jueves, 27 de mayo de 2021

Cali, a millas siento tu aroma

En la Loma de la Dignidad en Cali, en el Portal de la Resistencia en Bogotá, en el Parque de la Resistencia en Medellín y en cualquier otra de las ciudades de Colombia, se sacuden las mentes y el ímpetu joven, el latir de un nuevo país que parece estar naciendo

Orlando Ortiz Medina*


A millas siento tu aroma, cualquiera justo razona, que Cali es Cali señoras, señores, lo demás es loma; dice una de las más entonadas canciones del grupo Niche, refiriéndose a la ciudad alma y nervio de sus melodías que, fusionadas con los ritmos acompasados de los cuerpos de hombres y mujeres, han construido la identidad de la que se conoce como la capital mundial de la salsa. 

Y sí, a millas se siente hoy el aroma efervescente de la ciudad que se levanta como epicentro de una jornada de movilización ciudadana sin antecedentes en la historia de Colombia. También conocida como la sucursal del cielo, en homenaje a la belleza de sus mujeres, la ciudad de olor a caña, tabaco y brea hiede hoy al humo de la pólvora desprendida de las armas con las que los agentes del Estado y algunos civiles seguidores del partido de Gobierno han respondido al descontento popular. El sonido de los timbales, los bombos y los clarinetes es reemplazado por el ruido enardecido de las aspas de los helicópteros, las motos oficiales o las sirenas temerarias de las tanquetas policiales. 

Esta vez son Cali y otras ciudades del departamento del Valle las que han puesto el grito más alto para hacer eco de la situación de duelo, angustia y desespero de miles y miles de personas que en todo el territorio nacional se toman las calles para decir no más a un Gobierno que apenas se ocupa de mirar cómo tapa el sol con un dedo, ante su incapacidad de dar respuesta al clímax de una agitada situación social que durante mucho tiempo se había mantenido represada.

¿Por qué Cali? 

Como parte de los principales centros urbanos e industriales de Colombia, terceros en importancia después de Bogotá-Cundinamarca y Antioquia, Cali y el departamento del Valle están en medio de un entorno muy complejo, en donde, aparte de su propios problemas, se ven afectados por otros que repercuten en su geografía, asociados con el conflicto social y armado interno y el abandono del Estado en zonas de la costa pacífica y el sur de Colombia. 

Cali es lugar de acogida de familias desplazadas de los departamentos de Cauca, Nariño, Putumayo y Chocó, principalmente, a las que se suma hoy una gran cantidad de población migrante. Allí ha tomado forma un conglomerado humano diverso y pluricultural, que en su mayoría se alberga en las zonas periféricas de la ciudad y vive en las peores condiciones de pobreza y exclusión. De acuerdo con la Alcaldía de Cali, según información publicada en el diario local El País, “cerca del 44,5 % de los habitantes de la capital del Valle viven en asentamientos precarios y unas 800.000 personas en invasiones” .

Pobreza y desempleo

De acuerdo con el más reciente informe de pobreza publicado por el DANE , de los más de dos millones de habitantes que tiene Cali, el 36,3 % vive en situación de pobreza monetaria y un 15,1 % en situación de pobreza monetaria extrema, índices que subieron 14,4 y 8,6 puntos porcentuales, respectivamente, entre 2019 y 2020, por encima de los promedios nacionales, que fueron de 6,8 para pobreza monetaria y 5.5 para pobreza monetaria extrema. El desempleo, por su parte, es en Cali del 18, 6%, cinco puntos por encima el promedio nacional, que es de 13,8 %, y la tasa de informalidad está alrededor del 50 %.   

Una historia de segregación y exclusión

Pero sus dolores, nada nuevos, son herencia del proceso de configuración de sus formas de explotación económica, ligadas con las relaciones hacendatarias y esclavistas heredadas de la época colonial alrededor del cultivo de la caña de azúcar, producto traído de Santo Domingo en el siglo XVI por Sebastián de Belalcázar , personaje cuya estatua fue precisamente derribada en estos días por los representantes de las comunidades indígenas. Este último hecho tiene una profunda connotación simbólica y contribuye a explicar que lo que ocurre en Colombia responde a una serie de situaciones históricamente acumuladas, que los hechos más recientes simplemente están permitiendo develar.

Fue la producción de la caña de azúcar y sus derivados industriales lo que dio lugar al desarrollo de las grandes exportaciones comerciales en el Cauca y el Valle del Cauca. En el marco de una estructura de propiedad latifundista y con el monocultivo como base de su agricultura, tuvo lugar el desplazamiento de la producción agroalimentaria y el desarraigo o despojo de pequeños propietarios o productores que, especialmente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, se vieron obligados a ceder o vender su tierras para irse a vivir de la informalidad y el rebusque en los centros urbanos . 

