Orlando Ortiz Medina*
Mala seña que ahora los profesores vayan a tener que sentirse intimidados, hasta el punto de llegar a abstenerse de expresar sus opiniones o comentarios, por el hecho de que en las aulas de clase parecen haber quedado vestigios de esa especie de cuerpos de seguridad y vigilancia, las redes de informantes y cooperantes, heredados de los ocho años del gobierno de la Seguridad Democrática, que bien podemos asimilar al panóptico de Jeremy Bentham, que luego aplicó a sus estudios sobre los modelos disciplinarios y del ejercicio y control del poder el filósofo francés Michael Foucault. Ya volveremos sobre el tema.
Nada tiene de extraño que en el aula de clases los estudiantes confronten a sus profesores cuando éstos exponen sus ideas o se refieren de manera crítica a hechos o personajes de la historia. Es normal e incluso loable que ello suceda y que no los tomen, como era en otros tiempos, como poseedores exclusivos de la verdad a quienes hay que asumir y recitar literalmente. Como se dice coloquialmente, tragando entero.
Justamente lo que se quiere de la academia es que contribuya a la formación de un pensamiento crítico, tan necesario para un país en el que, como Colombia, predomina la tendencia a imponer y absolutizar verdades, y que no se ha caracterizado propiamente por el respeto a la libertad del pensamiento y las ideas ajenas sino que, por el contrario, allí se fundan muchas de las razones que explican el oprobioso historial de violencia que como nación hemos tenido que padecer.
Lo que sí se torna preocupante es que, antes que un espacio para la crítica y el debate constructivo entre alumnos y profesores, lo que estos últimos expongan en sus clases se convierta en una fuente de amenaza y constreñimiento a sus actividades profesionales. No tiene explicación ni justificación alguna que alguien cuyo nombre ha sido invocado o que por sus ideas y pensamientos haya sido aludido en una sesión de clase, se sienta con el derecho de hacer reclamos o, peor aún, de retar rabiosamente a quien como maestro sólo está actuando conforme lo indica la razón de ser de los recintos de formación académica.
Es como si en su momento a Charles Darwin uno de sus amigos o seguidores lo hubiera llamado a decirle que el profesor de teología estaba poniendo en cuestión su teoría de la evolución y este hubiera respondido amenazando al susodicho con algo así como “si me sigue difamando ‘le doy en la jeta marica’”. Darwin, por el contrario, se hubiera sentido complacido, pues para un intelectual o pensador que se respete será siempre un honor que sus ideas sean expuestas y debatidas en la academia. Claro, lo que pasa es que tiene que ser eso, un intelectual o pensador que se respete, que no corresponde al caso.
Hoy, por la facilidad que permite la tecnología y el acceso a las redes sociales, las clases pueden ser transmitidas en vivo y en directo y llegar de inmediato a quienes para bien o para mal, si es que están vivos, tienen que ver con el asunto; porque la verdad es que de los pensadores ilustres y con merecimientos para ser invocados en las aulas de clase quedan ya muy pocos.
El hecho al que se alude sucedió hace unos días cuando Álvaro Uribe Vélez retó a través del twitter a un profesor de la Universidad Libre de Pereira, que en una de sus clases se refirió a una columna escrita por uno de quienes fueron Ministros del hoy expresidente y senador, sobre un tema que, como el de la acción de tutela, es de interés y debate en la historia reciente de Colombia. El expresidente se enteró gracias a que una seguidora suya, presente en la clase, le transmitió la información, también a través de las redes sociales.
Pareciera un hecho que en sí no debería demandar mayor atención, pero preocupa, como se anotaba al comienzo, que la actitud de la alumna responda a que en las mentes de muchos ciudadanos continúe instalado esa especie de chip imaginario que, en tiempos de la Política de Seguridad Democrática, los quiso convertir en parte de los cuerpos de seguridad y vigilancia del Estado y que hoy siguen fungiendo como tales, sólo que ahora al servicio exclusivo de los intereses no tan santos del señor expresidente. Hay que recordar que no es el primer caso que se presenta; incidentes parecidos han ocurrido contra profesores de las universidades Libre y Javeriana de Bogotá.
Las redes de informantes o cooperantes parecen seguir operando al servicio de su creador como una especie de lente panorámico que le permiten, como en el panóptico de Bentham, además de seguir irradiando la fantasiosa omnipotencia de su figura, mantener abierto su espectro de control y vigilancia tanto sobre sus críticos como de aquellos a quienes acostumbra a enlodar o denigrar.
