están dispuestos a ser parte de ese hatajo que el rey del pastoreo quiere armar para atravesarse a ese nuevo país que está naciendo y que ha puesto en cuestión su lugar en la escala de privilegios.
Que dos septuagenarios expresidentes pretendan convocar a la construcción de una nueva Colombia es poco menos que un chiste, además de un colosal cinismo, pues no solo son parte responsable de esa gran estela de problemas que todavía el país arrastra, sino deslucidos ideólogos de un pasado al que pretenden retornarlo.
Ya no encaja un pacto de gobernabilidad en cabeza de una dirigencia vetusta e incapaz siquiera de reconocer el estado crítico en que se encuentra.
El país ha cambiado. Los trabajadores han visto aumentar su salario real, muchas más personas pueden hoy soñar con que van a lograr una jubilación, los adultos mayores están recibiendo un apoyo que les ayuda a vivir en una condición más digna, más jóvenes confían en que pueden ingresar a la universidad, los campesinos y campesinas están viendo renacer el campo, los afros y los indígenas ven que hay mayor inversión en sus territorios.
Aunque les cuesta decirlo, incluso los grandes empresarios deben reconocer que han tenido un buen saldo en las utilidades de sus firmas; bien pueden certificarlo banqueros, comerciantes, industriales, inversionistas del sector agropecuario, turístico, etc. Son los resultados de un manejo acertado y responsable de la economía, que contradijo los malos augurios -más que nada deseos- que la oposición advirtió como seguro camino a una bancarrota.
Por fortuna el país cuenta hoy con una ciudadanía más calificada, que ha valorado los cambios y entiende lo difícil que ha sido para el gobierno llevarlos pronto y a buen término. Esto sin desconocer las falencias ni negar los desaciertos, que son parte del aprendizaje de una primera experiencia que invita a corregir y a asegurar a futuro una más asertiva gestión.
Aparte de la incisiva manipulación mediática y el enorme poder que mantienen los poderes de facto, no hay pues nada que favorezca a quienes no entienden que deben dejar de hablarle al pasado. Ya no encaja un pacto de gobernabilidad en cabeza de una dirigencia vetusta e incapaz siquiera de reconocer el estado crítico en que se encuentra. Más aún cuando sigue dependiendo de las consejas de una divinidad subjudice, a la que en cualquier momento podría tocarle volver a lucir su traje color naranja o su piyama de rayas.
Los electores saben que Llano Grande podría ser otra versión de la cueva de Alí Babá y sus consabidos contertulios; asimismo, que la romería tiene más un aire de conspiración para regresarnos a un pasado en el que ya tantas afugias padecimos, antes que la intención sensata de competir en democracia por el bienestar de una nación que, estamos seguros, insistirá en seguir adelante.
*Economista-Magíster en estudios políticos

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