Cauca y Valle del Cauca fueron territorios en gran parte poblados por descendientes de las  comunidades negras esclavizadas traídas de África, con las que se sustituyó a la población indígena, diezmada por la ruda explotación a la que fue sometida por el conquistador español y después por las élites republicanas que aún hoy mantienen el control de las estructuras de dominación.

Los mismos que están a la cabeza de los grandes conglomerados económicos, controlan o forman parte de lo que han sido o queda de las colectividades políticas tradicionales, tienen cooptada la institucionalidad y son portadoras, además, de un imaginario racista, excluyente y discriminatorio, en especial contra las poblaciones indígenas y afrocolombianas que, aun en ese escenario de segregación, son la base principal de la fuerza de trabajo de la capital y del departamento. 

El desborde de la crisis

Los desequilibrios entre una oferta de mano de obra en aumento debido a la llegada de personas desplazadas de otras regiones del país, a las que se suman los expulsados de otros sectores económicos que con la apertura económica de los años noventa minaron gran parte del potencial productivo nacional, y una demanda decreciente ocasionada por los mayores desarrollos tecnológicos, fueron sumiendo a Cali y el Valle del Cauca en una crisis con ribetes sociales cada vez más profundos.

El desempleo, el aumento de la informalidad, la pobreza y la miseria, como lo demuestran las cifras, exacerbadas además por efecto de la pandemia, se complejizan con el surgimiento de variadas formas de violencia y delincuencia, de una u otra forma asociadas con el deterioro social y el impacto que otro tipo de fenómenos como el narcotráfico, por ejemplo, han jugado en la cartografía de sus problemas.

La realidad de una ciudad modernizada, pero anclada todavía en patrones coloniales de exclusión económica, social y cultural, que hoy no están dispuestos a seguir soportando quienes han estado del lado más débil de la balanza, resumen el saldo de una deuda social cuya cuenta de cobro se tramita a través del estado de tensión que hoy vive Colombia y que no fortuitamente ha tenido como caja de resonancia la ciudad de Cali. 

La juventud como protagonista

Quienes principalmente se movilizan son los jóvenes porque son los que más se resienten de un modelo de desarrollo y sociedad en los que no han encontrado cabida; que se ven sin futuro, sin confianza en unas instituciones y formas de organización en las que no están representados, que son víctimas de un régimen que los ha estigmatizado y perseguido, como lo demuestra el que en estos días hayan sido el blanco principal de la represión policial.

Son parte también de una generación que aprendió que la democracia no es el mero cascarón institucional que de cuando en cuando los convoca a validar las falencias del establecimiento, sino que espera que se traduzca en posibilidades verdaderas de participación, les ofrezca un lugar digno en las dinámicas de producción, inclusión en el sistema educativo, derecho a la salud y espacios para hacer realidad sus sueños en disciplinas como el arte, el deporte, la cultura, etc., con lo que hoy principalmente se está manifestando en las calles.

Se equivocan quienes siguen pensando que lo que ocurre en Cali, como en otras ciudades de Colombia, es un asunto de vándalos o que obedece a una ya vacua idea de polarización entre amigos o enemigos de a una solución de guerra o salida negociada a un conflicto, con la que durante tantas décadas nos dejamos distraer de los verdaderos problemas de Colombia. Son esos problemas los que hoy convocan a una ciudadanía que ha entendido que cuando las instituciones fallan o son solo un disimulo de la democracia, están las calles y las nuevas formas de representación para garantizar su ejercicio.

En la Loma de la Dignidad en Cali, en el Portal de la Resistencia en Bogotá, en el Parque de la Resistencia en Medellín y en cualquier otra de las ciudades de Colombia, se sacuden las mentes y el ímpetu joven, el latir de un nuevo país que parece estar naciendo. Hagamos lo que diga el corazón, dice otra canción del grupo Niche. 

*Economista-Magister en Estudios políticos

[1] https://www.elpais.com.co/cali/las-invasiones-se-dispararon-en-cali-durante-la-cuarentena-por-el-coronavirus.html

[1] DANE, presentación pobreza monetaria en Colombia, resultados 2020. Abril 29 de 2021

[1] https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-92/la-cana-de-azucar-en-el-valle-del-cauca

[1] Ayala-Osorio, G. (2019). El monocultivo de la caña de azúcar en el valle geográfico del río Cauca (Valle del Cauca, Colombia): un enclave que desnaturaliza la vida ecosistémica. Forum. Revista Departamento de Ciencia Política, (15), 37-66. https://doi.org/10.15446/frdcp.n15.72452


domingo, 9 de mayo de 2021

Señor Duque, no dispare

Por las calles de Colombia se moviliza hoy una ciudadanía variopinta, un conjunto de  voces polifónicas que reclaman un espacio para la realización de sus derechos, 

Orlando Ortiz Medina*

El derecho  a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte. Así reza el artículo 11 de la Constitución Política de Colombia. “…las autoridades de la república están instituidas para proteger a todas las personas residentes en su vida, honra, bienes,…” reza el artículo 2.  

