Orlando Ortíz Medina*
Nunca como ahora la
configuración del mapa político y de los sectores que asuman el control de las
instituciones y el conjunto del Estado había sido tan relevante. O en las gobernaciones,
alcaldías, concejos municipales o asambleas departamentales, así como en las
próximas elecciones presidenciales y de Congreso de la República se consolidan
las fuerzas políticas dispuestas a sacar adelante el proceso de paz y a llevar
a cabo las transformaciones que para el efecto se requieren, o nos veremos
abocados a un nuevo e interminable ciclo de violencia que nos habrá de llevar a
que como sociedad y como país colapsemos.
Terminado el proceso de
negociación entre el gobierno y las FARC, que al fin y al cabo no irá más allá
de ser un asunto esencialmente protocolario, la construcción de la paz pasa a
ser de estricta competencia de los ciudadanos, de la manera como se conduzcan
en sus decisiones políticas y del protagonismo que alcancen en la refrendación
e implementación de los acuerdos. Los cambios no se hacen solos y la concreción
de los acuerdos en políticas públicas, programas y proyectos que les den curso
y los viabilicen dependen de quienes queden en cabeza de las instituciones.
El ambiente vivido con la
actual administración es apenas un
pálido reflejo de las complejidades a que se enfrentará ya no sólo Bogotá sino
todo el país en el inmediato futuro. Fue evidente lo que cuesta todavía para
algunos sectores respetar y asumir que en el juego de la democracia deben y pueden
tener cabida propuestas y agendas de gobierno distintas a las que históricamente
han gobernado.
El matoneo mediático,
las reacciones de grupos de la empresa privada que vieron afectados sus
intereses y un fuerte acoso institucional, incluido el intento fallido de
destitución y decreto de muerte política por parte del procurador general de la
nación, son los hechos más relevantes y en los que más se destacó la
creatividad de los que siempre se han reclamado precursores de la democracia,
eso sí siempre y cuando sean ellos los que estén acomodados en las sillas del
poder.
Por ello resulta absurdo
evaluar con el rasero de sus lógicas y decretar con ellas el fracaso de la
actual alcaldía, por controvertidos que sean los resultados. Más aún, con un
cabildo distrital que se olvidó de los grandes temas de la ciudad para
concentrarse fundamentalmente en hacer un bloqueo pendenciero y revanchista de
su gestión, que no gratuitamente le cerró el paso a un Plan de Ordenamiento
Territorial, paradójicamente reconocido y premiado por organismos
internacionales.
Es claro que si otro hubiera
sido el candidato elegido no se le había quitado al sector privado el negocio
de las basuras, que les ha ahorrado a los usuarios más de cuarenta y cinco mil
millones de pesos y sirvió, además, para mejorar la calidad de vida de la
población recicladora. Tampoco se hubiera establecido como derecho el acceso
gratuito al mínimo vital de agua, ni tarifas diferenciales en el Transmilenio
para beneficio de los estratos 1 y 2. No se hubiera decretado más de un día sin
carro como parte de un ejercicio pedagógico dirigido a promover el cuidado y
respeto por el medio ambiente, ni creado los Centros de Atención Medica a al
Drogodependiente, CAMAD, o abogado por el respeto y el cuidado de los animales,
etc. Todas medidas o políticas que en el espacio de la democracia tienen
defensores y contradictores, pero que al fin y al cabo son parte de la agenda
de un gobierno legitimado en las urnas y que cuenta todavía con un amplio
respaldo ciudadano.
Se ha sido mezquino en reconocer liderazgo de Bogotá, nacional e internacional, al
poner sobre la mesa los temas claves de lo que son los nuevos paradigmas de
ciudad y las agendas del desarrollo: un concepto envolvente e integral de
seguridad humana que incluye el cambio climático, el cuidado del agua, la
densificación urbana, la defensa de todas las formas de vida, incluida la animal
y vegetal, el tratamiento no represivo del consumo de sustancias psicoactivas y
la implementación de políticas dirigidas a que se eliminen todas las formas de discriminación,
exclusión y segregación social, que es lo que se debe seguir profundizando como
fundamento definitivo de la construcción y la consolidación de la paz.
Como las cifras hablan por sí solas,
veamos algunas de ellas:
- De
acuerdo con el Instituto Nacional de Medicina Legal, durante esta
administración, Bogotá logró reducir la tasa de homicidios de 23,4 a 17,4
% por cada cien mil habitantes, cifra que no se veía desde al año 1983 y
que es la menor entre las cinco ciudades más grandes del país; la media
nacional está por encima del 35 %.
- De
acuerdo con la encuesta “Bogotá
Cómo Vamos”, las víctimas de delitos como robos y atracos se redujeron de 39 % en 2009 a 20 % en
el 2015. Aun así y como parece
imposible que la realidad supere las creaciones ficticias de los medios,
la percepción de inseguridad entre los ciudadanos se acerca al 60 %.
- Bogotá
sigue siendo la ciudad que más aporta al crecimiento del Producto Interno
Bruto Nacional, alrededor del 25 %
del total.
- En la
actual administración, se logró una reducción del 50 % de la pobreza y la
pobreza extrema descendió por debajo del 2 %.
- El
valor promedio del salario en la ciudad está 19 puntos por encima de la
media nacional y la ciudad está también entre las que presenta las menores
tasas de desempleo y desigualdad en el país.
- Bogotá
es la única ciudad del país en la que la muerte de niños por desnutrición
se ha reducido a cero.
- Bogotá
es la que muestra mejores registros en materia de cobertura y calidad de
la educación en todos los niveles: primaria secundaria, universitaria y de
postgrado.
- En términos de inclusión, reconocimiento y respeto de la diversidad, Bogotá ha liderado en el país la implementación de políticas y programas especiales para la población LGBTI, las mujeres y las comunidades indígenas y afrocolombianas, al igual que para las víctimas y la población desmovilizada del conflicto armado.
Estos, que no son
resultados de poca significación, se han querido opacar frente a otro tipo de
problemáticas en los que innegablemente la ciudad sigue mostrando carencias,
especialmente en el tema de la movilidad, cuya solución rebasa los alcances de
un gobierno que al respecto heredó uno de los peores desastres y con un rezago
que acumula décadas de errores y desaciertos de administraciones anteriores. En
todo caso, muestran la validez de que nuevas fuerzas políticas se abran espacio
y se sigan consolidando, y con ellas los nuevos proyectos de sociedad, de
ciudad y de país.
En las próximas
elecciones los bogotanos nos vemos abocados a una situación que redundará ahora
y en el inmediato futuro en el acontecer social y político de todo el país, ya
sabemos que fundamentalmente desde aquí se está organizando el escenario para
las futuras presidenciales. Por ello deberá
seguir marcando la pauta no sólo y como ya se ha demostrado en profundizar la
mejora de los indicadores sociales, de inclusión y crecimiento económico, sino también
en la consolidación de las nuevas agendas y los nuevos liderazgos políticos. Una
salida en contravía llevará será sin duda a un saldo costoso para toda la
nación. La opción es Clara.
*Economista-Magister en
Estudios Políticos