Orlando
Ortiz Medina*
Ahora que el combustible de la llamada locomotora minera está quemando sus restos, se pone en evidencia lo que significa no haber atendido otras fuentes y sectores de crecimiento, con mayores posibilidades de estimular el consumo y el mercado interno, y cuyo comportamiento no esté necesaria y totalmente determinado por el flujo de comercio y los precios internacionales.
Como el nuevo entorno económico se muestra
ahora adverso debido a la fuerte caída de los precios del petróleo y a los
menores ritmos de crecimiento y la desaceleración de las principales economías
del mundo, el país deberá volver ahora la mirada hacia adentro si quiere paliar
en algo las consecuencias, que se verán seguramente reflejadas en una
afectación sensible de las finanzas públicas, un menor ritmo de crecimiento de
la economía y un deterioro del conjunto de sus indicadores externos.
Digamos que podría ser una oportunidad
para delinear, ojalá con perspectiva estructural y de largo plazo, un nuevo
marco referencia de las políticas de desarrollo y crecimiento económico, que se
logre sobreponer a la dependencia de la economía exportadora extractiva, acogiendo
sectores como el rural, manufacturero y agroindustrial, así como los de
construcción e infraestructura, algunos de los cuales ya dieron señas de vitalidad
durante el último año.
Para ello es necesario convencerse de
que el país cuenta en ellos con un enorme potencial, pero que depende también
de la creación de un nuevo entorno y unas condiciones de favorabilidad que sean
proclives a las necesidades de cambio en los escenarios en donde se delibera y se
deciden las políticas; es decir, que se requiere de una reconfiguración del mapa
de poder para evitar que estas –las políticas- sigan siendo el resultado de lo
que voceros y apéndice de ciertos sectores deciden, subordinando a intereses privados
y particulares el interés general y colectivo.
En principio se esperaba que una de las alternativas a las que acudiría el gobierno para empezar a sentar las bases dirigidas a aminorar los impactos de la crisis del entorno económico mundial estaban por el lado de la reforma tributaria aprobada a final del año; pero otra vez y como siempre no fue más que la ratificación de que somos un país incapaz de pensar para el largo plazo, que sólo pone paños de agua tibia sobre dolencias que si acaso actúan levemente sobre los síntomas, pero que se enajenan a la hora de pensar en actuar sobre las causas y en soluciones definitivas y estructurales.
Fue una reforma que al final tuvo
que ocuparse de cómo dejar otra vez tranquilos a los grandes capitales y los
poseedores de mayor riqueza en Colombia, que son al fin y al cabo los que
siguen imponiendo las reglas de juego y diciéndole al gobierno lo que a su manera
de ver y de acuerdo con sus intereses está mal bien o mal hacer. Tal cual pasó
con el incremento del salario mínimo, en cuya mesa de negociación no fue
posible una decisión concertada y el gobierno terminó acogiendo finalmente la
formula propuesta por los empresarios.
Una reforma que tampoco esta vez
atendió los llamados en el sentido de que lo que se requiere es que el país
cuente con una estructura y un sistema de tributación progresiva, que ojalá en
un mediano plazo contribuya a corregir los altos niveles de inequidad que acusa
Colombia, que le dé estabilidad a las finanzas del Estado y que sea un
verdadero soporte para garantizar niveles de crecimiento económicos elevados y
sostenidos.
Los gremios se valieron del mal
momento que acusa el entorno económico internacional, y aduciendo que se verían
expuestos a mayores problemas de competitividad presionaron al gobierno para
impedir que se establecieran nuevos gravámenes sobre los grandes capitales,
como sería sensato en un país en donde la mayor carga de financiación de los
gastos del Estado sigue corriendo por cuenta de los asalariados de clase media
y los sectores de menos ingresos[i].
Lo que sí quedó claro es que la
reforma no va a tener mayores impactos sobre el comportamiento general de la
economía, al contrario, lo que se espera es que habrá un menor flujo de
ingresos a las arcas del Estado, que lo va a poner en aprietos para cumplir con
sus compromisos de gasto, cuando sabemos que antes incluso de que ésta hubiera
empezado a operar se contabilizaba ya un déficit de 12,5 billones de pesos. Se
espera igualmente un menor ingreso de divisas, que tendrá efectos en la
devaluación del peso, lo que se tornará a su vez en mayor pago por servicio de
la deuda y mayores precios de los productos importados, que son actualmente una
alta porción de la canasta de consumo interno y que al final contribuirán a
llevar hacia arriba la inflación proyectada para el 2015.