Pese al mandato taxativo de la constitución, que el presidente de la república juró cumplir, hacer cumplir y defender, 47 personas han muerto a manos de la policía durante los 10 días de protesta social que se lleva a cabo en Colombia desde el 28 de abril. Además, se cuentan 963 detenciones arbitrarias, 135 personas desaparecidas, 1023 heridas y 12 casos de violencia sexual. Un balance espeluznante y una respuesta inusitada contra una legítima jornada de protesta ciudadana que, de acuerdo con el artículo 37, está también garantizada por la Constitución Nacional.

El Estado de Derecho está siendo entonces tanto menos que una realidad ficcional, como desde un comienzo lo ha venido siendo el ejercicio de gobierno del señor Duque. En verdad cuesta mucho llamarlo presidente. 

La movilización se produce inicialmente como parte de un levantamiento contra la propuesta de reforma tributaria presentada por el Gobierno, pero que tan solo fue la gota que rebozó la copa en que se acumulaban un conjunto de situaciones de tensión, ocasionadas por el difícil momento que vive una ciudadanía preocupada e indignada por el acelerado deterioro de sus condiciones de vida, reflejado en el incremento del hambre, la pobreza y el desempleo,  exacerbados por los efectos de la pandemia. 

Como el presidente que no ha sido, Duque ha elevado a las más altas cumbres la ineptitud, la indolencia y sobre todo la desconexión que tienen con la realidad del país quienes durante toda nuestra historia republicana han manejado a su antojo las riendas del Estado y configurado a imagen y semejanza de sus ambiciones y deseos el mapa político, económico y social de la nación. 

La crisis de hoy radica en que esa realidad se les está saliendo de las manos. Los partidos y las dirigencias tradicionales lejos están de convocar o asumir la representación de las mayorías nacionales, la emergencia de una diáspora de nuevas identidades socava su legitimidad y se muestra dispuesta a que se  produzca un relevo, la paciencia se agota, la dimensión de los problemas toma cuerpo en la conciencia de cada ciudadano o ciudadana que busca un lugar y una forma de manifestarse superando miedos, incluido el de enfrentarse ante la rabiosa y criminal reacción del régimen.   

Por las calles de Colombia se moviliza hoy una ciudadanía variopinta, un conjunto de  voces polifónicas que reclaman un espacio para la realización de sus derechos, seguridad y dignidad para sus vidas; las mismas que forman parte de esos nuevos tres millones y medio de personas que en el último año han caído en la pobreza, las que intentan sobrevivir de la informalidad, las que solo tienen para suplir una comida al día y los miles de jóvenes que no han podido ingresar o han tenido que abandonar sus estudios. A  ellos se suman los que se duelen de la muerte de sus familiares y amigos debido a la pandemia, en donde la precariedad del sistema de salud y la pobreza con que el Gobierno ha encarado la situación es la que explica en buena parte la razón de su partida. 

Detenga la masacre señor Duque; no son vándalos los que decidieron hacerse oír; no haga blanco de su ineptitud, su cinismo y su indolencia a quienes no les ha quedado otra alternativa que exponer su vida en las calles; que la sangre de las decenas de jóvenes asesinados no sea lo que justifique su paseo por la presidencia; devuelva la policía y el ejército a sus cuarteles porque afuera están actuando como fieras enloquecidas; regálele al país un minuto de liderazgo, al menos en esta hora aciaga en que, por el fracaso de su gestión, Colombia está de luto. 

Piense en que su falta de honestidad al haber aceptado ocupar un cargo para el que no reunía las condiciones es lo que lo hace el único responsable del horrible momento que vive Colombia; no ponga sus armas a discreción contra una juventud inerme que solo ha salido a reclamar el derecho a tener un presente en paz y a que no se le niegue la posibilidad de seguir soñando en cómo labrar un futuro más promisorio. 

Si tuviera entereza y fuera cierto que está dispuesto a hacer algo por Colombia, lo más razonable sería que hoy mismo usted presentara su renuncia; le convendría y se expondría menos a tener que salir por la puerta de atrás, como seguro irá a pasar si se espera hasta el siete de agosto de 2022. Ojalá le alcanzara la sensatez para que deje algo bueno en la historia que pueda honrar su nombre. 

Usted que permanentemente invoca al Dios en el que cree, sin faltarle al respeto que merecen sus creencias, recuerde que el quinto de sus mandamientos le dice “no matarás”; pídale a ese Dios que  lo ha acompañado cuando le ha quedado grande proteger y defender la vida, que se apiade de su conciencia y lo ilumine para que le quede más grande ayudar a producir la muerte.

*Economista-Magister en Estudios Políticos