lunes, 26 de enero de 2015

Economía 2015: mirar hacia adentro

 
Orlando Ortiz Medina*

 
Los acontecimientos registrados a finales del 2014 reafirmaron lo que ya desde hace mucho tiempo se había advertido: que el modelo de crecimiento que ha orientado la economía colombiana en los últimos años es profundamente frágil y que sus resultados no son sostenibles por estar fuertemente supeditados a los vaivenes de la dinámica económica internacional.
 
Ahora que el combustible de la llamada locomotora minera está quemando sus restos, se pone en evidencia lo que significa no haber atendido otras fuentes y sectores de crecimiento, con mayores posibilidades de estimular el consumo y el mercado interno, y cuyo comportamiento no esté necesaria y totalmente determinado por el flujo de comercio y los precios internacionales.
 
Como el nuevo entorno económico se muestra ahora adverso debido a la fuerte caída de los precios del petróleo y a los menores ritmos de crecimiento y la desaceleración de las principales economías del mundo, el país deberá volver ahora la mirada hacia adentro si quiere paliar en algo las consecuencias, que se verán seguramente reflejadas en una afectación sensible de las finanzas públicas, un menor ritmo de crecimiento de la economía y un deterioro del conjunto de sus indicadores externos.

Digamos que podría ser una oportunidad para delinear, ojalá con perspectiva estructural y de largo plazo, un nuevo marco referencia de las políticas de desarrollo y crecimiento económico, que se logre sobreponer a la dependencia de la economía exportadora extractiva, acogiendo sectores como el rural, manufacturero y agroindustrial, así como los de construcción e infraestructura, algunos de los cuales ya dieron señas de vitalidad durante el último año.
 
Para ello es necesario convencerse de que el país cuenta en ellos con un enorme potencial, pero que depende también de la creación de un nuevo entorno y unas condiciones de favorabilidad que sean proclives a las necesidades de cambio en los escenarios en donde se delibera y se deciden las políticas; es decir, que se requiere de una reconfiguración del mapa de poder para evitar que estas –las políticas- sigan siendo el resultado de lo que voceros y apéndice de ciertos sectores deciden, subordinando a intereses privados y particulares el interés general y colectivo.

En principio se esperaba que una de las alternativas a las que acudiría el gobierno para empezar a sentar las bases dirigidas a aminorar los impactos de la crisis del entorno económico mundial estaban por el lado de la reforma tributaria aprobada a final del año; pero otra vez y como siempre no fue más que la ratificación de que somos un país incapaz de pensar para el largo plazo, que sólo pone paños de agua tibia sobre dolencias que si acaso actúan levemente sobre los síntomas, pero que se enajenan a la hora de pensar en actuar sobre las causas y en soluciones definitivas y estructurales.

Fue una reforma que al final tuvo que ocuparse de cómo dejar otra vez tranquilos a los grandes capitales y los poseedores de mayor riqueza en Colombia, que son al fin y al cabo los que siguen imponiendo las reglas de juego y diciéndole al gobierno lo que a su manera de ver y de acuerdo con sus intereses está mal bien o mal hacer. Tal cual pasó con el incremento del salario mínimo, en cuya mesa de negociación no fue posible una decisión concertada y el gobierno terminó acogiendo finalmente la formula propuesta por los empresarios.

Una reforma que tampoco esta vez atendió los llamados en el sentido de que lo que se requiere es que el país cuente con una estructura y un sistema de tributación progresiva, que ojalá en un mediano plazo contribuya a corregir los altos niveles de inequidad que acusa Colombia, que le dé estabilidad a las finanzas del Estado y que sea un verdadero soporte para garantizar niveles de crecimiento económicos elevados y sostenidos.

Los gremios se valieron del mal momento que acusa el entorno económico internacional, y aduciendo que se verían expuestos a mayores problemas de competitividad presionaron al gobierno para impedir que se establecieran nuevos gravámenes sobre los grandes capitales, como sería sensato en un país en donde la mayor carga de financiación de los gastos del Estado sigue corriendo por cuenta de los asalariados de clase media y los sectores de menos ingresos[i].

