Orlando Ortiz Medina*
(Video tomado del canal EH EH EPA COLOMBIA en Youtube)
El pronunciamiento de la representante María Fernanda Cabal
en un evento de promoción de la campaña por el no en Medellín, reafirma lo que muchos sospechamos
de la posición del Centro Democrático frente al proceso de negociación entre el
gobierno y la guerrilla de las FARC: no es cierto que sí estén a favor
de la paz y que su preocupación sea estrictamente el contenido de los acuerdos.
Los juicios lanzados y el estilo denodadamente agresivo de la
congresista desestiman las afirmaciones de su partido en el sentido de que lo
que buscan es el perfeccionamiento de los puntos que allí se han pactado y no echar
por la borda el resultado de un esfuerzo de cuatro años sostenidos de diálogo.
Queda cada vez más claro que el Centro Democrático sigue pegado
a sus postulados militaristas y no cree ni confía en una salida política
negociada, pese a los indudables resultados que a la fecha se registran.
La señora María Fernanda Cabal, una de las de mayor ranking en
el Centro Democrático por los sectores e intereses que representa como esposa
del presidente de la Federación Nacional de Ganaderos, no ve en los acuerdos
más que una humillación del Ejército Nacional, o cuando menos la renuncia a su
razón de ser, que es según ella la de “entrar a matar”. Qué horror.
Nada refleja de manera tan clara el talante monstruoso de
quien olvida, o probablemente no conoce, que aún en la guerra existen normas y códigos
de comportamiento, principios y actitudes éticas a las que se debe corresponder
por parte de quien empuña un arma, más todavía si son las armas del Estado, aunque
lo es de hecho para cualquier combatiente y en cualquier tipo de ejército.
Hiere además profundamente la imagen del ejército, al que
dice amar, cuando llama vendidos a sus generales y de quienes afirma que
recibieron una “prima de silencio de no se sabe qué cantidad de dinero por
renunciar a su doctrina”. Qué curiosa manera de amar la de la señora Cabal.
Su intervención, además de desatinada es miedosa, peligrosa,
denota los odios que la agobian a ella y a sus copartidarios y es un anticipo
de lo que realmente puede llegar ocurrir si los colombianos se decidieran mayoritariamente
por el no, que significaría, ni más ni menos, ingenua, consciente o inconscientemente,
acoger su irresponsable e incendiario discurso.
Como todos los de su partido, o los que sin pertenecer a él los
siguen en sus postulados, insiste en desconocer que lo que hubo no fue una entrega
y rendición, sino un acuerdo producto de un difícil proceso de negociación al
que en buena hora se sumaron policías y militares del más alto rango. Los
mismos que cuando les correspondió combatieron fiera y decididamente a las FARC.
Significa no entender que lo que queda en estos casos no es en
modo alguno una serie unilateral de concesiones, sino los puntos medios a los
que se llega en la escala entre máximos y mínimos que se crea desde las
propuestas y por las tensiones producidas entre las partes en contienda.
Cualquier negociación termina en acuerdos cuyo resultado deja
para cada contendiente el máximo posible alcanzable, no necesariamente el
óptimo ni el que más hubiera deseado. Fue lo que pasó entre dos bandos decididamente
antagónicos e irreconciliables que, al no haberse derrotado, optaron por una
salida distinta a la de la búsqueda recíproca de su eliminación. Nada más a
tono con lo que corresponde esperar de una sociedad que se dirige a
completar la cuota que le falta de civilización, y a convertirse en un escenario
de mayor progreso y posibilidades de vida para sus ciudadanos.
Quien verdaderamente conoce de los ejércitos sabe que negociar
no es rendirse, pues se rinde o se entrega solamente quien está derrotado;
dialoga y negocia quien sin renunciar a su hidalguía y apegado sobre todo a los
principios humanitarios, entiende que también el diálogo es un instrumento para
discernir sobre lo que nos confronta y un medio más altivo y menos doloroso para
superar la guerra.
Es cierto que los soldados deben estar preparados y listos siempre
para la hora del combate, pero lo es también que ni el más preparado de los
ejércitos debe hacer que la guerra se le convierta en un fin, como sí lo ha de
ser siempre la búsqueda de la paz.
Pero se fue más lejos en su insolencia la siempre destemplada
congresista, pues con el mismo celo paranoico que caracteriza a su jefe y a
todos los de su séquito, habló incluso de la presencia de obispos y empresarios
en un supuesto secretariado especial de las FARC. En su propósito de denigrar los
acuerdos, de insistir en la perpetuación de la guerra, la señora miente y merodea
en sus delirios al punto de que lo que ya realmente preocupa es su salud y
particularmente su lucidez. Qué amenaza cuando se trata de quien ocupa un lugar
en el Congreso de la República.
Respetando como siempre a quienes todavía piensan votar por
el no, no sobra invitarlos a que no dejen de utilizar el tiempo que aún queda
para la reflexión. La insolencia de quienes nada más destilan odio y se
resisten a que Colombia avance al menos unos cuantos pasos para que nuestras próximas
generaciones tengan un futuro mejor, no debe ser la guía de quienes por desinformación,
el embuste y la publicidad engañosa pueden llegar a equivocar su decisión y
ceder no sabemos cuántos años y vidas más a los desastres de la guerra. Los colombianos,
todos, los del SI y los del no, nos merecemos
una nueva oportunidad.
*Economista-Magister en Estudios políticos