El panóptico fue una propuesta de diseño arquitectónico para la construcción de las cárceles que hacia fines del siglo XVIII hizo el filósofo Jeremy Bentham (1748-1832). Se trataba de un edificio cuya distribución del espacio permitía que, desde un solo punto de observación, un único vigilante pudiera tener el campo visual del conjunto del edificio y el control de todos quienes allí estuvieran.
Pero, además de reducir los costos y aumentar la eficiencia de las labores de vigilancia, la gracia del panóptico era que quien actuaba como vigilante no podía ser visto por quienes eran vigilados. De esta manera, el vigilante podría no estar o abandonar temporal o definitivamente su lugar y sin embargo los vigilados sentían su presencia; es decir, el diseño del panóptico generaba en los habitantes del lugar la sensación de estar permanentemente observados; real o imaginaria, la mirada del que vigila estaba siempre presente.
Michel Foucault (1926-1984) toma la idea de Bentham y extiende y aplica la comprensión del panóptico al modelo de una sociedad que se organiza con dispositivos a través de los cuales logra controlar y disciplinar a los ciudadanos. Para Foucault, el panóptico, ya no físico o arquitectónico como en el caso de Bentham, se expresa en la escuela, el hospital, el cuartel, los medios, etc., desde donde los administradores del poder controlan las mentes e inducen los comportamientos, las conductas y las actitudes de las personas.
En el caso específico de la seguridad, el panoptismo cumple la función de que cada quien en su lugar de socialización y convivencia (la plaza, la calle, el parque, el restaurante, el teatro, la propia casa o en el aula de clase, como el caso que nos ocupa) se sienta vigilado.
Se genera así una especie de halo paranoico y de sentimientos de temor o desconfianza que al final no será más que una forma de constreñimiento para quien simplemente toma tiempo para pensar, disentir, actuar, expresar opiniones, etc.; cada quien tendrá que decir sólo lo que ese otro con presencia omnisciente y que jamás podrá ser visto quiera oír, bajo pena de ser expuesto a señalamiento, destierro, maltrato o castigo, lo que en el caso de Colombia es desplazamiento, tortura, desaparición forzada o incluso homicidio.
Lo ocurrido con los profesores Alfredo Correa de Andreis y Miguel Ángel Beltrán son sólo dos ilustrativos ejemplos. El primero fue asesinado en la ciudad de Barranquilla y el segundo puesto en prisión y luego destituido y proscrito de la academia y la función pública por decisión de la Procuraduría General de la Nación. Su delito fue el de ejercer y defender la libertad de cátedra siendo críticos del establecimiento.
Los alumnos que transmiten al expresidente lo que dicen los profesores en sus clases se revelan entonces como una especie de extensión de su ya exagerado cuerpo de seguridad, que le permite contar con un conjunto de vigilantes anónimos, a través de los cuales controla y escucha opiniones para luego tomarse la libertad de juzgar, condenar y retar a sus protagonistas.
Son los mismos recursos que utilizó para perseguir a opositores, periodistas, magistrados, etc. o los que le posibilitan, incluso como expresidente y ahora senador, conocer de manera privilegiada información que se supone de estricta reserva del Estado, como fue el caso de las coordenadas entregadas por mandos militares cuando se iba a producir el traslado de un integrante de las FARC a la ciudad de La Habana o la que le permitió dar a conocer antes que el Gobierno la noticia de que el general Rubén Darío Alzate había sido retenido por las FARC en el departamento del Chocó.
Lo más grave es que esta vez no se trata, como lo analizó Foucault, del poder ejercido desde el Estado con todos sus aparatos y mecanismos de control; se trata de un personaje que, extasiado de poder, ha hecho suya la famosa frase “el Estado soy yo”, que muy bien y a su antojo utilizó en sus ocho años de gobierno; sin tener en cuenta que su reinado ya terminó y con él sus cuestionadas épocas de gloria y las de infierno de muchos.
Lo ocurrido refleja también la pobre condición de algunos estudiantes, por fortuna no la mayoría, que muy seguramente a falta de argumentos prefieren recurrir a la protección mesiánica y la estirpe rabiosa y amenazante de su líder.
Bentham quiso hacer un aporte desde la arquitectura para reducir los costos de funcionamiento de las cárceles y hacer más eficiente el cuidado de los prisioneros; Foucault fue más allá y quiso mostrar que al fin y al cabo la forma de organización de la sociedad comporta igualmente una forma de encierro en el que el que todos estamos sujetos a los designios de quienes controlan el poder; ¿qué quiere el señor expresidente?
*Economista-Magister en Estudios Políticos