Lo que sí quedó claro es que la reforma no va a tener mayores impactos sobre el comportamiento general de la economía, al contrario, lo que se espera es que habrá un menor flujo de ingresos a las arcas del Estado, que lo va a poner en aprietos para cumplir con sus compromisos de gasto, cuando sabemos que antes incluso de que ésta hubiera empezado a operar se contabilizaba ya un déficit de 12,5 billones de pesos. Se espera igualmente un menor ingreso de divisas, que tendrá efectos en la devaluación del peso, lo que se tornará a su vez en mayor pago por servicio de la deuda y mayores precios de los productos importados, que son actualmente una alta porción de la canasta de consumo interno y que al final contribuirán a llevar hacia arriba la inflación proyectada para el 2015.

De manera que todo indica que el desempeño esperado para el 2015 no será mejor que el alcanzado en 2014; los resultados de crecimiento que al final obtuvieron las principales economías del mundo y una proyección hacia abajo de las cifras esperadas para 2015, hecha por los principales organismos internacionales, auguran que va a continuar la caída de los precios de las materias primas y la tendencia hacia abajo del volumen de exportaciones, impactos a los que no estará ajena Colombia, cuyas ventas al exterior están representadas en unas tres cuartas partes en materias primas. De acuerdo con la CEPAL[ii], los precios promedio del conjunto de las materias primas mostraron en 2014 una caída de alrededor del 10,5% en comparación con una disminución del 5,2% que se había registrado en 2013.

En general, por el lado del sector externo, el país registra al final de 2014 un aumento del déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos cercano al 5% del PIB, debido a que se ha venido presentando una tendencia decreciente de las exportaciones al tiempo con mayor valor de las importaciones de bienes y servicios[iii]. Hasta septiembre de 2014 el país registraba un déficit de US$ 6.043 millones de dólares en su balanza de bienes y servicios, en parte explicada por el deterioro en los términos de intercambio en la balanza de bienes, como resultado en lo fundamental de la disminución en los precios de exportación de los principales productos de origen minero.

Se reafirma de esta manera la necesidad de que el país ponga en curso acciones que lleven a una mayor diversificación de la canasta exportadora y ojalá la llegada a un abanico más amplio de compradores. Ello implica la disposición para invertir en investigación y desarrollo tecnológico, decisión para aprovechar la infraestructura y la oferta de recursos internos, así como para el establecimiento de condiciones a la inversión extranjera, de manera que se dirija hacia sectores que, más que para sus propios intereses, sirva sobre todo a los intereses nacionales.

Lo anterior debe ser también congruente con nuevas políticas en materia de generación de empleo, pues no sólo siguen siendo muy elevados los niveles de informalidad sino también la diferencia entre los ingresos de los asalariados de más alta y más baja remuneración. El pobre incremento del salario mínimo es un contrasentido para una economía que lo que requiere son medidas que estimulen el consumo y los niveles de demanda agregada. Pareciera falta de sentido no asumir que una mejora en la remuneración de los asalariados podría ser no sólo una fuente de estímulo al crecimiento de la economía, sino también una contribución a la disminución de la pobreza, la mejora en la distribución del ingreso y el cierre de la brecha entre las elevadas ganancias del capital y el trabajo.

Hay que hacer conciencia de que corregir la inequidad es una tarea que al final beneficiará al conjunto de la economía, y que mantener en donde están los niveles de desigualdad, que algunos con cierto impudor asumen como una condición connatural a las sociedades, es a la larga un freno a su bienestar y desarrollo.

A las puertas del ingreso a una etapa de posconflicto, debe ser clara la disposición para emprender las reformas que el país requiere para absorber los retos que impone el nuevo entorno económico internacional y responder a las demandas y necesidades de una sociedad que, aunque cuenta con enormes posibilidades, recursos y capacidades para reorientar su rumbo, sigue atada a las políticas y la voluntad de unos cuantos, que extasiados en llevar su mirada solamente más allá de las fronteras se olvidan de las bondades y  la riqueza de la tierra que los pisa. 

 
*Economista-Magíster en Estudios Políticos



Notas
 
[i] Desigualdad del ingreso y pobreza en Colombia: impacto redistributivo de impuestos y transferencias, Isabelle Joumard y Juliana Londoño Vélez. En: http://www.hacienda.go.cr/cifh/sidovih/uploads/Archivos/Sugerencias/Desigualdad%20del%20ingreso%20y%20pobreza%20en%20Colombia.pdf
[ii] CEPAL: Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2014.
[iii] Banco de la República, Evolución de la Balanza de Pagos y Posición de Inversión Internacional, enero-septiembre de 20014.