De manera que todo indica
que el desempeño esperado para el 2015 no será mejor que el alcanzado en 2014;
los resultados de crecimiento que al final obtuvieron las principales economías
del mundo y una proyección hacia abajo de las cifras esperadas para 2015, hecha
por los principales organismos internacionales, auguran que va a continuar la
caída de los precios de las materias primas y la tendencia hacia abajo del
volumen de exportaciones, impactos a los que no estará ajena Colombia, cuyas ventas
al exterior están representadas en unas tres cuartas partes en materias primas.
De acuerdo con la CEPAL[ii], los
precios promedio del conjunto de las materias primas mostraron en 2014 una
caída de alrededor del 10,5% en comparación con una disminución del 5,2% que se
había registrado en 2013.
En general, por el lado
del sector externo, el país registra al final de 2014 un aumento del déficit en
la cuenta corriente de la balanza de pagos cercano al 5% del PIB, debido a que
se ha venido presentando una tendencia decreciente de las exportaciones al
tiempo con mayor valor de las importaciones de bienes y servicios[iii]. Hasta
septiembre de 2014 el país registraba un déficit de US$ 6.043 millones de
dólares en su balanza de bienes y servicios, en parte explicada por el
deterioro en los términos de intercambio en la balanza de bienes, como
resultado en lo fundamental de la disminución en los precios de exportación de
los principales productos de origen minero.
Se reafirma de esta manera la
necesidad de que el país ponga en curso acciones que lleven a una mayor diversificación
de la canasta exportadora y ojalá la llegada a un abanico más amplio de
compradores. Ello implica la disposición para invertir en investigación y
desarrollo tecnológico, decisión para aprovechar la infraestructura y la oferta
de recursos internos, así como para el establecimiento de condiciones a la
inversión extranjera, de manera que se dirija hacia sectores que, más que para sus
propios intereses, sirva sobre todo a los intereses nacionales.
Lo anterior debe ser también
congruente con nuevas políticas en materia de generación de empleo, pues no
sólo siguen siendo muy elevados los niveles de informalidad sino también la diferencia
entre los ingresos de los asalariados de más alta y más baja remuneración. El
pobre incremento del salario mínimo es un contrasentido para una economía que
lo que requiere son medidas que estimulen el consumo y los niveles de demanda
agregada. Pareciera falta de sentido no asumir que una mejora en la
remuneración de los asalariados podría ser no sólo una fuente de estímulo al
crecimiento de la economía, sino también una contribución a la disminución de
la pobreza, la mejora en la distribución del ingreso y el cierre de la brecha
entre las elevadas ganancias del capital y el trabajo.
Hay que hacer conciencia de que
corregir la inequidad es una tarea que al final beneficiará al conjunto de la
economía, y que mantener en donde están los niveles de desigualdad, que algunos
con cierto impudor asumen como una condición connatural a las sociedades, es a
la larga un freno a su bienestar y desarrollo.
A las puertas del ingreso a una
etapa de posconflicto, debe ser clara la disposición para emprender las
reformas que el país requiere para absorber los retos que impone el nuevo entorno
económico internacional y responder a las demandas y necesidades de una
sociedad que, aunque cuenta con enormes posibilidades, recursos y capacidades
para reorientar su rumbo, sigue atada a las políticas y la voluntad de unos
cuantos, que extasiados en llevar su mirada solamente más allá de las fronteras
se olvidan de las bondades y la riqueza
de la tierra que los pisa.
*Economista-Magíster en Estudios Políticos
[i] Desigualdad del
ingreso y pobreza en Colombia: impacto redistributivo de impuestos y
transferencias, Isabelle Joumard y Juliana Londoño Vélez. En:
http://www.hacienda.go.cr/cifh/sidovih/uploads/Archivos/Sugerencias/Desigualdad%20del%20ingreso%20y%20pobreza%20en%20Colombia.pdf
[ii] CEPAL: Balance
Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2014.
[iii] Banco de la
República, Evolución de la Balanza de Pagos y Posición de Inversión
Internacional, enero-septiembre de 20014.